[LA OVEJA NEGRA] La libertad de expresión vacuna contra la infamia y los totalitarismos
GERMÁN VALCÁRCEL | Ayer tuve conocimiento de la sentencia, emitida por la titular del Juzgado de Primera Instancia número 4 de Ponferrada, desestimando la demanda por intromisión en el derecho al honor, interpuesta por el exalcalde de Ponferrada, Samuel Folgueral, y cinco miembros de su equipo –Emilio Cubelos, Fernando Álvarez, Sergio Gallardo, Santiago Macías y Marco Alberto Diez Bodelón– contra servidor y el director de este medio. La sentencia, además de desestimar todas sus pretensiones, impone el pago de las costas judiciales a los demandantes.
Pero, más allá de estas líneas, nada más voy a decir al respecto. Tengo una norma y no la voy a romper, ni siquiera ante este grotesco asunto. Desde que empecé a ejercer de columnista de opinión, hace casi dos décadas, los políticos que dejan de serlo, y pasan a ser personas de a pie, sin poder “ni relevancia pública”, carecen de interés y tienen derecho al anonimato. A alguno de los demandantes los ciudadanos ya los pusieron en su sitio y, ahora, el poder judicial da la última vuelta de tuerca. Así que para que perder el tiempo con gentes que ya nada representan y nada aportan. Nunca lo han hecho, ni siquiera cuando se creían “poderosos”.
Por otra parte, la esperpéntica campaña electoral en curso me confirma que la clase política berciana, toda ella -imagino que la de todo el país, pero hablo de lo que conozco- tiene un carácter circense: Enanismo moral, trapecistas del cargo público, manipuladores de humo, serpientes mitineras, magos del sobresueldo, malabaristas de la mentira, viles payasos sin alma, lanzadores de cuchillos envenenados, volatineros del eslogan insustancial, domadores de esperanzas, artistas del chanchullo y la mentira.
Con semejante panorama político, me pregunto qué pulsiones -ya que no parece haber razones- llevan a la gente a seguir votando, más bien a transformarse en forofos acríticos de unas siglas. No se trata de votar al partido más cercano a las políticas que preferimos, sino de participar como una expresión de los que somos, de nuestra identidad. Tengo la impresión de que se vota a un partido u otro como se es de un equipo de futbol o del contrario. Por eso apenas se ven diferencias entre un votante (forofo) de Podemos y uno de VOX (obsérvenles confrontar sus populismos en las redes sociales), o entre los casposos y rancios neoliberales del PP y los hipócritas e inofensivos -para el capitalismo asesino- social-liberales del PSOE. El sectarismo acrítico y la burbuja “ideológica” en la que se mueven, todos, son muy similares. Las elecciones se han convertido en un entretenimiento para alienados e incautos.
Nuestra civilización no está en peligro por imaginarios (o fabricados) “enemigos externos”, sino por los diversos venenos que, mediante un proceso de autointoxicación, destila dentro de sus propias entrañas. Los peligros más alarmantes son aquellos que amenazan desde dentro y que acechan a la mente más que al cuerpo.
Vivimos las primeras etapas de un cambio civilizatorio y el horizonte histórico-social que nos describen diversos y heterogéneos científicos e intelectuales, son un cuadro de catástrofes y de desastres -crisis climática, escasez y falta de materias primas, energía y alimentos, destrucción medioambiental- con múltiples conflictos a lo largo y ancho del planeta por el control de los recursos, con los fascismos desperezándose, el capitalismo adiestrándose en la masacre y en el etnocidio, y la industria y los poderes financieros avasallando a los hombres y destruyendo el medioambiente.
Con este escenario, el colapso no es una opción, es inevitable. En definitiva, un horizonte muy difícil, con la caída de todos los ídolos y la suma de todas las decepciones. La libertad por la que suspiraba la Revolución Francesa y el sufragio universal en el que se cifró su garantía han engendrado el más temible sistema de opresión; el progreso prometido por el industrialismo ha terminado generando miseria para la mayoría de la población mundial y riquezas obtenidas torcidamente para unos pocos, devastando de paso la Naturaleza.
Las elecciones se han convertido en un entretenimiento para alienados e incautos
Vivimos en “el corazón de las tinieblas”, en “las entrañas del horror” como diría Joseph Conrad. Los cataclismos y la barbarie ya no nos asombran. Hemos dejado peligrosamente atrás el “asombro” ante la infamia, ese “asombro” sublevado que, aún no hace tanto, recorría amplios sectores de las sociedades occidentales y occidentalizadas. La gente se ha habituado a la vileza, se ha acostumbrado a la crueldad, se ha instalado, sonriente, en lo aberrante. La maldad dejó de espantarnos.
En estos tiempos de crisis, de los que creyeron en estados que decían ser de todos, pero eran de pocos, crisis de los que creyeron en la democracia representativa liberal, emerge, como respuesta, el cinismo, esa mala consciencia ilustrada que desemboca en la resignación y en la aceptación terapéutica de “lo que hay”. Conscientes de todo, sabedores de todo, sin sorpresa y casi sin dolor, admitimos lo dado y seguimos adelante. Ante los cataclismos, las conflagraciones, los infortunios, las iniquidades sucesivas, optamos, con premeditación, por “mirar a otra parte”, por auto-anestesiarnos metódicamente.
Todo ello nos lleva a que podamos afirmar que el sistema capitalista será devorado a medio plazo por sus propias contradicciones internas. Pero ojo, la sociedad del futuro, post-democrática y post-capitalista, no tiene por qué ser necesariamente mejor que la actual. Ante el cada vez más previsible colapso global, es necesario crear nuevas relaciones comunitarias, una nueva cultura política, basada en la confianza de los vínculos sociales que nos puedan servir de faro. Solo los colectivos alejados de la vieja lógica de “tomar el poder” tendrán alguna posibilidad de reconstruir la sociedad en colapso.
Hay muchas personas que, como consecuencia de la intoxicación y tergiversación de los medios de manipulación, nunca entendieron, ni entienden, que para quienes defendimos en el 15-M lo de ‘no nos representan’ no tenía, ni tiene, un carácter coyuntural. Ni significaba rechazar, exclusivamente, el bipartidismo, sino, también, la farsa que han orquestado los podemitas (Podemos es actualmente una marca, y su actuación política mero marketing, observen, sin ir más lejos, la forma de actuar de la candidata ponferradina). Al contrario, el propósito era pelear por la articulación de la sociedad desde abajo, desde la autogestión, la desmercantilización y el apoyo mutuo, frente a un capitalismo en corrosión terminal que nos acerca al colapso.
La verdad es que hay pocos motivos para la esperanza, al menos mientras seamos como somos; se evapora todo optimismo ante la mera observación de la sociedad que continuamos construyendo en nuestras casas, en nuestras relaciones sociales, en nuestras escuelas, mediante nuestras instituciones y bajo la dirección “intelectual” de los medios de (in)comunicación y manipulación, y de la “industria cultural”. Desde hace décadas, ni siquiera sufrimos ya la prisión; ni siquiera padecemos en esta cárcel sin rejas y sin vigilantes, y el deseo de escapar apenas alcanza a ser más que la anacrónica rareza de unos pocos y extravagantes coetáneos; como nada nos asombra y muy poco nos aflige, moriremos nuestras vidas entre esos sucedáneos que tanto nos consuelan: redes sociales, viajes, consumo….
Sostiene la socióloga argentina Silvia Bleichmar que «los pobres no solo reciben los productos degradados de la economía de los ricos, reciben, también, los restos degradados de su ideología. Quiero decir con esto que los pobres reciben la degradación moral de las clases dominantes».