[LA PIMPINELA ESCARLATA] Los presupuestos muy importantes y las baldosas poco importantes (o las aceras como síntoma)
EDUARDO FERNÁNDEZ | El estado de muchas aceras de Ponferrada -pongan ustedes el barrio o zona que quieran, porque los progresistas en esto somos muy democráticos y desatendemos todo el municipio por igual- es sencillamente deplorable. Es muy posible que también denunciable. Pero lo de deleznable no tiene duda. Si no, vean cómo algunas raíces han levantado zonas en las que sistemáticamente tropiezan los viandantes, que han sido creados por la naturaleza precisamente para eso, para tropezar donde el ayuntamiento deja que sobresalgan las baldosas alrededor de los alcorques, que es palabra similar a los alcornoques, aquellos en las calles, éstos en la casa consistorial. El episodio de intensas lluvias de la pasada semana deja al descubierto varias vergüenzas del equipo de gobierno de las que no quieren oír, ni hablar, ni arreglar, por cierto. Y llevamos así años. Los grandes hombres es lo que tienen. Que están solo en las cosas de los estadistas y les parecen nimias las que a las personas normales de Ponferrada les importan, les preocupan o les molestan.
Las aceras son el síntoma de un gobierno local en Ponferrada que languidece, a partes iguales por abandono manifiesto y por incompetencia indisimulable, que ya es conjunción cósmica que diría Leire Pajín, que nos ha tenido que tocar a los ponferradinos. La lotería poco, pero esto, en abundancia. Las aceras son el síntoma de la política del quiero y no puedo, o quiero y no sé, o ni siquiera quiero, del olegarismo puro. Abren la ciudad en canal con obras que se juntan para la traca final de cara a las elecciones de mayo, pero no resuelven lo del día a día. Ni, por otro lado, lo de las infraestructuras necesarias, a pesar de las obras. Lo importante, lo necesario y lo conveniente raramente confluyen. Y Olegario ha optado por lo que le parece conveniente para contar votos y no por lo necesario para contar habitantes y empleos. Es una opción políticamente legítima, pero social y económicamente catastrófica. Pero tan encantado, oigan.
Levantan el asfalto. O lo ponen donde no es vital, como en los parques, pero no pegan las baldosas al suelo, para que los ciudadanos se acuerden de ellos Empapada de rodilla para abajo por una de esas baldosas que escupe, esta semana he visto maldecir como carretero antiguo a una anciana dulce -de esas que no quiere que el alcalde le acompañe en su cumpleaños porque no quiere poner límites a su vida a la Divina Providencia, que el gafe puede no alcanzar solo a los ministros-. Si es que hace pecar de pensamiento al más templado, precisamente porque él lo hace de omisión, al ignorar las necesidades cotidianas de mantenimiento de la ciudad. Años estuvimos con unos carteles turísticos desvaídos como para espantar a los turistas, meses con unos baches tamaño Cañón del Colorado y ahora seguimos con baldosas que escupen más que jugadores de fútbol en televisión. Vladimir Nabokov escribió “no te enojes con la lluvia; simplemente no sabe cómo caer hacia arriba”, Nabokov no conocía Ponferrada.
En cambio, nos podemos tranquilizar con la importancia de los presupuestos. No tanto con su adecuación para lo que se necesita. Pero de presupuestos importantes puede pagarse un asfaltado de parque, un parklet en cada puente, una rotonda frente a la casa de cada concejal necesario, y un encendido de bajos de puentes mientras los pueblos siguen en tinieblas. Las aceras no son el problema principal; son el síntoma de la indolencia, la prueba palmaria de la inutilidad, la señal de la incapacidad para razonar como persona corriente, que pisa calle y se moja por arriba y por abajo. Las aceras despegadas, traidoras, levantadas son el símbolo ca que consiste en asumir que las cosas seguirán mal y que la culpa es del universo, pero no del que gobierna. Las aceras que nos engañan y nos riegan con alevosía no son otra cosa que la alegoría del olegarismo.