[LA OVEJA NEGRA] Ecologismo mainstream
GERMÁN VALCÁRCEL | Son muchos los datos que nos alertan del peligro de que nuestra civilización industrial se derrumba, colapsa. Y pronto, lo que significa será dentro de la vida de la mayoría de las personas que hoy habitan el planeta (hay decenas de países que ya han colapsado). Soy consciente que empezar esta columna con semejante aseveración no es un gran reclamo para seguir leyendo.
Pero antes de continuar permítanme explicar qué pretendo decir cuando hablo de “colapso”. En primer lugar, no significa que los humanos nos vayamos a extinguir, si bien es un escenario plausible, dadas las muchas amenazas a las que nos enfrentamos, pero poco probable. Por colapso, me refiero al de las instituciones sociales como los gobiernos, economías o dicho de otra forma, al metabolismo socioeconómico en el que estamos inmersos. En definitiva, un colapso, para nuestra muy desarrollada civilización, es el proceso en el que las necesidades básicas (agua, alimentos, vivienda, ropa, energía, etc) de la mayoría la población no pueden ser satisfechas por servicios bajo supervisión jurídica. Así que se ruega a los que estén en desacuerdo no vuelvan a tildar de “apocalípticos” (concepto religioso) a los que hablamos de colapso. Busquen otros argumentos más sólidos.
Aunque los problemas a los que nos enfrentamos son muchos, se puede afirmar que el más importante es el resultado del exceso ecológico: algo que sucede cuando un organismo utiliza los recursos de un ecosistema más rápido de lo que puede regenerarse. Esto es lo que llevamos haciendo de manera cada vez más acelerada desde hace dos siglos. La pregunta es ¿cuánto tiempo pasará hasta que los humanos superemos la capacidad de carga ecológica del planeta? La respuesta es que ya lo hicimos hace 50 años. Actualmente, en julio del pasado año, según Global Footprint Network, consumimos los recursos que el planeta genera en un año. Lo cual nos lleva a que estamos consumiendo el equivalente a 1,80 planetas. Nos lo podemos permitir, de momento, porque estamos usando y consumiendo recursos que se habían acumulado mucho antes de la aparición del ser humano. Pero esos recursos se están agotando -el más importante, no el único, los energéticos- y no va a quedar otra que vivir con lo que el planeta genere cada año. Eso va a suponer un enorme costo en vidas humanas y sufrimiento, si no somos capaces de organizarnos, de organizar nuestro modo de vida de forma diferente a la actual.
La catástrofe ambiental plantea la urgente necesidad de reestructurar el metabolismo socioeconómico, el capitalismo (algo que el ecologismo mainstream jamás cuestiona), y los preceptos civilizatorios vigentes en torno a un modelo sustentable que acepte, de una vez por todas, la imposibilidad de crecer infinitamente en un planeta finito. Por ello, es necesario, de forma imperiosa, rechazar las panaceas que los gurus del capitalismo verde y el Green New Deal -Transición Ecológica en España- que escondidos tras sus discursos amables, sus ideologías inclusivas y su lucha contra el cambio climático, plantean, sin remilgos, esa supuesta transición hacia “energías renovables” destruyendo nuestros montes, en favor de la mega-ingeniería, el neo-extractivismo y otros monstruos, hijos del neocolonialismo verde.
En estas vísperas electorales, el ruido mediático: como el fichaje de “ecologistas” para las listas electorales (caso de Podemos en Ponferrada); las conferencias con conocidos decrecentistas donde se impide, por parte la una muy estalinista dirigente del Partido Comunista local, las preguntas de personas críticas, como ocurrió en León en la última charla de Antonio Turiel, o las fotos “pactadas”, con la autoridad competente, como la “regañina” -atrás parecen haber quedado las sonrientes “foticos” con camisetas verdes- de la “poetisa verde” (sobre luchas y resistencias no pactadas, los trabajadores del servicio de limpieza de la capital berciana pueden darles un cursillo acelerado) con la ministra de Industria en Ciuden, o la de la próxima semana ante la inauguración de La Térmica Cultural con la vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica, sirven para que nos olvidemos que ningún partido del arco institucional, se encuentre en el punto del espectro ideológico que se encuentre, cuestiona o ha cuestionado la raíz del problema -solo se “enfrentan” entre ellos por cuestiones formales- sin lo cual lidiar con los síntomas se torna cada vez más complejo y hasta imposible.
El ecologismo mayoritario que sufrimos en esta comarca, en el país en general, se reduce al pequeño gesto, cuando no a la simple gesticulación
Las ONG ambientalistas son parte del mismo conjunto político que dice “supervisar” su función consiste en desactivar la cólera política y encauzarla. Desafilan los bordes de la resistencia política, son un parachoques entre los gobiernos y los oprimidos y expoliados: Se han autoerigido en los árbitros, los interpretes y los facilitadores. Por eso, el enemigo a batir para esta gente no son, solo, los malos oficiales, Vox y los gobiernos autonómicos de la derecha, imán del desprecio fácil de la biempensante progresía clase mediana, sino los “utópicos anarquistas-decrecentistas de mierda”.
El movimiento ecologista berciano, pro-establishment la mayoría de él (alguno de sus colectivos es, en su funcionamiento, lo más parecido a los sindicatos oficiales del Régimen: judicialización de los conflictos y fotos con las autoridades) ha estado, está, manipulado por los partidos como si fuera un violín. En estas vísperas electorales, todos ellos, sobre todo la izquierda electorera atrápalo todo, busca un ecologista con el que pintar de verde sus listas electorales. Aseguran luchar por “salvar el planeta”, cuando lo que hacen es invitar a personas individuales a un cenáculo, las instituciones, atestado de gente que, se ha demostrado una y otra vez, son los que están generando los problemas ambientales que dicen querer detener.
El ecologismo mayoritario que sufrimos en esta comarca, en el país en general, se reduce al pequeño gesto, cuando no a la simple gesticulación. Rebelarse y disentir debe significar focalizarse en dejar de nutrir a quienes con sus decisiones políticas nos están asesinando. Cuando colaboras con el sistema de producción -y el social que lo apuntala- ayudas a blanquear o enverdecer ese sistema, y en consecuencia la batalla esta perdida de antemano. El metabolismo socioeconómico actual no lucha contra aquello que lo rebate, directamente lo compra -tiene muchas formas de hacerlo, además siempre funciona el respeto al orden establecido y el miedo a la autoridad competente- para después venderlo. Así, no solo lo desactiva, sino que, además, le saca beneficio. ¿Qué otra cosa son los fondos Next Generation?
Por eso, si queremos avanzar no nos queda otra que aceptar quien ha sido el vencedor, y como sostiene Jorge Riechman en su libro Autoconstrucción, la transformación cultural que necesitamos: “El capitalismo ha ganado, pero no sobrevivirá a sí mismo, abandonar la lucha no tiene sentido, luchar no tiene sentido. De ahora en adelante tendrás que encontrar tus propios motivos para vivir, para dar sentido a tu vida, para sostener los vínculos, para seguir llamándote humano, porque esto se acaba y no vamos a dejar herencia, sino escombros; habrá que levantar sobre ellos la vida”.