[LA PIMPINELA ESCARLATA] De balances y propósitos
EDUARDO FERNÁNDEZ | Está pronto a caer sobre nosotros, aun con más peso que mi propia barriga, un año plagado de citas electorales. Tendremos el inmenso placer de sumergirnos en las elecciones municipales en mayo y después del verano de dejarnos atrapar amorosamente por el arrullo de las elecciones generales. No me digan que no están ustedes entusiasmados, arrobados, ilusionados. No me vengan con lo del famoso síndrome de la fatiga democrática, que eso solo sirve para deslegitimar a los que ganan y para dar alas a los que encuentran tantas pegas a los procesos democráticos. Hay que votar.
Lo malo es aguantar hasta votar, claro. Soportar la precampaña permanente en que se ha convertido la política española. Y qué me dicen de las fruslerías que nos regalan nuestros gobernantes, sean locales o nacionales. Lo mismo se ponen locos a taladrar la ciudad para hacer las obras que todo buen planificador hubiera repartido a lo largo de los años para evitar las molestias que tanto se van alargando ya en algunos cruces de Ponferrada por querer dejarlo todo para el último minuto preelectoral. Eso sí, unos y otros nos brean quitando las ayudas al combustible y poniendo tasazos cada vez que pueden. Porque si algo les gusta más a estos socialistas que un gasto público superfluo –da igual que sea para viajar en falcon sin justificación que poner un parklet en cualquier puente– es un buen arreón impositivo. Se ve que hace falta recaudar más para comprar tanto clínex.
Un paquetito al menos para cada uno de los 695 habitantes menos que hay el último día del año menos que el primero. Y ahora resulta que recordárselo al alcalde cuando se le pilla algún día entre viaje y viaje es demagogia. Será cierto, naturalmente, porque la verdad es que los socialistas jamás de los jamases mencionaron lo de la despoblación para imputárselo al que –o a la que– mandaba en este ayuntamiento. Y lo que entonces era fruto de la impericia edilicia es ahora simple resultado de la demografía, que la tiene tomada con Ponferrada más que con otros sitios, pero es pura casualidad.
Vamos, que no es tan difícil de comprender para los que arman proyectos que luego o no tienen subvención o tienen la mitad de lo que se pide. Que hay municipios en los que nace menos gente de la que muere; y luego ya están aquellos en los que, además, la peña se pira a otros lugares en los que espera tener trabajo y futuro. A ver si lo pillan, como en Barrio Sésamo, aunque alguno era más de libro gordo de Petete y se quedó en cuadernillo azul de pasear por saraos, pero no por juzgados. Cerca y lejos: cerca, la despoblación, lejos, los proyectos que generan curro. Pues eso. Para los incapaces de poner en marcha procesos que disminuyan el impacto de la despoblación, una pequeña distinción. A ver si con unas nociones básicas de geografía humana se aclaran los ignorantes del equipo de gobierno (ya si eso que entre ellos se distribuyan el apelativo). Al alcalde le pasa con el conocimiento o la ignorancia lo mismo que con los indicadores objetivos, que le desmienten en cuanto la pía. Resulta en la realidad paralela del olegarismo puro que lo que le pasa a Ponferrada con la despoblación le pasa a todos, porque debe de ser una maldición bíblica, versión laica y de género, por supuesto, en cuanto que se iguala el número de los que palman o no nacen entre hombres y mujeres.
Pues no, oh extraordinario demógrafo entre los estadísticos punteros del país, que le va a reclutar Tezanos el día menos pensado. Ponferrada no tiene solo decrecimiento vegetativo, que es exclusivamente la diferencia negativa o disminución entre nacidos vivos y defunciones –que es lo que pasa generalizadamente en España– durante un período de tiempo, pongamos por caso estos aciagos años para la población en que gobierna Olegario Ramón, despoblador natural de la ciudad. Ponferrada tiene, además, otro problema que manifiesta un indicador diferente, que es la tasa de crecimiento demográfico. Y lo tiene porque sufre un saldo negativo, ya que está afectada por la pérdida de población que vive y se pira y no solo la que muere. Y eso a pesar del aporte de los inmigrantes, por cierto, con menos migración interior que exterior, porque la comarca y la provincia pierden también habitantes. Y eso que son tierra de promisión socialista de la transición ecológica justa.
La estadística del INE dice que desde que comenzó a gobernar este buen demógrafo Ponferrada ha perdido exactamente 1622 habitantes. Si ustedes manejan otras cifras, al INE con ellas, que es organismo dependiente de la Administración General del Estado de Sánchez. Siendo grave que se pierda población mayor, es peor aún que se vayan los más preparados y jóvenes, porque esos construirán sus proyectos vitales –estos sí, mejor armados que los del ayuntamiento– lejos y no volverán jamás. Moraleja: no sólo se perderá la población actual, sino que se lastrará irremisiblemente la capacidad de recuperación futura, porque quedará una asimetría muy notable entre las cohortes de edad de menor y mayor edad, con una brecha entre ambas, porque los más innovadores y preparados estarán trabajando en municipios distintos al nuestro.
Tengan ustedes la paciencia de cruzar esos datos demográficos con las estadísticas de formación especializada, para no quedarse con la sospecha de que yo se los cocino, y verán el tamaño del agujero que las irresponsables políticas locales le crean a la Ponferrada de hoy, y a la del futuro inmediato. Eso sí, veremos a los gaznápiros y trepas palmeros del prócer local justificarse con una enorme mentira: que lo que aquí nos pasa a todos les sucede. Pues no, si el tamaño importa, la intensidad también. Hay alcaldes socialistas que están siendo muy conscientes de la necesidad de adoptar políticas –las que sea, porque aquí son simplemente inexistentes– para frenar, ya que no se puede evitar este declive demográfico. Lo que prueba que la incompetencia, la fabulación y la necedad son más locales que socialistas. El científico y escritor Arthur C. Clarke escribió que la inteligencia del planeta es constante, y la población sigue aumentando; todavía puede ser peor, que la población disminuya y la inteligencia de los que nos gobierna, también.
Pues nada, a agujerear unas calles por las que transitarán cada vez menos vecinos, a hacer resúmenes coloristas del año –eso sí, si en el balance ponen unas fotitas de los viajes del período les va a dar para un ratito largo– y a prometer para mayo que lo que se ha sido incapaz de arreglar hasta ahora, porque ni se quieren reconocer los problemas, esos que en las redes sociales no existen, pero en las vidas reales sí. Les deseo a todos buen año y mejores propósitos. Algunos llevamos los tres últimos años proponiéndonos adelgazar y otros gobernar bien. Ni lo uno ni lo otro, pero este año… elecciones.