[LA OVEJA NEGRA] El país de Rubiales
GERMÁN VALCÁRCEL | En un país donde la realidad está enmascarada por un sistema que obliga a mentir para sobrevivir y que cotidianamente prohíbe llamar a las cosas por su nombre, en una sociedad donde el destino de los de abajo es aceptar, sin chistar, las humillaciones a las que, cotidiana e impunemente, nos someten los de arriba, resulta llamativo el escándalo que se ha generado con los comportamientos del hasta ahora presidente de la Federación Española de Futbol.
La hipocresía general que se ha desatado, con el deleznable comportamiento del tal Rubiales, muestra la clase de sociedad que hemos construido. Resulta que era, por casi todos, conocido que el personaje era una completa basura humana, un “machirulo” mafioso que llevaba años amañando, impunemente, todo tipo de chanchullos, abusos y fechorías al más alto nivel, y dirigiendo la Federación como si fuera su cortijo.
Mientras llevaba a cabo todas sus fechorías, ¿dónde estaba el deleznable, vociferante y repugnante periodismo deportivo? ¿Dónde la FIFA? ¿Dónde el ministro y el Secretario de Estado responsables del Deporte? ¿Dónde la policía y los jueces? ¿Dónde se encontraban las ministras de Igualdad y Trabajo, cuando quince de las mujeres que se proclamaron campeonas del “puto mundo” denunciaron sus más que precarias condiciones de trabajo? y ¿Dónde cuando el diputado socialista Juan Bernardo Fuentes Curbelo, alias Tito Berni, se exhibía en calzoncillos, “morreando” a prostitutas puestas hasta las “trancas” de cocaína?. No sé qué es más repugnante: el beso robado de Rubiales o el manoseo político-mediático al que está siendo sometida, por los y las oportunista de turno, Jennifer Hermoso. A la que, no duden, convertiran en un juguete roto, a nada que se descuide. Al tiempo.
Sí, ya sé que la Constitución, esa obra de ficción de tendencia surrealista y malamente escrita, dice que todos somos iguales ante la ley; pero, el día a día, nos demuestra que en este país la justicia, como la democracia y el bienestar, son privilegios de los que “triunfan”. Las recientes campeonas del mundo se lo han ganado con su victoria, y, por tanto, ahora sí merecen ser escuchadas y defendidas. Hace meses nadie las hizo ni caso cuando denunciaron la terrible situación laboral que vive el futbol femenino. Como tampoco se lo harán, a los cientos de mujeres que se van a quedar sin trabajo en Ponferrada, Sevilla y A Coruña como consecuencia del ERE que acaba de anunciar Teleperfomance. Las de abajo merecen, en todo caso, lástima, jamás indignación. Ya se sabe, hay personas exitosas y personas fracasadas, las triunfadoras merecen reconocimiento y las inútiles castigo. Para ello nos hacen creer que la opulencia no tiene nada que ver con el despojo, y la riqueza es inocente de la pobreza.
Cuando las aspiraciones de equidad y justicia entre hombres y mujeres consisten en ocupar espacios de poder de los hombres, el progresismo y el feminismo están cavando su tumba. El feminismo que aspira a participar en igualdad de condiciones de un sistema inherentemente desigual e injusto tiene poco de progresista. Si se pretende cuestionar un sistema injusto no debe ser, solo, a través de la igualdad de género, sino a través de la igualdad de clases. El feminismo, nacido de las mujeres oprimidas por el patriarcado, ha sido secuestrado por unas pequeñas elites políticas y económicas que lo han transformado en un instrumento de medrar y asegurar los privilegios de esas elites, en coartada ideológica que convierte la arbitrariedad en derecho, en una máscara que esconde y justifica la explotación de unas mujeres por otras mujeres.
El feminismo, nacido de las mujeres oprimidas por el patriarcado, ha sido secuestrado por unas pequeñas elites políticas y económica
No hubo tanto escándalo, ni se pidió la dimisión del ministro Marlaska, tras la matanza de Melilla. Aquellos masacrados solo eran campeones de la pobreza. Es lo que tiene la retórica vacua y acartonada de los escaladores sin escrúpulos que elaboran el dogmático e inquisitorial relato “progre”. ¿Derechos?, según para quién. En estos tiempos neoliberales los derechos públicos se reducen a favores del poder, como si fueran formas de caridad pública, en vísperas electorales.
Mientras sufrimos y aceptamos sin rechistar los efectos devastadores de la crisis estructural del capitalismo: precarización del trabajo, empobrecimiento creciente, erosión de los servicios públicos, reaparición de las ideologías nacionalistas, populistas y xenófobas, el deporte espectáculo vive tiempos propicios como refugio de las ilusiones perdidas. El deporte profesional, aparte de uno de los mayores negocios de nuestra sociedad, es una actividad que sirve para crear “identidades”, generar cretinos y desviar la atención de los problemas reales que padece nuestra sociedad.
La “cultura de estadio” -el futbol profesional como punta de lanza- siempre fue un instrumento de aborregamiento, anestesiamiento de masas y control social que ha sido fomentado por cualquier régimen político. En el actual devenir caótico y brutal de la vida cotidiana, el opio deportivo, difundido en altas dosis y sin parar por las empresas de comunicación y las cadenas de televisión, se consume masivamente, para olvidar los problemas cotidianos y encontrar razones para positivizar la desastrosa realidad.
El deporte espectáculo cumple varias y variadas funciones sociales, además de ser uno de los vectores privilegiados de la moda, de la publicidad y del consumo (los deportistas de renombre son transformados en carteles publicitarios) sirve para vaciar la cabeza de la gente y de anestesia alienante para mitigar tanto tormento y tanta ansiedad. Las mujeres ya disponen de su cuota.
Vivimos tiempos convulsos, en los que el exceso de información manipulada nos desinforma; se lanza cortinas de humo que, generadas por unas minorias, nos mueven a su conveniencia. Ya nos avisaba Noam Chomsky: “La manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros”.