[LA OVEJA NEGRA] Mentiras renovables
GERMÁN VALCÁRCEL | Se ha puesto de moda tirarse a la yugular de los defensores del decrecimiento y de los estudiosos del colapso (colapsistas). Las recriminaciones y descalificaciones vuelan contra las personas más conocidas y reconocidas del movimiento decrecenista, tachados incluso de protofascistas o de estar al servicio de los lobbies fosilista y nuclear.
No deja de ser paradójico -aunque no es novedoso, ya ocurrió con el potente movimiento feminista cuando alcanzó su máximo esplendor, allá por 2018- que en el momento donde las tesis decrecentistas empiezan a ser escuchadas, por cada vez más personas, surja de forma tan cruda y maniquea el “debate”.
La virulenta campaña se inició desde sectores afines a la izquierda institucional, defensora de la llamada “Transición hacia un modelo energético renovable”, concretamente desde el entorno de los desechos de Podemos: Más País, el partido de Íñigo Errejón, convertidos tanto en sumos sacerdotes de la iglesia fundamentalista del “Greenwich” y propagandistas del capitalismo verde de Acciona, Iberdrola, Naturgy, ACS o Abengoa y del extractivismo global, como en inquisidores de todo pensamiento crítico con ese modelo de transición energética.
Mantener posiciones críticas, hacerse públicamente preguntas y desmantelar las mentiras (es lo que hacen los llamados “colapsistas”) con las que se proponen las “energías renovables” -sin tocar el metabolismo económico- como la fórmula milagrosa para resolver el cambio climático y la escasez de combustibles fósiles, convierte de inmediato a quienes lo hacen en conspiranoicos, anticientíficos, o seguidores de las tesis de la extrema derecha. Cualquier calificativo sirve para enviar a la hoguera, o convertir en un paria, a todo el que cuestiona el pensamiento oficial. Todo sirve para intentar silenciar o desacreditar la disidencia y el pensamiento crítico.
De nuevo, la izquierda hipócrita y manipuladora, buscona de sillones y privilegios, utilizando añagazas y mentiras, banalizando conceptos, esgrimiendo hipérboles, haciendo de celestina del Capital, montando bronca para cubrir su falta de razones y lo mezquino de sus intereses, haciendo, una vez más, el trabajo sucio al capitalismo, esta vez al disfrazado de verde. Resulta vergonzoso que se sigan practicando métodos de persecución y censura como los que se aplicaban en la época de la santa inquisición.
Tras esta ofensiva no se encuentra otra cosa que los fondos Next Generation. Y también el miedo de esa izquierda “electorera” y algunos sectores ecologistas a que las medidas necesarias para enfrentar la crisis ecológica, climática y energética aleje de las urnas a su base social de clasemedianos progres y consumistas; gentes convencidas de que no solo tienen derecho a vivir en chalets, disponer de un automóvil eléctrico, sino también a tener una burbuja de bienestar de veintidós grados centígrados, tanto en invierno como en verano, incluso en las terrazas cuando toman “cañitas”. Ya lo dijo hace años, de forma nada sutil, Juan Carlos Monedero: “con el decrecimiento no se ganan elecciones”. Esta “nueva izquierda”, con otros ropajes dialécticos, sigue haciendo lo que la vieja: servir a los intereses de los amos del cortijo.
Hasta hace poco más de dos años, los estudiosos del colapso y los defensores del decrecimiento no eran más que unos extraños personajes, milenaristas marginales, frikis, luditas sin mayor trascendencia, dado lo descabellado de las tesis acientíficas y anti históricas que supuestamente defendemos. Pero el Covid y la guerra de Ucrania han empezado a hacer saltar las costuras del sistema y las tesis decrecentistas han comenzado a salir de las catacumbas y a tener audiencia en algunos medios de comunicación y en algunas formaciones políticas, minoritarias ciertamente. Palabras como termodinámica, dinámica de sistemas, tasa de retorno energético o límites del crecimiento, entre otras, empiezan a popularizarse.
Todo sirve para intentar silenciar o desacreditar la disidencia y el pensamiento crítico
Poco importa a esa izquierda de desecho la ya constatada destrucción y el expolio que lleva aparejada lo que ellos llaman transición energética. Siempre se le olvida que el bienestar de las clases medias occidentales y occidentalizadas está construido sobre montañas de miseria y muerte; sobre las espaldas de los esclavos asalariados, sobre la explotación humana, animal y sobre la destrucción medioambiental. La nuestra es una civilización enferma que justifica la colonización, una civilización moralmente minada que de negación en negación clama por su condena. En ello, parece, pretenden seguir incidiendo, por eso no nos hablan de la devastación que genera todo el proceso industrial necesario para el despliegue masivo de las mal llamadas renovables, desde la extracción de minerales que, por cierto, no se encuentran en Europa, pero que sí degradan amplias zonas del planeta, mediante el extractivismo y el brutal consumo de agua, necesario para obtener algunos de los minerales necesarios en el proceso de fabricación, además en ese proceso es necesario seguir consumiendo ingentes cantidades de combustibles fósiles. Por no hablar del destrozo que genera en amplias zonas de nuestra geografía –en la provincia de León y en el Bierzo algo sabemos– la implantación de parques eólicos y solares, o la construcción de nuevos pantanos. No nos hablan de estas cosas para no desenmascarar la estafa medioambiental que se esconde tras lo que llaman electrificación del modelo productivo. Como tampoco explican los defensores de ese nuevo modelo energético que –nos venden como “limpio y circular”– está diseñado para hacer llegar a las grandes corporaciones la mayoría de los fondos Next Generation, no para fomentar el autoconsumo.
Esa izquierda eurocéntrica, que utiliza el desarrollo tecnológico como nueva coartada colonial, tampoco hablará de las tremendas desigualdades que lleva aparejada el Green New Deal. Para limpiarse la conciencia, estos nuevos colonialistas disponen de las ayudas al desarrollo. Lo que los políticos profesionales de la izquierda y sus voceros jamás dirán a su clientela electoral es que esas políticas sirven de bien poco. Quienes desde los salones de sus casas ven, leen o escuchan en los medios de comunicación los “abnegados” trabajos de los cooperantes –eso sí, muy bien remunerados– difícilmente podrán deducir que Occidente está explotando el Sur global. Por eso, muy pocos se atreven a criticarla.
Pero la realidad nos confirma que los países de los que extraemos, y pretendemos seguir extrayendo, los minerales y las materias primas que necesitamos para la transición energética y el desarrollo de nuestra tecnológica sociedad, jamás han podido reducir la pobreza con la ayuda al desarrollo, ya que no es más que un instrumento del colonialismo que, en la mayoría de las ocasiones, sirve para crear redes clientelares y fomentar la corrupción en los países que reciben esos fondos. En África y en América Latina escuché a varios economistas nativos explicar que los países que más ayudas de este tipo reciben son los que se encuentran en una situación más lamentable. Pero las clases medias occidentales no quieren escuchar cosas desagradables. Lo que realmente les importa son las baratijas que nos ofrece el sistema, en forma de “bienes de consumo”. Además, crea puestos de trabajo, el mantra que justifica todo.
Ante esta “izquierda” que engulló y destruyó el 15M y ha mostrado, en todo momento, un irrefrenable deseo de ser “tolerada” y una paralela disposición a hacer lo preciso para conseguirlo, aunque sea a costa de cubrir nuestros montes y nuestros campos de molinos y placas solares, nuestros ríos llenarlos de pantanos y envenenar conciencias con mentiras y filfas, ante esas gentes que únicamente ofrecen dos alternativas, recordemos lo que decía ese colectivo llamado Comité Invisible en el libro titulado A los amigos:
A los que sienten que el final de una civilización no es el fin del mundo;
A los que ven la insurrección, sobre todo, como una brecha dentro del reino organizado de la necedad, la mentira y la confusión;
A los que adivinan, detrás de la espesa niebla de «la crisis», un teatro de operaciones, maniobras y estrategias —y por tanto la posibilidad de un contraataque;
A los que asestan golpes;
A los que acechan el momento propicio;
A los que buscan cómplices; A los que desertan;
A los que aguantan con firmeza;
A los que se organizan;
A los que quieren construir una fuerza revolucionaria, es decir: revolucionaria porque es sensible;
Esta modesta contribución a la inteligencia de este tiempo.