[LA OVEJA NEGRA] Caretas versus máscaras
GERMÁN VALCÁRCEL | Los símbolos nunca son neutrales; y la política, desde luego, también se expresa mediante símbolos que, como a menudo sostenía Albert Camus en su Sisifo, superan las expectativas.
Los activistas que, el pasado día del Bierzo, arrinconados en la estrecha calle del Reloj de Ponferrada, sin nombre ni organización hegemónica detrás, cubiertos con caretas de Anonymus y armados con pequeñas pero peligrosísimas pancartas de cartón, manifestaron su rebeldía, pacífica y silenciosamente, componiendo la frase “Iglesia y Estado son asuntos separados”, lo hicieron lanzando, de paso, varios mensajes: luchaban sin cara, tapándosela para que los vieran, negándose el nombre para que los nombraran. Parece que lograron su objetivo, fueron obligados a identificarse por la policía municipal –siete policías para seis manifestantes, tres de ellas mujeres– reconvertida en fuerza represiva, no de la delincuencia si no de la libertad de expresión y de pensamiento. Seguramente los sectores nacional católicos o los viejas camisas azules de la ciudad –haberlos, haylos- hubieran fusilado directamente a estos “esbirros del ateísmo luciferino”.
Posiblemente nunca sabremos quien dio la orden de intimidar a los activistas, lanzando contra ellos la llamada Ley Mordaza. Tal vez fue algún personaje que carece de la talla suficiente para hacerlo, pero los responsables políticos son dos autodenominados socialistas, el concejal de Seguridad y en última instancia el Alcalde, ¿cuál era el delito don Olegario?
La mentalidad que subyace bajo esa forma de actuar forma parte de ese pensamiento, tan típico en los clasemedianos más reaccionarios, que consideran toda disidencia fuera del pensamiento políticamente correcto perseguible, y su religión, su ideología, sus valores y su ordenamiento jurídico, herederos de aquellos impuestos hace dos siglos al grito de ¡¡¡Vivan las caenas!!!, superiores a las ideas y reivindicaciones de “esos cobardes enmascarados perroflautas”. La desmesurada actuación de la policía municipal es la palpable demostración de que la prioridad no es combatir la delincuencia, si no defender los privilegios y obsoletas tradiciones de los grupos que realmente controlan la sociedad ponferradina.
Estoy convencido de que las seis personas que se tapaban el rostro con las caretas de Anonymus -utilizada en sus protestas por los movimientos antigubernamentales, antisistema y okupas en todo mundo- no tendrían ningún problema en quitársela, los activistas siempre supieron lo que buscaban: una acción política alternativa, una metáfora inesperada, improbable en un contexto reaccionario y en una sociedad servil con el poder y semianalfabeta políticamente como la ponferradina, con ese gesto pretendían destacar el mensaje que portaban, no quien lo daba, crear espacios de resistencia, salir de la tristeza política y de la impotencia que, para cambiar la realidad y a nosotros mismos, los partidos políticos, todos, han sembrado en nuestro imaginario político, encontrar empuje, aliento e inspiración para inventar otro imaginario en el que, para los sectores más progresistas, no sea una vergüenza ser ciudadano de esta ciudad.
¿Está dispuesta la sociedad ponferradina y sus representantes políticos a quitarse su máscara?
Por eso servidor, ante las acusaciones de cobardía (lanzadas por algunos, ante la cara cubierta de los activistas), se hace algunas preguntas: ¿está dispuesta la sociedad ponferradina y sus representantes políticos a quitarse su máscara?, ¿está lista la perezosa, pazguata, codiciosa, rentista, funcionarial y subsidiada clase media ponferradina a quitarse ese disfraz que desde hace muchos años camufla la podredumbre, corrupción y miseria moral que anida en su seno?, ¿reconocería que la imagen de supuesta modernidad que vende no es más que un barniz para difuminar, además de su mediocridad, el poder de la mostrenca y rígida iglesia católica, y el de los corruptos y admirados caciques que han utilizado esta ciudad y sus instituciones como instrumento de negocio, mientras mangoneaban nuestras vidas?
Seguramente si accediera a quitársela se daría cuenta de que la imagen que tiene de sí misma es más falsa que las promesas y palabras de un dirigente político y la realidad bastante más aterradora de lo que niegan, ahí está la última información estadística que asegura que uno de cada cinco ponferradinos vive por debajo del umbral de la pobreza y casi doce de cada cien en situación de pobreza severa, siete mil quinientas personas en un municipio de sesenta y cinco mil habitantes, pero en estas tierras la pobreza se invisibiliza y tapa con la bandera del Bierzo o con el manto de la Virgen de la Encina, y si se cronifica la muy caritativa iglesia católica podrá darles de comer en su comedores asistenciales, mientras sus dirigentes hacen operaciones urbanísticas o suculentos negocios con los ciudadanos más ancianos de la ciudad, y la supuesta izquierdista concejala podemita, responsable política de los servicios sociales municipales, confundiendo asistencialismos con solidaridad los cosificará en una rueda de prensa, a mayor gloria de su hipertrofiado ego político.
Si los satisfechos y biempensantes clasemedianos ponferradinos aceptaran quitarse la máscara se tropezarían con la estupidez -cuando no directamente con el fascismo- entronizada y atrincherada en puestos institucionales; la simulación como forma de vida; la mitomanía como táctica y estrategia; la frivolidad como cultura, arte y ciencia; el escalonado desprecio hacia lo diferente; la resignación a precio de mayorista en el mercado político, donde sólo queda optar, ya no por lo menos malo, sino por lo menos escandaloso.
Ya lo afirmaba, en el siglo XIX, aquel magnifico escritor valenciano, Blasco Ibáñez, que tan bien supo retratar a la iglesia católica y describir su nefasta influencia en la sociedad española: “La sociedad estacionada y refractaria a toda innovación es el Santo Oficio moderno. El que desentona, saliéndose de la general y monótona vulgaridad, se atrae las iras sordas de la gran masa escandalizada y sufre el castigo.”