[LA OVEJA NEGRA] Dos relatos diferentes para un mismo escenario
GERMÁN VALCÁRCEL | Para muchos de los habitantes de Europa, USA y para las elites de sus colonias del Sur Global, resultan absurdas las posiciones anticapitalistas. Puede ser comprensible, ya que las empresas y gobiernos capitalistas han dado, en poco más de setenta y cinco años, innovaciones tecnológicas que han mejorado las condiciones de vida de millones de seres humanos. Si bien es cierto que los ingresos se han distribuido de forma muy desigual, amplias capas de la población han tenido acceso a bienes de consumo asequibles, incluso para las clases más pobres del mundo occidental, Entonces, cabe preguntarse: si te preocupas por mejorar la vida de la gente, ¿cómo se puede ser anticapitalista?
No, no es una ilusión que el capitalismo ha transformado las condiciones materiales de vida en esta parte del mundo y aumentado enormemente la productividad humana; muchas personas se han beneficiado de ello, pero, tampoco es una estupidez, ni sectarismo de “rojos y ecologistas” que el capitalismo genera gravísimos daños al medioambiente, muchos ya irreparables, y perpetua inmoral e innecesarias formas de sufrimiento humano. Estoy dispuesto a aceptar que ambas visiones están ancladas en realidades, aunque la primera carece de validez, ya que ignora y oculta los problemas que genera. Los defensores del capitalismo, tampoco nos dicen que esos avances han sido posible gracias a disponer de unas potentes, densas y muy baratas fuentes de energía (los hidrocarburos), cada vez más escasas y finitas, y del expolio y explotación de las geografías y seres vivos del Sur Global y de cada vez mas amplias zonas de las metrópolis.
Por eso, servidor sostiene otro relato, otro diagnóstico, basado no solamente en planteamientos políticos, científicos e intelectuales, sino en mis propias experiencias personales, vividas en amplias zonas del continente africano, en la práctica totalidad de América Latina y en India, que me permiten afirmar que el metabolismo capitalista es una máquina de destrucción masiva del medioambiente y una fábrica de desigualdades y miseria para dos terceras partes de la humanidad, como consecuencia de la incesante búsqueda de materias primas, necesarias para sostener el crecimiento e imprescindible para mantener la incesante generación de plusvalor.
Desde principios de los años setenta del pasado siglo, amplios sectores de la comunidad científica vienen alertando del funesto destino que nos aguarda, como consecuencia de la flagrante irracionalidad del metabolismo socioeconómico y la de-civilización promovida por el desquiciado capitalismo actual. Ante la dureza de los diagnósticos de la ciencia y la radicalidad de las prácticas sociopolíticas y económicas del capitalismo, en su búsqueda de acumulación y plusvalor, si queremos sobrevivir como especie, nos toca descolonizar nuestros imaginarios y reinventar el buen vivir.
El sistema socioeconómico actual es un insaciable consumidor de energía y materiales. Por eso, ante la creciente escasez de los recursos necesarios para sostenerse, antepone su supervivencia, cueste lo que cueste, a cualquier derecho de las distintas especies que pueblan el planeta. Para ello naturaliza la muerte y transforma la vida en un bien desechable. ¿Vamos a seguir actuando como si el planeta nos perteneciera y pudiéramos hacer lo que quisiéramos? ¿Tenemos derecho a pensar que es un mero escenario de nuestras actividades económicas?
El metabolismo capitalista es una máquina de destrucción masiva del medioambiente y una fábrica de desigualdades y miseria
Si aceptamos los avisos que los científicos nos dan y pretendemos poner freno al proceso de volver invivible, el planeta que nos sirve de morada y nos da lo necesario para vivir, ha llegado el momento de dejar de soñar, con seguir creciendo y consumiendo, y entrar en una transición socio-ecológica hacia menores niveles de uso de energía y materiales. La condición previa es reconocer el enorme e innecesario sufrimiento que se vive en el mundo para sostener nuestro consumista modelo de vida actual. Si, de verdad, queremos frenar la “carrera hacia el abismo” y empezar a regenerar del devastado paisaje que deja tras de si el desquiciado capitalismo neoliberal, debemos, no solo, obviar las soluciones crecentista, sino, también, la cháchara verde del capitalismo Green New Deal y los “misticismos” del ecologismo “happy flowers de la nueva era”, tan monetizadores de la vida y de la naturaleza como los capitalistas sin complejos.
En el contexto actual, el capital no duda, en los estados burgueses, en utilizar y pactar con las diferentes formas de neofascismos, vistiendo esas alianzas de democracia. La situación no es fácil, ya que, desgraciadamente, los viejos y nuevos reformismos siguen ejerciendo de curanderos de la barbarie económica, vendiendo la falsa ilusión de que es posible alcanzar un capitalismo con “rostro humano”. Una y otra vez, los títeres del Hemiciclo se dedican a desactivar y deslegitimar las auténticas aspiraciones emancipadoras. Pero la historia nos enseña que el reformismo, en todas sus variables, no ha cumplido nunca ninguna de sus premisas. Como tampoco, el parlamentarismo de las democracias liberales es una vía gradual de avances hacia la mejora de las condiciones de vida de la vieja clase obrera. Ni siquiera en los países autoritarios, con capitalismo de estado, como la antigua Unión Soviética o China, han sido capaces de estabilizar y controlar las desatadas fuerzas del capitalismo, o de reducir la frecuencia y profundidad de sus crisis.
En la misma línea, se nos propone que nos “adaptemos” al cambio climático (hay dos corrientes en el capitalismo actual: los fosilistas, negacionistas del Cambio Climático y los defensores del Green New Deal) en lugar de combatirlo de forma real, aceptando los límites del crecimiento.
En vez de escapar del “terror económico” se acrecienta la amenaza. En la actual fase del capitalismo, todo aquello que no sirva a la valorización del capital es un lujo y, en tiempos de escasez energética y de recursos, el lujo está fuera de lugar. No es ninguna perversión; es la característica del sistema capitalista: acumular capital y la transformación del dinero en más dinero, su principio vital.
Nos lo resume la filósofa eco feminista Nancy Fraser: “Sea cual fuera la formulación con la que empecemos, la conclusión a la que llegamos es la misma: las sociedades organizadas de manera capitalista portan en su ADN la contradicción ecológica”
PS. Me van a permitir que hoy acabe con una recomendación, si algún improbable lector tiene la posibilidad física y el interés intelectual por conocer cuál es el escenario energético y de carencia de materiales, al que nos enfrentamos, recomiendo la conferencia que, el próximo martes día 5, van a impartir en la ciudad donde vivo, Ponferrada, Antonio Turiel y Antonio Aretxabala, dos referentes en el debate que, actualmente, se está dando, a nivel internacional, sobre los efectos que la escasez de recursos energéticos y minerales, y el cambio climático está suponiendo en el metabolismo capitalista, y sus impactos en la sociedad.