[TRIBUNA] Ponferrada sí es templaria
BOUZA POL | Templaria es Ponferrada, sin ninguna duda. Así la consideramos, la entendemos y la queremos todos los habitantes del Bierzo. Este altísimo honor y orgullo de ser templarios los ponferradinos y también, por cultura, tradición y afecto, todos los herederos del Señor de Bembibre de Enrique Gil y Carrasco, no nos lo va a quitar ningún «historiador» de andar por casa, despistado, y mucho menos una yanqui «Discovery Channel» nieta de la pérfida Albión.
Cuando un servidor era chavalín, con cierta frecuencia en mi casa se decía que «cada maestrillo tenía su librillo», frase que, además de mostrar tolerancia y buena disposición para comprender los distintos puntos de vista, dejaba patente una clara voluntad de respetar la manera de pensar y de actuar de cada persona, siempre y cuando ese pensar y actuar fueran precedidos de buena fe, en claro beneficio de la verdad y del bien común.
Ahora, en estos tiempos de tanta mediocridad solemne, parece que hay demasiados historiadores empeñados en decir la última palabra, como si estuvieran en posesión de la verdad plena, como si la Historia del Bierzo sólo la conocieran ellos, y sólo ellos la pudieran escribir, o reescribir, sin tener respeto alguno por los «colegas» que les han precedido. El método del «dígolo yo, punto redondo», no vale, no me vale; y me da igual que el «corregidor», de última hora, se llame Vicente, Carlos, o José Antonio: quiero pruebas, documentos que demuestren que Ponferrada (y su impresionante castillo) no ha sido, ni es, Templaria. Soy como Santo Tomás, si no lo veo no lo creo, y, es más, aunque lo viera tampoco cambiaría de opinión y seguiría siendo fiel a la creencia de mis antepasados: ¡Ponferrada Templaria!
Todos sabemos que los Caballeros del Temple llegaron al Bierzo en 1178, que la Orden estuvo tan ligada al Camino Francés que cualquier paisano de esta hermosa tierra, desde el Manzanal hasta Galicia, llevamos en nuestros genes la capa blanca, la espada y la roja cruz de Santiago. Es tan claro y evidente que se da por sabido y asumido sin ninguna necesidad de prueba o demostración.
No obstante, por si quedara por ahí alguna duda nada razonable, veo que la página 226 de «El Camino de Santiago», editado por la Voz de Galicia en 1992, de Xosé Ramón Pousa Estévez y Xurxo Lobato, dice:
«Fueron los templarios quienes desarrollaron Ponferrada, levantando, primero, un castillo sobre antiguo castro romano que sirvió a la vez de fortaleza, cenobio y palacio. En 1312, una vez suprimida la Orden, pasó a propiedad de los Reyes de León y, luego, al Conde de Lemos, hasta que, en el siglo XV, lo adquirieron los Reyes Católicos. La Iglesia de San Andrés, al pie del castillo, tiene un interesante «Cristo de las Maravillas», del siglo XIII, perteneciente a los templarios».
Este hermoso Cristo de las Maravillas es el Cristo de la Fortaleza procedente de la capilla del castillo templario, una imagen realizada en madera policromada, un divino Cristo coronado con corona de rey y no de espinas, una impresionante joya, quizá la mejor de toda la imaginería de Ponferrada.
De niño he jugado a los templarios, mi espada de madera de castaño bravo fue invencible, y mientras viva seguiré conservando el escudo, la espada, el hábito y la ilusión. Ustedes pueden hacer lo que quieran, pero, por una vez, deberían seguir mi buen ejemplo. Y si no estuvieran de acuerdo con lo que escribo, por favor, no me lleven la contraria, pues tengo ya una provecta edad propensa a que patinen las neuronas, pero no tanto como aquel genio de la ribera del Cúa que decía haber demostrado la cuadratura del círculo, y otro más, berciano también, profesor en Canarias, empeñado en decir que Fray Martín Sarmiento no había nacido en Villafranca. Dios les perdone.
Y como en estos momentos no tengo otra cosa mejor que hacer, seguiré leyendo el «Veneranda dies» del Codex Calixtinus, escrito en 1135, o en 1137, o en 1140, cuyo autor era, desde siempre, Aymeric Picaud y últimamente lo han cambiado por un tal Hugo el Potavino, también monje, evidentemente poseedor de un precioso nombre, «Potavino», muy significativo y elocuente, que, seguramente, guste mucho más a casi todos los peregrinos pero mucho menos a un servidor que siempre he rechazado el vino y el pote, en especial los que se servían en el Camino de Santiago, tradicionalmente adulterados In saecula saeculorum. Entonces había un Cuerpo de Inspectores que intentaba evitar la picaresca de mesoneros aguadores de vinos y potes, con sus altos precios, su falta de higiene y sus «maritornes». Ahora, «la gallina de los huevos de oro», afortunadamente, está sana y saneada, pero como no se la cuide bien…
Sí creo que dice mucha verdad el profesor-historiador Rafael Usero González, Cronista Oficial de la Villa y Tierra de Cedeira, en su libro «Sir Lanzarote do Lago e a súa proxenie Cideiresa», en el cual afirma que Lancelot, huyendo del rey Ricardo, llegó a Galicia, más concretamente a Cedeira, y allí se estableció suspirando por su amante la reina Ginebra, tan hermosa como adúltera. Este guapo Caballero de la Tabla Redonda pronto se casó en Cedeira con la hija del Conde don Rodrigo de Roma, y con ella tuvo muchos hijos que llenaron la zona con el apellido «Lago», muy vigoroso y vigente hasta nuestros días, tanto que incluso en El Bierzo es muy común, sobre todo en Valtuille y en Villafranca. Por eso tengo escrito:
«Yo, igual que el caballero Lancelot a la reina Ginebra, sigo amando a Villafranca aunque ella, algunas veces, me sea infiel. Buscaré en mi corazón el Santo Grial».
Sé que les deleita lo que escribo pero debo acabar ya, y lo hago confesando que siempre he tenido una querencia especial con la gente de la mina. Durante muchos años me hice cruces. Fue de pequeñín, gracias a las tabletas de «chocolate La Mina» de Ponferrada, que me gustaba mucho y no podía entender que una cosa tan rica la sacaran de un agujero y en vagoneta. Recuerdo que venía con cada tableta un pequeño cuento infantil y, a veces, también cromos. Me encantaba leerlos, todavía conservo algunos.
De todos modos, queridos lectores, no me hagan demasiado caso, pues sólo soy un simple anciano y «los únicos castillos que me encanta visitar y defender son los que tengo levantados en el aire. Todos los demás han causado mucho dolor».
Con toda Burbialidad.
Bouza Pol, escritor.