[LA OVEJA NEGRA] Paisaje tras la peste
GERMÁN VALCÁRCEL | Hace tiempo que no escribía sobre la “pandemia”, al reflexionar sobre lo ocurrido durante estos casi tres años me he dado cuenta de que nos hemos instalado, parece que definitivamente, en esta nueva normalidad, en este absurdo donde tantas certezas se ven arrancadas por una tenaza invisible conformada por el miedo –el miedo es la materia prima del control social– la sumisión y la ignorancia.
La “crisis covidica” ha cambiado muchas cosas, para peor, y las hemos integrado, naturalizado en nuestras vidas. Cierto que aún carecemos de “perspectiva histórica” de todo lo pasado y vivido, pero a mí me ha quedado una incomodidad brumosa, una certeza oscura de saber que hemos perdido cosas importantes. Nos hemos acostumbrado, durante estos tres años, a demasiadas cosas negativas.
La han llamado pandemia, pero no es más que un ejercicio de ingeniería social que se ha convertido en una narrativa que lleva camino de tornarse en el espíritu de una época, en un saco sin fondo, un saco de palabras vacías y silencios rebosantes donde cabe todo, la comedia y la tragedia, las nubes de tormenta y los cielos de sol, todo sirve para tejer el vértigo de un presente demasiado frágil, aunque son siempre los mismos los que terminan confundiendo la vida y el miedo, la cólera y las ganas de llorar, y además se les exige disimular, es de mal gusto que muestren no solo su estupor, sino sus temores, su sufrimiento, su dolor, su ira, su desesperada angustia.
Tenéis que ser positivos, repiten nuestros verdugos y remachan sus bien cebados voceros mediáticos que saben es más rentable ayudar a los amos a difundir sus falsas tesis, con huecos vocablos carentes de compromiso, que adjetivarlos con informaciones veraces. Es la lógica del capitalismo que utiliza el lenguaje como instrumento de enmascaramiento ideológico, que nos invita a olvidar para borrar y debilitar toda disidencia; para desacreditar toda noción de colectividad y cualquier modelo alternativo; para seguir mercantilizando lo humano para imponer sin oposición la obediencia de clase ante los dogmas de ese capitalismo que legitima las desigualdades, enmascara las evidencias de los graves recortes de derechos sociales y políticos, transformándolos en «planes de garantías de los servicios públicos» o en una «Green New Deal», que justifica por qué los ladrones son recompensados y millones de seres humanos son despreciados, desposeídos e insultados. Pero nada de lo que está pasando es novedoso, ya ocurrió hace un siglo, cuando el nazismo sembró su semilla. Hoy, como entonces, nos han acostumbrado al desprecio de la vida y a la prohibición de recordar.
Hay las suficientes evidencias como para comprobar que si de algo somos culpables, es de vivir en la superficie de las cosas, de mantener la atención alejada de los verdaderos problemas sociales, cautivados por temas sin importancia, ocupados sin ningún tiempo para pensar. Cuando se toma distancia de la cotidianeidad, llaman la atención los debates a los que nos abocan: el mundial de fútbol, los desamores de una cantante y un futbolista o, en esta comarca, el ruido interesado en torno a las “Endesa Towers” de Cubillos del Sil. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en el ultimo momento? ¿Por qué Compostilla si y Anllares no?
La han llamado pandemia, pero no es más que un ejercicio de ingeniería social
Dentro de la estrategia de control social es primordial la distracción, desviar la atención de la gente de los problemas importantes y de las mutaciones decididas por las elites políticas y económicas, mediante la técnica de la inundación continua, de distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es indispensable para impedir que la gente se interese por temas esenciales como, por ejemplo, el ecocidio diseñado contra esta comarca mediante el despliegue de renovables. Para eso sirve, también, el tema de las chimeneas de Endesa.
Para que la distracción no nos falte, ahora entramos en ese periodo previo al que los cursis llaman fiesta de la democracia. Democracia que ha envejecido conmigo, como todos mis mitos de juventud, en la que una supuesta izquierda sin héroes y con los horizontes cortos es la representación psicológica e histórica del fracaso a la hora de buscar el paraíso tantas veces anhelado. Una izquierda que hace casi cincuenta años ya nos echó encima el agua fría de sus poquedades, cuando la sociedad española llegaba armada de candor y verdades absolutas. Una falsa izquierda -plagada de golfos, trepas y carteristas- que se llevó por delante la ilusión de millones de españoles al limitarse a desenterrar, sobre todo en la España profunda, el uniforme de cacique. Caciques que han mangoneado los presupuestos autonómicos y municipales en exclusivo beneficio suyo y de sus redes clientelares, dejando a su paso burocracias corruptas que perpetúan el servilismo, la polarización y los odios mutuos, todo bajo la sombra protectora de unas siglas que en la memoria colectiva representaban las viejas tradiciones de la lucha social y del igualitarismo. Para rematar la faena, tres décadas después, llegaron los podemistas, con su hipocresía, su doble moral y su cinismo populista. ¿La historia se repite? ¿O se repite solo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? El resultado es el mismo que hace cuarenta años: una desmovilización social aterradora.
Si para algo han servido los podemistas es para hacer buenas las tesis anarquistas: de la toma del poder emanan distintas formas de corrupción y autodestrucción. Una es bien conocida, todo sentido ético desaparece. Los ideales que forjaron la iniciativa original se disuelven progresivamente en el ejercicio del poder. Tomar el poder, algo que definieron inicialmente como un simple medio para realizar aquellos ideales, se ha convertido poco a poco en el fin. Y una vez separados medios de fines, estos justifican todos los medios, lo que incluye traición, colaboracionismo, complicidad y una cínica y descarada falta de honestidad. “No llegar a enamorarse del poder”, advirtió Foucault. Pero los podemistas han caído en el delirio de enamorarse de él, ya sean los que han llegado a las cumbres del poder estatal o en pequeños puestos de la más insignificante ciudad. Ponferrada es buen un ejemplo.
Para evitar más decepciones, deberíamos asumir, de una vez por todas, que la democracia liberal es instrumental para las clases dominantes, esto es, funcional a sus intereses, y en consecuencia, la legalidad democrática es aniquilada cuando, a través de ella, las fuerzas realmente democratizadoras o antisistema cuestionan su dominio. Para el sistema de partidos de Estado, la democracia se limita a lo formal, a los aspectos electorales y al juego de partidos dentro del sistema. Los hijos bastardos del 15M lo aprendieron muy rápido. Mientras no asumamos el marco en el que nos movemos no seremos más que voces condenadas a la estupidez y la desgracia, nos venden como auto justificación. Y muchos, muchísimos se lo creen.
El sistema político-social que el capitalismo ha construido lo describió, magníficamente, el político y escritor francés Frédéric Bastiat del siglo XIX: “Cuando el saqueo se convierte en modo de vida de un grupo de hombres en una sociedad, no tardaran en crear un sistema legal que lo autorice y un código moral que lo glorifique”