[UNA HABITACIÓN AJENA] El idioma imposible
“La gente que viaja en metro tiene un olor especial”
(Parásitos, Joon-ho Bong)
“El hambre es un conocimiento que se transmite entre generaciones para recordarnos que no tenemos nada asegurado. Que hace solo una generación no teníamos comida en casa. Que hace solo dos dormíamos sobre el estiércol prestado de los vecinos. Esa es la enculturación de la miseria. La enculturación no señala las causas: eso lo hace la política. La enculturación va de salvarte; la política es una forma de salvación complementaria”
(Lenguaje inclusivo y exclusión de clase, Brigitte Vasallo)
NELLY BOXALL | A veces se me quedan cosas adentro, como atravesadas, forzando una convivencia desasosegada entre ellas y yo cuando el dolor punzante del primer encuentro se va haciendo más soportable. Y ya nunca vuelvo a ser la misma; nunca soy más yo que en ese momento. La última cosa en anudárseme al alma ha sido la película As bestas. Verán, yo soy de pueblo, de los de verdad, de aldea. Mi familia, por aquello del ascensor social, se empeñó siempre en colocarme en un aparte, que no en apartarme, como una preciadísima figurita que colocas en una peana y observa lo que ocurre a su alrededor con cierta distancia y extrañamiento. Nunca quisieron que fuese como ellos y la manera más radical que su inmenso amor hacia mí les permitió fue la de la expulsión de la lengua materna, prohibiéndome usar el gallego que se habla por la zona del Bierzo Oeste, su lengua, porque la gente a la que le iba bien en la vida hablaba castellano, lo mismo que a la gente que le iba bien en la vida siempre llevaba las uñas limpias y no tenían las manos ásperas. Y así fue mi infancia, así ha sido siempre la relación con mi familia, un destierro en versión original sin subtítulos. Fue tal la castración de mi apéndice gustativo para el manejo de dicha lengua, que a día de hoy soy incapaz de verbalizar dos frases seguidas en galego. Y palabra tras palabra, detrás de las letras, de las sílabas que formaban cualquier nombre banal, una frase cotidiana, el mismo mensaje esculpiéndome: tú no eres como nosotros, no debes ser como nosotros, corre, deprisa. Como muy bien explica Brigitte Vasallo “para que desde nuestro lenguaje, desde nuestras palabras, podamos hacer como que somos otra cosa”. Así me convertí en antropóloga de mi propia familia, con media lengua y medio corazón amputados.
Pero aun no hablando la lengua subalterna -las desclasadas somos expertas en camuflaje- no ha habido ni un solo día de mi medio siglo, ya fuera visitando un museo, una biblioteca, un país o asistiendo a una obra de teatro o un concierto en que no venga a mi memoria de dónde vengo; ni un solo día que no valore que soy muy afortunada por poder disfrutar de placeres que mi familia jamás pudo ni supo consentirse; ni un solo día en que no sienta las cosquillas del resentimiento en las tripas cuando observo la ausencia de rencor y la ingenuidad en los ricos y la poca memoria de los nuevos ricos; ni un solo día en que no sea inmensamente desgraciada por no poder compartir mi mundo con una familia sorda porque hablamos otro idioma, un idioma imposible. Por eso el idioma entre los protagonistas de “As bestas” es también un idioma imposible. Es el idioma de la desigualdad, donde unos pueden elegir y otros no; es el idioma de la colonización y el extractivismo, donde una multinacional pone precio a lo que no lo tiene; es el idioma de la apropiación cultural, donde un neorrural que prepara vacaciones sostenibles para pijos alternativos llega a una aldea habitada a cumplir su sueño, harto ya de vagar por el mundo y empachado de los frutos del capitalismo es incapaz de dar un paso atrás y utilizar las herramientas que sus privilegios le han brindado; es el idioma de la crueldad y la vileza, únicas armas de Xan y Lorenzo para defenderse de los listillos de capital que vienen a dar lecciones y no saben ni ordeñar una vaca; es el idioma del fascismo disfrazado de buenas intenciones de Antoine cuando desprecia la decisión de la otra familia de firmar y vender a las eólicas para mejorar su calidad de vida con el dinero que les dan porque su idea de jugar a las granjas es mejor, más válida, más correcta; es el idioma de la miseria y el hambre frente al idioma de los ideales, el idioma de la tribu frente al idioma de la polis. Es Azarías ahorcando al señorito Iván mientras llora a su Milana.