[LA OVEJA NEGRA] Elecciones en una pseudodemocracia
GERMÁN VALCÁRCEL | Los periodos electorales son tiempos para que demagogas y demagogos, con escasa formación, ninguna ética, mucha codicia y egos hipertrofiados, se conviertan en protagonistas. No generarían ningún problema -más allá de la molestia de tener que soportar sus necedades- si después del día veintiocho, estos personajes, convertidos en nuestros “representantes”. no se sintieran legitimados para vender los saldos y retazos de nuestras geografías, a precio de liquidación por fin de temporada. Como hacen los delincuentes cuando venden, a precio de ganga, el botín de sus robos. Seguir colaborando con ellos, votándolos, nos convierte en sus cómplices. ¿Es la libertad de elegir entre estos personajes, dignos del Patio de Monipodio, la única libertad posible?
Mientras nuestras geografías son regaladas a los poderes financieros con la disculpa de “descarbonizar la economía” los candidatos a gobernarnos (a jodernos) parece que no tienen nada que decir al respecto. ¿Han escuchado a algún candidato de cualquier municipio berciano -zona masacrada por las mal llamadas renovables- hablar de cambio climático, escasez energética o crisis medioambiental? ¿Que opinan esos candidatos sobre convertir nuestras montañas, valles y bienes comunales en polígonos industriales?.
Los futuros representantes no necesitan contestar a esas preguntas, el circo electoral desprecia la honestidad y recompensa a los que destruyen la naturaleza. La salvación del medio ambiente se ha convertido en el más brillante negocio de los que lo aniquilan, y en una cómoda coartada verde para las consumistas -y votantes- clases medias que, de esta manera, tienen la ilusión de que se pueden comprar un estilo de vida sostenible con dinero. La cultura del consumo mete mucho ruido, como el tambor, porque está vacía. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora.
Pero no nos engañamos, nadie es inocente si piensa que la solución al cambio climática y, a las crisis ambiental y energética es reemplazar las energías fósiles por molinos eólicos y por fotovoltaicas. ¿Para cuándo un movimiento ecologista que de verdad se oponga a la barbarie ecocida y genocida? Me temo que nunca, ya que una parte, muy importante, de ese movimiento ecologista vendió, hace mucho, su alma a la política y a la industria verde. Si esa parte del movimiento cree, y su forma de actuar no me desmiente, que la red vital de la que formamos parte no es más que un recurso, estamos condenados.
Esa forma de pensar y actuar viene de la aceptación del Capitalismo, con tal de poder sacarle unas migajas de sector público y justicia social, esas cosillas que no se darían de no estar ahí la “izquierda” que participa en el gobierno. Lo que está fuera del gobierno, lo que no forma parte de él, lo que no pertenece a una ONG con capacidad de “negociación”, es inofensivo, inane, nada puede hacer, no es nada, no es nadie, eso sostienen sus hegemónicas terminales sociales. Solamente desde dentro se puede, si no, no. ¡Si no se forma parte del Poder, no se tiene ningún poder! Comprenderán que discrepe. Y discrepo porque los de fuera somos muchos, somos legión, solo falta organizarnos, algo que van a intentar reventar sus “movimientos sociales”. Se constata diariamente.
Los tiempos que vienen van a ser muy duros, vivimos las primeras etapas de un profundo cambio civilizatorio
Vivimos en tiempo de descuento, el planeta se agota y cuando se desplome será inevitable enfrentarse, no queda otra, tanto a algunas preguntas radicales como a sus desafiantes respuestas ¿Qué nos ha traído hasta aquí? ¿Cuál es la dimensión de la crisis a la que nos enfrentamos? ¿El decrecimiento es una opción o el contexto en el que respiramos? ¿Qué transición energética es todavía posible? ¿Cómo deconstruir y desmercantilizar nuestras vidas? Lo que sí está claro es que a esas interrogantes no responderá ningún partido político, ni ninguna de sus verticales y hegemónicas terminales sociales, ni las respuestas saldrán, tampoco, de las urnas.
Ante las múltiples crisis que nos asolan, existen, de hecho, dos enfoques: por un lado, el de quienes apuestan por el Green New Deal y sostienen que cabría estabilizar el clima y detener la crisis ecológica manteniendo el nivel de crecimiento y de consumo energético actuales, o la visión opuesta, la de quienes pensamos que el crecimiento económico no es desvinculable de la emisión de gases de efecto invernadero ni, por consiguiente, del deterioro ecológico que está a punto de llevarse el planeta por delante. El primer enfoque sería compatible con el sistema económico capitalista. El segundo, evidentemente, no.
Los defensores de la primera tesis parecen no aceptar que hemos alcanzado los límites de la producción de energía neta y de la biocapacidad del planeta. Por eso, nuestro problema se llama crisis civilizatoria y, para afrontarla, ya no sirven las viejas y caducas recetas del pasado siglo. Si queremos sobrevivir, como especie, debemos reinventar todo: la forma de producir alimentos, de construir asentamientos, de abrigarnos, de desplazarnos, de relacionarnos con la naturaleza y, lo más importante, la forma de relacionarnos entre nosotros.
Los tiempos que vienen van a ser muy duros, vivimos las primeras etapas de un profundo cambio civilizatorio. El primer reto al que nos enfrentamos es tomar consciencia de la inconsciencia de nuestras actuaciones y asumir que la solución jamás la podrán aportar quienes han ocasionado el problema. En estos difíciles tiempos la única oposición, la única forma de rebeldía, se debería centrar en combatir y destruir lo existente. La disidencia real se debe focalizar en dejar de nutrir este sistema genocida y ecocida y en construir algo nuevo. Por eso, las llamadas a combatir dentro de los márgenes del sistema no son más que convocatorias a la sumisión. Ya decia Walter Benjamin que: “Solo aquellos que no tienen esperanza nos dan esperanza”.