[LA OVEJA NEGRA] El miedo
GERMÁN VALCÁRCEL | Hace tiempo dejé escrito, no sé si con estas mismas palabras o similares, que la ley marcial y el estado autoritario serían implantados mediante una emergencia sanitaria.
El miedo ha sido siempre uno de los aliados más fieles del poder, que intenta que la población viva inmersa en él. La creación de atmósferas de miedo obliga a los ciudadanos a blindarse.
El miedo como arma de dominación política y control social. Lo que estamos sufriendo es una pandemia, no una guerra, pero ahí tienen las ruedas de prensa del gobierno, con militares dirigiéndose a nosotros con retórica de guerra, como si fuéramos soldados, no ciudadanos; pretenden que obedezcamos, que desistamos de hacer preguntas, que renunciemos a la memoria y olvidemos que, hace veintitrés años, PP y PSOE aprobaron la Ley 15/97 que permitió desmantelar la Sanidad Pública y convertir la salud en un negocio, de aquellos polvos tantas muertes actuales. El miedo como herramienta de destrucción masiva, como forma de tapar la realidad, de esconder los detalles. No es nuevo, a lo largo de la historia ha habido todo tipo de movimientos sociales y culturales fundamentados en esa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la percepción de ese peligro real o supuesto, presente, futuro o pasado.
El miedo que anida en el cerebro quebranta la resistencia, genera pánico y paraliza la disidencia. Esta pandemia, querámoslo o no, tiene una clara dimensión política, social, generacional y de clase. La afirmación de que es una guerra es una posición política clara y definida que quiere que nos identifiquemos con el poder que lo combate. No hay, no ha habido poder en la Tierra que no haya confiado en alguna forma de terror. Tras un desastre -natural, político, económico- el miedo inicial deja paso a la ansiedad; la gente teme más los riesgos que se le imponen que los que acepta.
Lo que está ocurriendo es una de las relaciones causa efecto de la pérdida de biodiversidad a la que el capitalismo desbocado nos ha conducido, posiblemente el brote de Coronavirus solo es el comienzo de pandemias masivas. La pandemia está enseñando a todos los supremacistas eurocéntricos, a todos los nacidos en esta parte del planeta, los límites del crecimiento y de la globalización de los mercados y sobre todo la enorme vulnerabilidad del complejo y sofisticado metabolismo social construido. También estamos aprendiendo que ni siquiera nuestra privilegiada situación, en la cúspide de la pirámide del sistema globalizado, va servir para salvarnos.
Lo peor de la crisis del Coronavirus está por llegar y dejará centenares de miles de muertos, pero, también, cientos de millones de personas en la miseria, posiblemente aderezada con una gravísima crisis alimentaria, como consecuencia de la paralización de la actividad; lo que se está jugando es el nuevo orden mundial, el capitalismo va a tratar de reinventarse.
Lo que se está jugando es el nuevo orden mundial, el capitalismo va a tratar de reinventarse
La pandemia va a servir para desencadenar, pero también tapar, una crisis que se empezó a fraguar hace algo más una década, la generada por la expansión crediticia (la deuda global se ha triplicado desde 2008), la del sistema monetario, ese que tanto necesitan, sobre todo, las izquierdas institucionales eurocéntricas, colonialistas, tecno industriales, tecnolatras, keynesianas y crecentistas, para financiar sus falsos sueños de justicia social; justicia social en esta parte del mundo y ONGs para las colonias del sur global al que expoliamos, para que las clases medias occidentales sigan consumiendo como si no hubiera mañana. Esa izquierda que mediante la tecnología y su nuevo constructo cultural la Green New Deal pretendía seguir ejerciendo un colonialismo de rostro amable que salvara el complejo metabolismo social en el que vivimos. La derecha política y sus fascistizados y alienados siervos de la gleba, eso son la mayoría de sus votantes y hooligans, no necesitan disculpas para implantar sus políticas autoritarias, genocidas y ecocidas. Asusta el odio que destilan, en las redes sociales y los medios más afines, contra un personaje que está dando muestras más que evidentes de estar al servicio del sistema, como Pablo Iglesias.
Pero, en estas horas aciagas, ese debate ya no tiene sentido, el sistema está quebrado, el colapso solo ha empezado y será largo y doloroso. Lo trataran de disimular, utilizaran todo tipo de eufemismos, antes de aceptar la cruda realidad, pero sería mejor para todos reconocer que la juerga se acabó. Aceptar que individualmente no nos vamos a salvar, por mucho que el neoliberalismo nos haya grabado en nuestro cerebro que el individuo, por encima de todo, es lo único importante. Empezar desde ya a decrecer, desurbanizar, destecnologizar, descomplejizar y despatriarcalizar más allá del feminismo de género, cosas que nunca quiso hacer la izquierda occidental, deudora de unas clases medias devoradas por el individualismo y el consumismo. Tal vez ha llegado el momento de mirar más allá de nuestros privilegios de blanquito occidental. Deberíamos aprovechar, ahora que muchos se han vuelto conscientes de lo frágiles que somos y de que solos no vamos a ninguna parte, para crear una nueva sociedad basada en la ayuda mutua, no en la competitividad, en la solidaridad colectiva, no en la caridad piramidal. Si no lo hacemos nos adentraremos en un mundo donde los nuevos señores feudales, Amancio Ortega, Bill Gates, Carlos Slim, George Soros o Jeff Bezos, etc… ocuparán el espacio que dejará vacío el derrumbe y quiebra de los Estados actuales, ya lo han empezado hacer.
Las consecuencias de la pandemia del Coronavirus actuarán en escalada, primero hacia la clase trabajadora y de ahí devendrá el golpe macroeconómico que culminará en una nueva correlación de fuerzas. Los billones de dólares eliminados de los mercados financieros, veinticinco sostienen los expertos, esta semana son solo el comienzo de ese nuevo orden mundial, donde la explotación laboral y las políticas austericidas, no confundir con decrecentistas, se verán reforzadas y nos conducirán al ecofascismo más cruel y reaccionario.
En este contexto, desde los medios de comunicación convencionales, de los que son dueños esos nuevos señores feudales, se descalifica a todos los que reflexionan desde una mirada anticapitalista y decrecentista como única vía de salvar la vida humana sobre el planeta. Lógico, cumplen su papel de voceros de la civilización de la Ilustración, de la Modernidad y de su hija bastarda la Posmodernidad, esa presunta civilización de progreso, razón y ciencia que creyó alcanzar la cima de su historia olvidando lo fundamental: la naturaleza, como si su supuesta superioridad justificara la creencia, reitero creencia, de que el hombre es algo ajeno a ella. Una civilización que olvidó que nuestra salud está íntimamente ligada a la del planeta que habitamos; una civilización que sólo conoce el cálculo e ignora a los individuos, su carne, sus sentimientos, sus almas.
En el contexto actual me viene a la memoria esta frase de Jorge Riechmann: “Los vivos podemos hacer muy poco por los muertos, mas podemos en cambio dejar que los muertos hagan por nosotros lo muchísimo que ellos sí pueden”