[TRIBUNA] La neutralidad de los poderes públicos
MANUEL ÁNGEL MORALES ESCUDERO | El principio de neutralidad de los poderes públicos es una de las características esenciales de nuestro sistema político. Establecido en diversos artículos de la vigente Constitución la neutralidad garantiza que los espacios públicos son de todos y que ningún partido o ninguna ideología pueden apropiárselos. Esa es la teoría.
En la práctica, desde el triunfo ilegítimo de José Luis Rodríguez Zapatero, con un país en estado de shock por el peor atentado terrorista de su historia, este principio se quebró repentinamente, con la anuencia de una oposición acobardada por la violencia política que desde ese mismo momento se impuso en España. De la mano de los llamados “indignados” una horda violenta y antidemocrática se arrogó el derecho a decirle al resto de los españoles cómo tenían que amar, relacionarse, comprar, consumir; cómo tenían, en definitiva, que ser “buenos ciudadanos”, pues hasta entonces se supone que los españoles habíamos vivido en la ignorancia y en un estado semisalvaje. Esta policía moral se encarnó en un partido y unos símbolos que llevaban en sus raíces la genética del totalitarismo, del enfrentamiento, del odio y de la violencia contra el contrario que para ellos es el enemigo. Con su lógica leninista todo valía para derrotar al enemigo, pues estaban en guerra con él y como Clausewitz, en una guerra solo cuenta la aniquilación del enemigo.
A medida que iban llegando al poder se iban apropiando de los espacios públicos. Las plazas, las aceras, las farolas, los pasos de peatones, los bancos y los balcones del ayuntamiento ya no eran de todos, solo de ellos, de la “gente” como suelen hipócritamente decir. Pero la gente solo eran ellos, los suyos. Enviaron a las escuelas su cartelería, no molestándose siquiera en disimular su adoctrinamiento, utilizando los colores del partido, sus formas geométricas. Y así, en escuelas, institutos y universidades colgaron los carteles de sus ciudades feministas ignorando que hay gente que no lo era, que no lo es, que no lo será, que no quiere, en definitiva, seguir su doctrina de odio, esa que ignora que los espacios públicos deben ser neutrales, pues son de todos. La intención de estos totalitarios no es simplemente adoctrinar, es demostrar que pueden utilizar el espacio público como si fuera suyo, que pueden excluirte de él. En esta misma línea se pide en escuelas, en institutos, en universidades que un día vayas con ropa morada. No es tanto para demostrar tu apoyo a la “causa feminista” como para que el que no obedezca quede señalado como trasgresor, como díscolo. Es una forma bestial de discriminación que desde las instancias inspectoras se pasa por alto y en el que nadie se mete, pues han sembrado de su ideología de terror todas las instituciones para que nadie se atreva a levantar la voz.
No hace falta ir muy lejos para comprobar la bestialidad de este fenómeno. Tenemos ejemplos de sectarismo totalitario muy cerca de nosotros, bajo nuestros propios pies. Los balcones de los Ayuntamientos de la “gente” no son más que espacios para la propaganda política, para el adoctrinamiento de la población y para demostrar que el consistorio ya no pertenece a los ciudadanos, sino a un grupúsculo adoctrinador que te restriega por la cara sus brutales consignas. En la educación pasa lo mismo y nadie alza la voz. En su momento, como alumno, me dirigí a la Universidad para protestar contra la campaña de la concejalía de la “gente” que había llenado de carteles los espacios de la Universidad Pública que es de todos. Si ibas a la biblioteca, quisieras o no, te encontrabas con el cartel con sus colores partidarios en la puerta. Y lo mismo pasaba en la puerta de entrada del Centro Universitario. Nunca se molestaron en contestarme. ¿Falta de respeto? ¿O simplemente miedo? Y esa es solo una muestra de lo que han hecho con las ciudades que han “okupado” convertidas ahora en estercoleros ideológicos y sin que una oposición adocenada y mediocre haya protestado como sería su obligación democrática.
Hay miedo en las calles de las ciudades de la “gente” por la violencia política ejercida de modo impune desde las instituciones. Las Plazas del Ayuntamiento de la “gente” se llenan de bancos adoctrinadores en una grotesca muestra de falta de respeto al principio de neutralidad de los poderes públicos. Se utiliza el suelo de estas plazas para alfombrarlo de víctimas de un solo signo político, se inauguran rotondas para contar historias que no coinciden con la realidad, se usa el balcón de los consistorios para colgar sus mensajes ideológicos y despóticos.
Apropiándose de los espacios públicos eliminan la diversidad ideológica de la sociedad. Robando la geografía despojan al ciudadano de su dimensión pública arrojando al discrepante al olvido de su domicilio. Ellos lo saben porque lo hacen con todo el conocimiento, a sabiendas de su injusticia, con la comprensión de que si los espacios públicos ya no son neutrales demuestran que pueden hacerlo, que todo es de ellos y que no hay nadie que les pueda hacer frente. Así se hizo en la dictadura de Stalin. Las calles de cualquier pueblo de la antigua Unión Soviética eran ocupadas por los mensajes, por la cartelería del partido, por las consignas. Las escuelas eran un espacio para delatar al discrepante, al que no llevara la insignia del partido. Hoy se pide que vistas de morado para poder señalarte si no lo haces. Y a nadie parece importarle.
Es triste. Me siento como Casandra: siempre he sabido que lo iban a hacer y lo han hecho. Ahora es responsabilidad de todos arrojarlos al basurero de la Historia si queremos volver a vivir en libertad.