[LA OVEJA NEGRA] Otro mundo es posible, para llegar a él debemos desaprender
GERMÁN VALCÁRCEL | En una sociedad donde hay más desalmados, alienados y necios que personas decentes, la lucha más importante, la lucha fundamental de nuestro tiempo es asimilar –intelectual y emocionalmente– el desastre que nos aguarda, aceptar que la inmensa mayoría de las personas no responderán racionalmente ante la devastación que nos espera.
Hace escasos días, una de esas bien pensantes personas que conforman nuestra clasemediana sociedad me decía, hablando sobre el actual escenario: “mientras llegue para mí, los que vengan detrás que se jodan”. La banalidad del mal está instalada entre nosotros desde hace tiempo. Intuyo no es el único que así piensa.
Para estos “buenos ciudadanos”, cumplidores de “la ley y el orden” no existen los desahucios, el frío, la pobreza, la precariedad, el paro, la pérdida de derechos, la represión. Para estas “buenas gentes” lo importante es ser un “ciudadano ejemplar”, según la norma vigente y sus cánones clasemedianos, y que el sistema siga funcionando sin problemas, al menos hasta que ellos también pasen a formar parte de la, cada vez más abundante, legión de excluidos económicos. Somos una sociedad plena de insolidaridad y mediocridad, por eso tenemos, como representantes y dirigentes, una clase política menguada, calamitosa e inútil, repleta de trepas narcisistas y codiciosos caciques sin escrúpulos que convierten las instituciones en estercoleros.
Aunque nos neguemos a admitirlo, nuestro modelo económico, político y social ha entrado en crisis. Cuando el crecimiento, el motor del capitalismo, ha comenzado a topar con sus límites físicos, se ha empezado a desmoronar, y como consecuencia se usa la democracia para destruir la democracia, los derechos humanos para destruir los derechos humanos, la idea de defensa de la vida para destruir la vida, revelando, así, las tendencias totalitarias que anidan en el seno de las sociedades capitalistas (algo intrínseco al capitalismo, en todas sus variables, ya sean la liberal, neoliberal, o la mal llamada “socialista o comunista”) donde el exceso de mandato se vuelve cómplice del exceso de obediencia.
Estamos en un periodo de transición histórica; un periodo a la vez esperanzador y peligroso. Pero lo que sí podemos afirmar es que la democracia liberal ya no sirve como marco político y social para sostener el capitalismo. En el actual contexto histórico y social, el capitalismo, para intentar sobrevivir, está creando una situación de sociedades políticamente “democráticas”, pero socialmente fascistas. Hay demasiado fascismo en la sociedad, solo hay que observar cómo ejercen el poder nuestros “representantes”, darse una vuelta por las redes sociales o leer los medios de comunicación, convertidos, mayoritariamente, en instrumentos de alienación y polarización. Por eso es tan difícil organizar un debate que sea intelectualmente sólido, eficaz y políticamente exitoso. Entonces, ¿cómo vamos a crear una contrahegemonía en este nuevo escenario que se avecina? ¿Cómo construir una resistencia popular donde las clases tienen un papel muy fuerte, pero tiene que articularse en muchas otras formas?
Lo que sí podemos afirmar es que la democracia liberal ya no sirve como marco político y social para sostener el capitalismo
Va a ser difícil, porque, desgraciadamente, nos seguimos contentando con los mitos de la Ilustración y la Modernidad occidental que inspiran, aún hoy, las opciones geopolíticas de las sociedades occidentales y un humanismo marcado por unos protocolos que han justificado, y justifican, mecanismos sistémicos brutales de exclusión y jerarquización, donde el colonialismo, el racismo y el expolio de los pueblos del Sur global son vectores fundamentales -un buen ejemplo es la “Green New Deal”-. Un colonialismo que, ahora, enseña sus garras en lugares como el Bierzo, en realidad en toda la España “vacilada”.
Si queremos avanzar debemos escapar de los protocolos intelectuales que impone, unilateralmente, una visión del mundo que nunca tuvo en cuenta, ni supo valorar, la diversidad cultural del planeta. Debemos empezar a aprender desde abajo, escuchar las cosmovisiones, culturas y pueblos que hemos destruido. Hay que desaprender; desaprender cosas que son muy convencionales. Si pregunto, por ejemplo: ¿quiénes fueron los fundadores de la sociología? Estoy convencido de que la mayoría contestará que Weber, Durkheim y Marx. Pero faltará un gran autor, un gran fundador de las Ciencias Sociales, como hoy las conocemos, que vivió en el siglo XIV, en Túnez, Ibn Jaldún. El capitalismo nos ha colonizado física, económica, emocional e intelectualmente, generando una sociología de las ausencias, que sirve para invisibilizar, ignorar y silenciar lo que no puede asimilar o destruir.
Por eso, “desde dentro”, desde su epistemología, es imposible construir ninguna contrahegemonía. Para construir algo nuevo es necesario aceptar la diversidad (no me refiero a la diversidad política e intelectual tal como la entendemos en las democracias liberales, sino a la diversidad epistemológica) y lo más difícil celebrarla. Sé que es más fácil decirlo que practicarlo. La supremacista cultura eurocéntrica nos ha castrado. Por eso, la principal función que deberían asumir los nuevos movimientos sociales, es crear zonas de desaprendizaje que permitan construir espacios para el nuevo aprendizaje.
Si algo he aprendido en mis “correrías” por América Latina, es la dificultad de crear alianzas sólidas entre los distintos movimientos indígenas y la izquierda de raíz eurocéntrica. Por ejemplo, para la cultura eurocéntrica el concepto naturaleza es un recurso, para las culturas de los pueblos originarios es la Pacha mama, la madre Tierra. En la construcción de movimientos políticos los pueblos originarios suelen acompañarse de componentes espirituales muy profundos en sus luchas y movilizaciones; la izquierda eurocéntrica es totalmente secularista, todo lo que sea trascendente y espiritual es sospechoso. Pero, sin embargo, como bien me hizo ver un dirigente indígena ¿Cuántos marxistas han muerto luchando por esa “espiritualidad” que no es religiosa? Allí fue donde aprendí que, para los pueblos originarios, hay luchas muy materialistas que nacen de la espiritualidad. ¿Hay que despreciar esa experiencia de la que parten? ¿Se puede, simultáneamente, ser materialista y querer un lugar para la espiritualidad? No entra en nuestra eurocéntrica cabeza; por eso la necesidad de desaprender para comprender la complejidad del planeta.
Solo si vamos más allá de la monocultura del neoliberalismo, de la “democracia representativa” y de los partidos políticos que hacen de la diferencia ideológica una grieta donde consolidar sus núcleos duros y su poder, podremos buscar espacios de encuentro; solo desentendiéndonos de una actitud fatalista y culpable recuperaremos el poder de actuar aquí y ahora; solo si somos capaces de entender la sociedad como mosaico dinámico de antagonismos superpuestos y razonamos desde la inestabilidad encontraremos caminos y soluciones. Pero como escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel: “Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, hay un claroscuro. En ese claroscuro surgen los monstruos”. Debemos matar los viejos paradigmas, para que nazca lo nuevo y no haya tantos monstruos.