[TRIBUNA] Mundo rural
BOUZA POL | Antes, en el mundo rural del pueblo o de la aldea, los agricultores vivían cerca de los animales domésticos, tan necesarios como los cerdos, las gallinas, los conejos, las ovejas, las vacas, los borricos…, pero nunca los tenían tumbados en el sofá del salón, ni en la cocina, ni rondando por las habitaciones. Entonces, los «señoritos burgueses» de la villa, de la ciudad (muchos de ellos sin oficio ni beneficio), querían marcar diferencias, distancias, y se permitían la estúpida arrogancia del desprecio: decían que sólo los palurdos destripaterrones podían soportar los malos olores que desprendían los animales.
Ahora han cambiado tanto las tornas que tener en un pisito diminuto unos cuantos perros demuestra amor a los animales, y pasear con ellos es signo y señal de categoría social, de poderío. Algunos, pocos, con actitud cívica loable, recogen con sus «limpias» manos las cagadas duras (las blandas, en las aceras persisten, se secan, y las meadas, todas, se quedan pegadas a las fachadas, donde ni la lluvia puede borrarlas), pues debe ser tarea muy deportiva el agacharse y levantarse, respirar aromas de mierda reciente, calentita, que ha de meterse en bolsita ecológica que apenas cuesta ni contamina.
Antes, cuando yo era mozo, los perros eran animales de pueblo, vivían en el medio rural, y, naturalmente, con toda naturalidad, con todo su instinto, buscaban y encontraban un lugar apartado, de terreno (no de asfalto o de hormigón), para cagar (sí, cagar), y acto seguido, con las patas traseras, escarbaban y tapaban lo cagado. Ninguno estaba capado, y, además, tenían libertad para correr a su antojo.
El verano pasado, en Villafranca, me sorprendió ver un perro que todavía conservaba algo de su innato instinto ancestral: se puso a cagar en la tierra, no en las losetas de piedra del paseo fluvial, pero cometió el triste error de intentar tapar su mierda escarbando, sin acertar, sin conseguir echar ni un poco de tierra sobre los excrementos. Sentí pena al verlo, y pensé que, a pesar de todo, era un perro muy afortunado, pues en las ciudades viven mal, muy mimados, pero peor, tan «degradados» que necesitan ir vestidos, incluso con zapatitos, para que en los días de calor no se quemen las almohadillas de sus patas en las aceras.
Lo que sí parce muy asqueroso y degradante, claro está, es tener que cambiarle el pañal al padre o al abuelo, que ya no son miembros activos de la sociedad y sólo producen molestias, gastos, ataduras e inconvenientes. Mucha suerte tendrán los que reciban una buena pensión que les permita cubrir el coste astronómico en una residencia privada, pues los poderes públicos se lavan las manos…
Cada día que pasa tenemos menos hijos, y más perros.
El que esté libre de culpas…
Con toda Burbialidad: BOUZA POL, escritor.