[LA OVEJA NEGRA] El ruido electoral impide la reflexión
GERMÁN VALCÁRCEL | Tras casi medio año de continuada, estéril -intelectual y políticamente- e histérica campaña electoral, a la que nos han abocado políticos y medios de comunicación, podemos extraer una conclusión. Nuestra sociedad es cada vez más simplona y estúpida. Los políticos y los medios de comunicación se esfuerzan en hacernos sentir cómodos y seguros, haciéndonos creer que el mal es y está en el “otro”, en el que piensa diferente y cuestiona el statu quo, no en un sistema que se alimenta de la confrontación, la insolidaridad y la competitividad. Para conseguirlo sacrifica el rigor del discurso intelectual, elige la emoción y no la lógica, habla de sentimientos en contraposición a los hechos y así consigue cambiar razón por ignorancia.
Aun así, todo ese esfuerzo es ineficaz porque no resuelve los problemas de injusticia, discriminación y destrucción medioambiental. Todo ese montaje es el método para lograr mentes superficiales que, ante el trabajo, estudio y seriedad necesarios para entender y transformar la realidad, eligen simplemente crear nuevos términos, llamar a las cosas de otra forma y censurar el pensamiento crítico y cualquier atisbo de inteligencia, cultura o ciencia. Pero no nos dejemos engañar, aunque nos prometan, una y otra vez, que si cerramos los ojos los monstruos desaparecerán, al abrirlos seguirán ahí.
La izquierda española debería reflexionar y admitir que su cobardía, el pancismo de sus patéticos dirigentes y de una parte importante de su base social son algunas de las razones del crecimiento de la derecha misógina, ecocida, autoritaria y negacionista. Los partidos políticos de la izquierda institucional ya no tienen nada de progresistas (si es que alguna ve lo fueron) en la acepción clásica, no son más que estructuras corruptas, bien pagados palmeros y caporales al servicio de intereses oligárquicos que han abandonado a su suerte a las clases sociales más bajas a cambio de intentar seguir manteniendo un colchón de votos, entre la cada vez más exigua y egoísta clase media que acepta el statu quo vigente si sigue manteniendo los pequeños privilegios clasemedianos aunque sea a costa de trasladar los problemas medioambientales y sociales a los países del sur global y a las llamadas zonas de sacrificio, dentro de nuestra propia geografía. Y lo hacen no derogando la ley mordaza -hay que mantener legislación que permita reprimir y criminalizar cualquier contestación y protesta social- permitiendo la privatización de la sanidad, manteniendo la ley 15/97 y el artículo 90 de la ley de Sanidad, financiando y legislando la destrucción de nuestros montes y tierras fértiles, mediante un Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, donde la planificación temporal y geográfica brilla por su ausencia, facilitando, con ello, la especulación y destrucción medioambiental. Si no era suficiente, recientemente han aprobado la Ley 20/2022 para hacer todavía más fácil los procesos administrativos que permiten el pelotazo y la burbuja financiera generada en torno a las mal llamadas renovables.
Esa izquierda que ahora, apelando al miedo, pide el voto, no es creíble ni ofrece soluciones reales, ya que está repleta de personajes sin imaginación que, en el fondo, en nada se diferencian de la derecha, puesto que sueñan y anhelan las ideas de las clases dominantes. Esa izquierda miope y vende humo, es incapaz de mirar a los ojos a los problemas sistémicos que padecemos y, con sus falsas respuestas, deja el camino libre para que las “soluciones simples” y simplistas queden en manos de los defensores del capitalismo autoritario neoliberal y del ecofascismo.
Una situación tan compleja como la que padecemos requiere pedagogía y paciencia y una mirada a medio y largo plazo. Por eso, la izquierda actual es inservible ante la amenaza climática, la cada vez más cercana debacle energética y la distópica respuesta que las elites preparan para dar solución a esas amenazas. Son falsas las soluciones reformistas y tecnocráticas de la izquierda pro sistema. La única solución que ofrecen es la continuación del capitalismo pintado de verde: Para ello pervierten y manipulan el lenguaje, utilizando y esgrimiendo vocablos como ciencia, tecnología, desarrollo y lucha contra el cambio climático para potenciar el expolio de nuestro territorio y potenciar la burbuja financiera que lleva aparejados los fondos Next Generation. Tampoco es solución la ortodoxa y dogmática que ofrece el cuartelero socialismo de estado. Mientras ambas no renuncien al industrialismo y al crecimiento, la batalla estará perdida.
Los partidos políticos de la izquierda institucional ya no tienen nada de progresistas en la acepción clásica
Frente a esa, cultural y políticamente derrotada izquierda pro sistema, acomodada y maniatada. y al indolente y timorato ecologismo reformista que han pisado todas las trampas, teóricas y prácticas, que les han puesto los defensores del capitalismo, al ser incapaces de escapar de sus propias galimatías teóricas y de sus debilidades conceptuales, necesitamos una mirada y una respuesta radical que ataque los cimientos conceptuales más arraigados en nuestro tiempo, empezando por la acrítica y reverencial valoración del crecimiento, la producción y el lucro como parámetros de prosperidad, piezas claves de la ideología dominante. Algo que no cuestionan ni la izquierda institucional ni el ecologismo reformista, incapaces de formular una teoría económica diferente a la de la ideología dominante y por ello, postrados en posiciones meramente defensivas.
Ante la crisis civilizatoria y sistémica, concretada en una concatenación de crisis: climática, energética, ecológica y con un enemigo tan eficaz, escurridizo y difícil, como es el metabolismo capitalista, es necesario transcender valores y creencias, exclusivamente necesarios para mantener la confrontación electoral y que solo sirven para dividir a la gente, pero que no dan respuesta eficaz a los problemas.
Necesitamos escapar de la lógica electorera, hacer propuestas que transciendan la óptica partidista, huir de los señuelos y campañas de imagen verde que solo buscan absorber y descarriar activistas en busca de votos, y desactivar las propuestas radicales. Asumamos y aceptemos que la lucha por la supervivencia de la especie no puede ser reducida a una cuestión partidista.
He visto, y padecido, en los últimos meses, a donde conduce la histeria y la locura que generan las consecuencias de la incapacidad de no saber hacer frente a ideas con las que no se está de acuerdo (un principio democrático es la disensión), y las reacciones totalitarias de quienes confunden la realidad con lo sentido. ¿Qué más puede hacer la extrema derecha que no hayan intentado algunos supuestos progres o ecologistas? ¿Asesinarnos? El fascismo no solo está en la extrema derecha, la exclusión social no solo la practican los nazis. Relatar las peripecias que han dado lugar a esta columna aumentaría su extensión considerablemente. Tal vez haya que hacerlo.
Mientras, escuchemos a gentes como Walter Benjamín, nacido un día como hoy de 1892, uno de los críticos más lúcidos de la Modernidad, cuya lectura del marxismo rompió radicalmente con la ideología del progreso, incorporando elementos de otras tradiciones y del pensamiento libertario: “Como en toda historia previa, quienquiera que resulte triunfador seguirá participando de ese triunfo en el que los gobernantes de hoy marchan sobre los cuerpos postrados de sus víctimas. Como de costumbre, los despojos se llevan en alto en ese desfile triunfal. A estos se les llama generalmente la herencia cultural. Esta última encuentra un observador bastante distante en el materialista histórico. Pues tales riquezas culturales, cuando él las repasa, delatan un origen que él no puede contemplar sin horror. Deben su existencia no solo a los afanes de los grandes creadores que las han producido, sino asimismo a la fuerza del trabajo anónima de los contemporáneos de estos últimos. No ha habido nunca un documento de cultura que no fuera a la vez un documento de barbarie” (Tesis sobre la filosofía de la historia).