[LA OVEJA NEGRA] La esperanza es el camino a ninguna parte
GERMÁN VALCÁRCEL | A los habitantes de la Comarca Circular, las clases dominantes y sus voceros nos quieren hacer creer que existen transfusiones eficaces de vida para los lugares que agonizan, pero esta tierra hace ya tiempo que está recibiendo cuidados paliativos. Algunos indicadores nos ayudan a entender la tragedia y ratifican lo que algunos venimos denunciando hace años: las políticas santificadas en la comarca nos llevan hacia el abismo de una intensa depresión económica, social y política.
Lo confirman los parámetros de despoblación y envejecimiento –la población, y su interacción con el medioambiente son elementos fundamentales de la geografía–, y los ratios de cotizante por jubilado; los del Bierzo son los peores del país. Esos indicadores anuncian tiempos aún peores para la sociedad berciana, y tienen su causa en las políticas impuestas tanto por los distintos gobiernos de la nación como por el de la Comunidad Autónoma.
Además, la comarca arrastra otro grave problema, no existe sociedad civil organizada –a pesar de la gran cantidad de organizaciones sociales dadas de alta en el registro de la Comunidad Autónoma– sino un enjambre de individuos en competencia permanente; lo colectivo solo existe como injustificado límite al interés individual, el único, parece ser, legítimo.
Otro problema de fondo de esta tierra son las caducas estructuras políticas y los petrificados y colonizados –por partidos políticos y por bastardos intereses personales– movimientos sociales. Todo ello no permite la participación, ni la posibilidad de una cultura de protesta y resistencia ante el poder.
En la sociedad berciana –donde son hegemónicos funcionarios y jubilados de Endesa y de la minería– esta estructura político-social impide cualquier forma de participación democrática, genera resignación, egoísmo, incomunicación y si a ello le unimos la “ideología de supermercado” que difunden los medios masivos de comunicación, convierten toda nuestra geografía y a sus gentes, en meros artículos de consumo. Esa estructura sociopolítica y esa “ideología” que, disfrazada de “sentido común”, con objeto de parecer inofensiva y natural, ha dejado desolada y yerma esta comarca.
El Bierzo, Ponferrada más en concreto, dan cada vez más muestras de su desplome social, económico y político. Al frente de este fracaso está, desde hace casi cuatro años, la izquierda institucional y bercianistas que, apoyándose en la inercia del día a día, siguen hundiendo el municipio, y con él la Comarca entera, en las cotas más profundas de su historia. A pesar de su política de cajitas vacías, envueltas en papeles de regalo con lazos de colores: llámense “ciudad inteligente”, “internet de las cosas” “anillos verdes”, “playas fluviales”, parklet, o aumento de la plantilla de funcionarios. En definitiva, los actuales gobernantes solo hacen que incidir en similar propaganda que sus antecesores, aunque hay que reconocerles que, para inventar nuevas mentiras, sí parecen tener aptitud.
Hace tiempo que, por estas tierras, la casta política dio por finiquitado el contrato del estado de bienestar, en el que damos nuestro dinero, mediante los impuestos, a los gobernantes, y ellos organizan y administran los servicios. Ya no funciona porque, aun si lo hicieran bien, no hay participación de los ciudadanos en la toma de decisiones de como repartir ese dinero. Pero es que encima los administradores utilizan, demasiado fácilmente, ese dinero para promocionar negocios privados, a través de subcontrataciones y externalizaciones. En el Ayuntamiento ponferradino lo acabamos de ver: prefieren externalizan el servicio jurídico mediante un contrato que sacar a concurso la plaza de asesor jurídico, algo que va a suponer casi el doble de lo que podía costar el funcionario. Una vez más, el ilustre jurista y sindicalista amarillo que gobierna la ciudad, acérrimo defensor de lo público, dando muestras de su coherencia política. Eso si, no le tiembla el pulso para llenar la plantilla municipal de policías. ¿Qué temerá?
Una vez más, el ilustre jurista y sindicalista amarillo, acérrimo defensor de lo público, dando muestras de su coherencia política
En Ponferrada la izquierda local, tan amiga del humo y del paripé, practica lo que Marcuse denominó “tolerancia represiva”. El Covid sirvió para que Olegario Ramón y su caterva de concejales, con el edil carcelero al frente, sacaran a relucir los autoritarios que llevan dentro y empeoraran lo que ya estaba ahí y que durante años hemos permitido con nuestra inacción y nuestro silencio cómplice. Desde microgestos totalitarios, como etiquetar y juzgar los comportamientos de los disidentes, a otros más obvios, como poner todo tipo de trabas a las gestiones administrativas de los no afines. Hay programas perversos para hacer que los funcionarios “expertos” trabajen, no para el bien del ciudadano, sino para los objetivos políticos de quienes nos gobiernan. Para eso sirve, también, “el internet de las cosas”, para eso transforman la ciudad en “inteligente”.
No resulta tampoco soportable ver ahora a esa izquierda adulterada hablar de cercanía con la ciudadanía y no tener ningún respeto institucional -ni siquiera personal- hacia sus críticos. Ejercer el poder de ese modo es una forma de autoritarismo fascistoide.
Me pregunto dónde quedó el espíritu combativo del Bierzo. Qué lejos estamos de aquel pueblo que salía a la calle como una sola persona cuando le quisieron cerrar el Hospital Comarcal, hace casi tres décadas. Qué lejano hoy el Bierzo actual de aquel otro obrero y solidario que dio luz a la primera marcha del carbón. Qué lejos estamos de aquellos años que nos dignificaba ser del Bierzo y no ser unos clasemedianos desclasados que votamos a esa izquierda paniguada que ahora pasa por las principales instituciones comarcales, pisando las moquetas del poder, sin principios ni memoria, solo con la codicia como motor. La izquierda actual, sus maneras de ejercer el poder, es la factoría que genera, en gran parte, el caladero de votos de la derecha. Su impostura y sus actitudes han sido y son copias de las de la derecha, pero, además, aderezadas de un supuesto supremacismo moral, ¿recuerdan “la nortada»?
La desmovilización social la ha propiciado esa izquierda, escaladora y carrerista, sin escrúpulos y carente de cualquier principio ético, ellos son, con su manipulación y colonización de los movimientos sociales (lo que hacen con el movimiento vecinal, con el feminista y con una parte del ecologista es muy ilustrativo) los que han generado esa clientela de pancistas clasemedianos; desclasados que han terminado de ayudar a desdibujar y adulterar la historia del Bierzo y Laciana, su origen y su carácter combativo frente a los problemas. Es esa egoísta y egocéntrica nueva “clase” la que ha contribuido al hundimiento de la comarca y a su postración actual. En realidad, somos una sociedad sin reflexividad, dogmática respecto de sus “principios”. Una sociedad que cuando se le presentan evidencias que van contra sus creencias, no las acepta. En definitiva, una sociedad que intrínsecamente no es democrática, ni tampoco racional. Que ya no es, por tanto, moderna. Lo único que es, es un parásito que devora a su huésped (la realidad en su totalidad) en el camino a autodestruirse ella misma.
Mientras tanto, y como paliativo, nuestros dirigentes políticos nos venden esperanza, pero no deberíamos olvidar que la esperanza, ya en la mitología griega, era considerada como uno de los grandes males que aquejan a la humanidad. En el mito conocido como «la caja de Pandora», el recipiente que Zeus le regaló a Pandora que, dotada con el don de la mentira, cuando la abrió se encontró con todos los males del mundo, el último que quedó fue la esperanza. ¿Quiénes suelen ser los que más esperanza tienen? Los más necesitados, los más desprotegidos. Por lo tanto, la esperanza solo prolonga la agonía del presente, basada en la fe de un improbable futuro mejor.
Si les resultan caducos los mitos de la antigua Grecia, más recientemente sostenía el pensador marxista italiano Antonio Gramsci en Optimismo y pesimismo: «Hay que observar que muchas veces el optimismo no es más que una manera de defender la pereza propia, la irresponsabilidad, la voluntad de no hacer nada. Es también una forma de fatalismo y de mecanicismo. Se espera en los factores ajenos a la propia voluntad y laboriosidad, se los exalta, y la persona parece arder en ellos con un sacro entusiasmo. Y el entusiasmo no es más que una externa adoración de fetiches. Reacción necesaria, que debe partir de la inteligencia. El único entusiasmo justificable es el acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente».