[LA OVEJA NEGRA] La estupidez contra la libertad de expresión
GERMÁN VALCÁRCEL | Estos días he podido asistir, como espectador privilegiado al estar involucrado personalmente, a un episodio que me confirma que ante la estupidez es difícil protegerse, ya que el estúpido es aquel que causa pérdidas a otros, perjudicándose a la vez a sí mismo. Un buen ejemplo nos lo están ofreciendo el exalcalde de Ponferrada, Samuel Folgueral (Folgueral vincula a Ramón con una supuesta trama para arruinar su carrera política) y sus cinco mariachis, poniendo en práctica ese conocido y antiguo refrán que dice: “Cuando el tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue”.
Una persona medianamente inteligente puede entender la lógica de los actuales políticos, cuyo único objetivo es el poder, el dinero y dar lustre a sus enfermizos egos, pues sus acciones pueden seguir un modelo de racionalidad en busca de esos objetivos. Cuando no son lo suficientemente inteligentes para imaginar métodos con que obtener beneficios para sí, procurando también beneficios a los demás, deberán obtener su beneficio causando pérdidas a su prójimo. Esto no es justo, pero es racional, y por ser racional, puede preverse. Pero con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. No existe modo racional de prever cuándo, cómo y por qué un estúpido llevará a cabo su perverso ataque. Frente a un individuo estúpido, todos quedamos completamente desarmados.
Lo mismo que existen muchas clases de políticos -el sectarismo y la estupidez carecen de ideología- también ocurre lo mismo con los periodistas, citaré un par de ejemplos: periodistas de calle o de investigación que fundamentalmente tienen el papel de activar el interés con respecto a determinadas materias, luego está el periodista de opinión, que es el que está haciendo una batalla ideológica. El columnismo de opinión es el género periodístico donde se expresan comentarios personales y poca o ninguna información objetiva, y no tiene otra función que ofrecer una mirada personal sobre la actualidad.
Los columnistas no somos jueces, no dictamos sentencias inapelables basadas en verdades incuestionables. Solo somos eso, “opinadores” u observadores de la realidad, sobre la que aportamos nuestra visión, nuestros conocimientos, nuestra experiencia y mediatizados por nuestras filias y fobias. El columnista de opinión puede permitirse ajustes de cuentas impropios para los periodistas que hacen información; un columnista puede ser arbitrario, utilizar el sarcasmo, la burla, el improperio, no ser imparcial, entre otras cosas porque no creo en la imparcialidad. La libertad de crítica contra quienes ejercer el poder no solo es necesaria, está amparada por la Constitución: incluso cuando la misma sea desabrida y pueda molestar, inquietar o disgustar a quien se dirige, pues así lo requiere el pluralismo y la tolerancia sin los cuales no existe la sociedad democrática. Creo que es algo que entiende cualquiera que no sea un estúpido. Los lectores deberían de tener claro que la mayoría de las columnas solo tienen sentido si su objetivo es el de crear discusión y debate. Un columnista acrítico es lo más parecido que hay en el mundo a un tendero.
Aunque las columnas periodísticas suelen tener la pretensión de crear opinión, cada vez más tengo la sensación de que el columnismo únicamente es eficaz y socialmente útil cuando deja una memoria fugaz, una leve huella en la conciencia del lector y una manera no sectaria de subrayar la realidad, y así poder ofrecer un paisaje moral sobre cómo se mueven esos personajes vanidosos, mediocres y enfermos de protagonismo: los políticos no deben ser tomados en serio, ya que ellos mejor que nadie saben lo que son, unos impostores que constantemente intentan dejarnos en estado de imbecilidad.
Pero existe en el Bierzo, en general en todo el país, una cierta creencia entre los dirigentes políticos (en esto coinciden absolutamente todos), y lo que es más nefasto, entre muchos de sus militantes, votantes o simpatizantes, que los columnistas nos debemos dedicar a practicar una suerte de servilismo militante que de aceptarlo nos convertiría en monaguillos de un método político sectario que sería fatal para los intereses ciudadanos, y lo que en el fondo es peor, para la propia calidad de la vida democrática. Disentir no es más que ejercer de espejo crítico, acabar con el disenso lleva a la anquilosis.
La libertad de crítica contra quienes ejercer el poder no solo es necesaria, está amparada por la Constitución
El periodismo concebido como relación amigo/enemigo es una forma totalitaria de entenderlo. Bien es cierto que coherente con las formas de practicar la acción política en nuestra cerrada y mediocre sociedad, por parte de los partidos, sindicatos y muchas organizaciones sociales. Algo que, sobre todo, la izquierda política y su entorno progre practican con fruición, olvidando que una opinión publica libre es necesaria para el ejercicio de otros derechos inherentes al funcionamiento de la democracia.
Tomar partido no es lo mismo que aceptar la bochornosa instrumentalización que de la vida pública realizan la mayoría de nuestros representantes políticos. Ser partidario no da como resultado hacerse partidista. Denunciar que algunos de nuestros dirigentes-representantes tratan de eliminar todo pensamiento crítico y autónomo, para mejor convertir las instituciones en sus cortijos particulares, o airear que la gran mayoría practica una bochornosa instrumentalización que convierte los debates políticos en espectáculos que enfrentan a hinchadas iracundas, en lugar de ideas y programas, ocultando así la identidad de intereses, no es más que un intento, al menos en mi caso, de reflexionar sobre la larga e inmensa crisis de la clase política que, con sus método tan torpes y zafios, han dejado a toda su clientela con los traseros al aire y enmerdado la convivencia.
Sí, lo sé, «los críticos sin alternativas» nos repetimos mucho, pero qué quieren que les diga, nos repetimos tanto como lo hace el entorno político local, y seguiremos repitiéndonos mientras éste haga lo propio, como se repetía Sócrates hasta que le mataron por cansino. Eso, parece, pretenden algunos, tal vez no la muerte física -aunque a veces lo parece- pero sí al menos la social, al actuar como “matones” de la libertad de expresión y de pensamiento.
Por lo que se refiere a la ética del periodismo, creo que se ha perdido el valor de la ética de la resistencia y se ha pasado al espíritu dominante de la batalla por la audiencia, por el mercado. Si la verdad se vende en el mercado, es verdad, si no se vende en el mercado, es mentira. Los profesionales de los medios de comunicación deberían saber, y por tanto defender, que el pensamiento libre es una de las materias más valiosas que tienen. Eso sí, también muy peligrosa, ya que le puede llevar a la muerte o a la cárcel, y en un sistema democrático como el nuestro, al silencio, a la censura o al despido.
Permítanme que, una vez más, acabe con una cita: «En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente sanos como para vomitar las mentiras que nos obligan a tragar cada día (…) En tiempos oscuros seamos lo suficientemente valientes como para tener el coraje de estar solos y lo suficientemente valientes como para arriesgarnos a estar juntos». (Eduardo Galeano, En tiempos oscuros).