[LA OVEJA NEGRA] La infamia totalitaria, o cómo el verde a veces no solo es el color de Vox
GERMÁN VALCÁRCEL | Ya no necesitamos acumular más datos sobre la crisis multidimensional, o chapucear nuevos modelos científicos para salvar el criminal metabolismo social en el que vivimos. Necesitamos, sobre todo, construir un potente movimiento social que frene la barbarie ecocida que se esconde tras el brutal despliegue de las mal llamadas renovables. Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales. Presentarlos como cuestiones técnicas o jurídicas, como hacen los defensores de la GND (Green New Deal), es trabajar para ese oxímoron, para esa falsa ilusión llamada capitalismo verde.
Las corrientes mayoritarias del movimiento ecologista (y sus diferentes expresiones políticas, encuadradas la mayoría en la izquierda institucional) se extraviaron, allá por los años noventa del pasado siglo, cediendo -como toda la izquierda- ante el empuje del neoliberalismo. Desde entonces, depuso su crítica antisistema, anticapitalista y anticolonialista, asumio el crecimiento como paradigma económico y se ha limitado a intentar encontrar soluciones pragmáticas a una situación que se agravaba constantemente, hasta llevarnos a la actual situación, en la que se concentran en tratar de conseguir mejoras marginales dentro de los estrechos márgenes de acción que permite el sistema. Por eso el ecofascismo tiene tantas similitudes con el ambientalismo de los países ricos.
El ambientalismo occidental se ha mostrado dispuesta a adoptar la noción de desarrollo sostenible que se parece mucho al “business as usual” -negocios como siempre- pero con menos emisiones de carbono. En nuestra comarca, el trabajo fundamental de los colectivos ecologistas ha terminado reduciéndose al jurídico. Convertidos, en poco más que terminales y banderines de enganche de los despachos de abogados especialistas en derecho ambiental.
El sector ecologista, defensor del Green New Deal, sustentado en el autoritarismo tecno científico que llevaba tiempo gestándose, no cuestiona el fondo del problema. Por eso defiende el modelo energético, nacido del “Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030” (PNIEC) aprobado por el Gobierno PSOE-Podemos. Para muestra un botón, como el que reflejaba el pasado día cinco de junio una información aparecida en El Correo Gallego, donde se daba cuenta de que las asociaciones ecologistas Adega y la Plataforma para la Defensa de la Cordillera Cantábrica iniciaban acciones legales contra una treintena de proyectos eólicos en Galicia “para así paralizar el modelo eólico depredador de la Xunta de Galiza” en manos del PP, extensión del PNIEC “progresista”, esto ultimo no lo dice el portavoz, lo sostengo yo.
En la misma información, dada a conocer tras la sentencia favorable del Tribunal Superior de Galicia a las tesis de los colectivos ecologistas en el caso del parque eólico de Coristanco y Santa Comba, el representante jurídico de una de las asociaciones personadas en el proceso jurídico afirmaba, ¡¡ojo!!, que “no van a recurrir por sistema” y que “se realizarán estudios individuales y se analizará cada caso”, queda claro que ellos deciden cuáles, no en vano son ellos los que gestionan las “pelas” de los “goteos”. Me pregunto si de verdad piensan que sin parar la maquinaria financiera que se encuentra detrás del despliegue de renovables se puede frenar el expolio y ecocidio puesto en marcha. Hago otra pregunta: ¿Creen que las actuales instituciones sirven para lograrlo? ¿De verdad piensan que la ley nos protege?
Durante estos años atrás, han sido las tesis colapsistas las que han tenido que luchar contra el tecno optimismo de los “green new dealers”, ahora que están contra las cuerdas, que sus tesis pierden fuerza y las de los decrecentistas-colapsistas son cada vez más conocidas y amenazan la hegemonía de los ambientalistas, su repuesta se torna violenta, incluso excluyente. Nadie niega que el único futuro posible son las fuentes renovables, pero a condición de que sea un futuro desvinculado del metabolismo capitalista y del industrialismo.
Quienes nos encuadramos dentro de las tesis colapsistas-decrecentistas somos conscientes, al menos servidor, de que educados en la cultura de la expansión, hija de la Ilustración y la Modernidad, no resulta fácil, ni popular, pedir decrecimiento y contracción, pero, desgraciadamente, ya no estamos en el momento de construir maravillosas pero falsas utopías, sino de evitar las peores distopías. Sé que, para quienes viven de los procesos electorales, “con el decrecimiento no se liga”, Juan Carlos Monedero, dixit. Santiago Emilio Muiño -el nuevo vocero de la GND- lo dice de forma políticamente más correcta: desmoviliza. Los “green new dealers” no estan dispuestos a renunciar a sus privilegios de occidental clasemediano.
Desgraciadamente, ya no estamos en el momento de construir maravillosas pero falsas utopías, sino de evitar las peores distopías
Los que tras muchos análisis y lecturas, hemos llegado a la conclusión que ya no hay tiempo para evitar el colapso de nuestra civilización, ni recursos, ni materiales energéticos para mantener nuestro actual metabolismo socioeconómico, sostenemos que seguir tratando de edulcorar la realidad es mentir.
En el debate entre colapsista-decrecentistas y GNDealers no aparece, por parte de estos últimos, un dato fundamental, que ayudaría a entender la imposibilidad de mantener el actual metabolismo socioeconómico: durante el siglo XX se han consumido unas diez veces más energía de la usada durante el milenio anterior, y más que en la historia humana anterior. En este debate, en las “alturas intelectuales”, todavía se guardan la formas, por “abajo”, en concreto por la geografía donde vivo, el Bierzo, se utilizan técnicas de cancelación y exclusión social, para tratar de silenciar a quienes discrepan o denuncian las prácticas colaboracionistas de los reformistas. Curiosamente, estas mismas gentes son las que nos avisan del peligro de VOX y su totalitarismo. Reconozco que, a mí, no me asustan las técnicas totalitarias, el matonismo, está muy arraigado entre ciertas gentes de esta tierra y se manifiestan sin pudor ni recato, día a día, cotidianamente, en pequeños micro fascismos que se aceptan socialmente sin ningún problema, incluso por quienes se declaran progresistas y pacifistas.
A estas gentes tal vez les convendría leer una reciente sentencia judicial, dictada por una jueza ponferradina, donde explica, con claridad meridiana, que dentro de la libertad de expresión caben la ironía, el sarcasmo e incluso la adjetivación dura y grosera, como forma de llamar la atención, ante comportamientos poco claros y problemas graves. Lo más preocupante es que, entre algunas de esas personas que utilizan técnicas de exclusión social, contra los críticos y los disidentes, se encuentran personas que se dedican a la enseñanza. ¿Qué valores de tolerancia transmiten a sus alumnos, en qué clase de pensamiento crítico los forman y como los preparan para solucionar conflictos? Queda claro que los totalitarios no solo son los verdes de VOX, algunos otros «verdes» también utilizan prácticas fascistas.
Ciertamente, tenemos muchos retos por delante, pero el mayor de todos es la incapacidad para organizarnos colectivamente para poder resolverlos. No iba tan descaminado el ensayista mexicano, nacido en Austria, Ivan Illich, cuando afirmaba que: “La institucionalización de los valores conduce inevitablemente a la contaminación física, a la polarización social y a la impotencia psicológica: tres dimensiones en un proceso de degradación global y de miseria modernizada.