[LA OVEJA NEGRA] Hervidos como ranas mientras votamos
GERMÁN VALCÁRCEL | l Hace tiempo que dejé de creer que el remedio a nuestros problemas pueda ser electoral, no pienso que la solución al feroz neoliberalismo de la derecha, que nos roba la salud, la educación, las viviendas, los ahorros y los derechos más básicos sea la izquierda institucional que actualmente gobierna, donde los oportunistas y trepas ejercen de cabeza de puente del capitalismo más depredador.
Pero todo tiene un límite; la clase política está forzando las cosas y la desesperación y los callejones sin salida nunca han sido buen presagio de nada. Ya lo dejó dicho Marx: la violencia siempre ha sido la partera de la historia y estamos en el final de una forma de entender el mundo, de un modelo de convivencia. La Europa nacida de la II Guerra Mundial la están finiquitando. La impotencia de los Estados frente al capital transnacional es el resultado del carácter estructuralmente subordinado del Estado y la política frente al Capital. Los políticos, aliados con el poder financiero, han tomado en sus manos la construcción de un nuevo feudalismo corporativo. El ecocidio y genocidio que están perpetrando se imponen mediante las finanzas y el BOE.
Sin ir más lejos, en El Bierzo, estamos en uno de los peores momentos que la mayoría de la población actual ha vivido y con claras perspectivas de ir a peor. La crisis económica, social y ecológica está teniendo efectos demoledores en la vida cotidiana de la gente, está cambiando costumbres, relaciones personales y sociales en la mayoría de nosotros. La hecatombe eco-social que se está produciendo está enterrando el presente de todos nosotros y el porvenir de las generaciones venideras.
Con este desolador panorama, encoleriza todavía más la desvergüenza con la que los que pretender ser nuestros representantes abordan unas elecciones donde lo único que parece importarles es quien va a seguir chupando del bote de los presupuestos públicos. Los profesionales de la política, con su forma de actuar, solo hacen que poner de manifiesto su horror a la auténtica democracia. Las siglas electorales, todas, cobijan mayoritariamente a individuos codiciosos para los cuales ocupar un cargo de responsabilidad política se ha convertido en un objetivo que hay que alcanzar como sea. Y es como consecuencia de esa forma de entender la política donde empieza la perversión de la misma, donde se producen las luchas por hacerse con el poder, donde se conquistan voluntades, donde se pliegan los principios que pueden resultar molestos. Se prioriza la descalificación del rival frente al análisis y la propuesta, la fidelidad al cacique o jefe de partido frente a la capacidad política, el dirigismo frente a la democracia real y la libertad de ideas.
Norberto Bilbeny, catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona, enuncio la expresión “idiota moral” para calificar a aquellos individuos que, teniendo un grado más o menos óptimo de desarrollo de su inteligencia, son sin embargo incapaces de comprender las implicaciones éticas de sus acciones y de sus decisiones. Si se observa la manera de actuar de la mayoría de los que se presentan a ser elegidos, da la sensación que entre los mandamientos no escritos para poder ser miembro de dicha cofradía es precisamente poseer esa incompetencia ética. Ningun candidato habla de los problemas reales que nos asolan. Nos tratan como a imbéciles. Nada dicen del programado ecocidio y expolio puestos en marcha desde los gobiernos central y autonómico que van a destruir nuestra comarca, nuestra región. Parece que vivimos en la arcadia feliz.
Por eso, frente a la barbarie que nos acecha, es necesario reinventar la política, las relaciones sociales. El terremoto que está sacudiendo nuestras sociedades, como consecuencia del fin de la energía barata, versátil y abundante, obtenida de los combustibles posibles, está precipitando el fin de una era y es equiparable, a nivel geopolítico, a la caída del Muro de Berlín. Esta debacle va a ser para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo de estado.
Ese es el problema del Green New Deal, promete cambiarlo todo mientras hace que todo continúe como hasta ahora
El advenimiento del pico del petróleo y de otros minerales, imprescindibles para seguir manteniendo el metabolismo capitalista, es incontestable, vivimos una crisis antropológica, una crisis de civilización, aunque las elites políticas, económicas, incluso culturales, prefieren ocultarlo, actuando como si el crecimiento, el motor del metabolismo socioeconómico nacido con la revolución industrial, pudiera ser continuo e ilimitado en un planeta cuyos recursos son finitos. Algo que ya se sabia hace mas de cincuenta años. A principios de los años setenta del pasado siglo, un triple – o cuádruple- punto de ruptura fue alcanzado, en lo económico (visible con el abandono del patrón oro del dólar) en lo ecológico (visible con el informe del Club de Roma), en lo energético (visible con el primer shock petrolífero), a lo que se puede añadir los cambios de mentalidad y de formas de vidas del post-68, con la llamada “modernidad líquida” y el “tercer espíritu del capitalismo”.
Las transiciones eco-sociales son difíciles y tremendamente duras de llevar adelante, por eso, ante las dificultades, los reformistas políticos y el ecologismo mainstream nos ofrece el Green New Deal como solución, como falsa y perversa solución, convirtiéndose, por ello, en este momento histórico, en los peores enemigos de la humanidad. Lo son porque mienten, porque dan falsas esperanzas que impiden tomar soluciones reales. La derecha no engaña: Nos va a masacrar —y no lo oculta— mediante el sálvese quien pueda. La derecha siempre defendió la competitividad frente a la colaboración. La ley de más fuerte.
La izquierda institucional es, actualmente, la mejor representante de la parábola de la rana hervida acuñada por Oliver Clerc en su libro La rana que no sabía que estaba hervida y otras lecciones de vida, donde relata y explica unos supuestos experimentos que intentan fijemos nuestra atención en el hecho de que a nuestro alrededor hay continuos cambios de los que apenas nos damos cuenta. En dicho libro plantea que imaginemos una olla con agua hirviendo e introducimos, entonces, una rana en ella. Esta, al darse cuenta de esa alta temperatura, dará un salto y huirá. Sin embargo, imaginemos la olla, de nuevo llena de agua, esta vez fría, e introducimos la rana en ella. Y ponemos la olla a fuego muy lento. La rana permanecerá en la olla e irá adaptándose con cierta comodidad al aumento de temperatura. No se dará cuenta de que la temperatura del agua va aumentando. Ni siquiera se estará dando cuenta que, si no salta, morirá. Cuando el agua comience a hervir, la rana tendrá ya serias dificultades para que su cuerpo se adapte a la temperatura. Y como habrá agotado sus energías en su proceso de adaptación al agua, le faltarán fuerzas para reaccionar, saltar y salvarse. Y acabará hervida.
Ese es el problema del Green New Deal, promete cambiarlo todo mientras hace que todo continúe como hasta ahora. Promete transformar las bases energéticas de la sociedad como quien cambia la batería de un coche. El mundo Green New Deal es este mundo solo que mejor; este mundo solo que sin emisiones. Su atractivo es obvio, pero su fórmula es imposible. No podemos continuar en este metabolismo socioeconómico. La crisis ecosocial no puede resolverse en el marco del capitalismo, ni con capitalismo verde ni con “desarrollo sustentable”. El capitalismo, da igual el color, es esencial e inevitablemente productivista y crecentista.
Voten, si quieren, pero no olviden aquellas palabras que hace casi dos décadas pronuncio Julio Anguita, alguien que, mejor que servidor, sabía de qué hablaba, lo hacía desde dentro: “La progresía es, ni más ni menos, que el sumidero por donde se han ido las ideas de la izquierda. La progresía es quedarse en la reforma de una serie de aspectos sociales, como los matrimonios homosexuales o las medidas de discriminación positiva de la mujer, mientras que se deja intacta una realidad económica injusta”.