[TRIBUNA] ¡Viva la Virgen de la Encina!
BOUZA POL | Nací y crecí escuchando las campanas de la Colegiata. Cuando era niño preguntaba mucho:
-¿Por qué tocan las campanas, mamá…?
-Tocan porque se ha muerto alguien…, tocan a muerto…
-Y ¿quién se murió…?
-No sé, hijo, no lo sé, pero tú rézale, rézale que luego ya me entero y te lo digo. ¡Ay, Dios mío, ten piedad y recógelo en tu seno!
Y hacíamos la señal de la cruz…
Desde niño, al sentarme para desayunar, comer o cenar, hago la señal de la cruz (me santiguo), y bendigo la mesa, tanto en mi casa como en los restaurantes o lugares públicos. También al salir de casa, escuchar las campanas tocar el Ángelus, al ver pasar un entierro, al empezar un trabajo…
Así me lo enseñó mi madre, y lo sigo practicando con devoción.
El Cristianismo predica el amor, en él no cabe el odio, ni la venganza, ni la crueldad. Los Cristianos Católicos estamos en contra de la violencia, y la única guerra que debemos librar es interior, con nosotros mismos, con nuestros corazones y cerebros, para intentar vencer los egoísmos, para ser mejores y contribuir al bien común.
No entiendo ni comparto los lujos, placeres y soberbias de los hedonistas que sólo piensan en disfrutar de la vida a costa de lo que sea, sin miramientos, sin respetar a los demás.
Todavía hay mucha gente sin trabajo, sin recursos suficientes, pasándolo mal, mas, afortunadamente, en nada se parece a mis años de niñez, en la posguerra, cuando se padecían tantas carencias. La casa de mis padres casi era «un banco de alimentos» de ayuda a los necesitados. Los huertos de regadío, los sotos de castaños y las viñas, a base de mucho trabajo esfuerzo y sudor, daban suficiente para todos, sin lujos, sin derrochar.
Chorizos, botillos, tocino, manteca, gallinas, pollos, conejos, castañas, nueces, avellanas, almendras, garbanzos, alubias, cebollas, maíz, huevos, vino, fruta, conservas caseras de cosecha propia había todo el año, y más manjares de temporada.
Además del jamón de cerdo, en el verano y en el otoño disfrutábamos también del «jamón de huerto», es decir, los pimientos, que en el Bierzo siempre son de calidad superior.
Antes nos esforzábamos, doblábamos el espinazo, vivíamos de la tierra, todo lo daba la tierra. Ahora la gente nueva no la conoce, no la quiere, no la trabaja.
Los pueblos perecen, son víctimas de la comodidad general, pero, no obstante, me parece inapropiado e injusto que una persona en la vendimia o recogiendo fruta siga padeciendo una jornada laboral de ocho horas diarias, igual que hace cincuenta años, y, además, los «jornales» sigan siendo «manifiestamente mejorables».
También lamento que nuestro magnífico idioma, de «andar por casa», se vaya deteriorando por culpa de introducir artificialmente nuevos vocablos, extranjerismos, casi siempre absurdos, mientras vamos abandonando otros que sí eran de uso habitual no hace mucho tiempo. Estamos siendo invadidos por barbarismos difíciles de tragar, pero que terminan asentándose por culpa de nuestra «moderna indolencia» que ya no quiere conocer nuestro pasado ni saber de los callos en las manos, de las maniotas en las piernas, en los riñones o «cuadriles». Ahora, verbigracia, los chicos no conocen el «correverás», no les suena «correveidile», no dicen «es la caraba», tampoco «la carabina de Ambrosio», ni eres un «matalascallando».
Algo parecido pasa con la fauna local. A orillas del Burbia abundaba la donicela o «denuncilla», que era lo mismo que la fuiña, el rabisaco, la garduña y la comadreja, gran depredador, pavor de las gallinas, más terrible que la zorra. También había salamandras, ranas, anguilas y, naturalmente, peces, bogas y truchas.
Por desgracia, nos visitan, y se quedan, muchos animales extraños, especies invasoras que no traen cosa buena al paisaje, al entorno natural, al hábitat. Acaban con todo.
Nostalgia siento al recordar el canto de las cigarras al mediodía en los cálidos días de verano camino de Valdepiñeiro hasta la viña.
Me alegra el rotundo y bien merecido éxito del enólogo Raúl Pérez, de Valtuille de Abajo, lugar de nacimiento de mi abuela Isabel González González. Algunas veces, pocas, el sueño, la pasión y el esfuerzo son reconocidos como Dios manda.
El Bierzo no puede seguir «templando gaitas». Sin tren no hay futuro, el «AVE» ni siquiera será «gallina». ¿Qué pasó, qué pasa con la Ciudad de la Energía, la Captura del CO2, la autovía a Galicia por Valdeorras, y la autovía para enlazar con Asturias sin tener que subir hasta León? ¿Es todo un cuento chino como aquel del famoso Puerto Seco en Toral de los Vados? ¿Habrá que aplaudir que exploten una nueva mina de plomo, plata y no sé qué más en plan tercermundista? ¿Sarna con gusto no pica?
Tenemos que luchar para impedir la salvaje y opresora proliferación de parques solares y enormes torretas de aerogeneradores y, al mismo tiempo, debemos tratar mucho mejor la tierra reduciendo fumigaciones, procurando crecer en agricultura ecológica, que es de mayor calidad, respeta mejor el medio ambiente y aporta a la economía más valor añadido.
El futuro tiene que estar en las manos de los que trabajan la tierra con cariño, con ilusión y solidaridad, sin egoísmos ni maltratos.
Los de mi generación, hijos de labradores, regamos la tierra de sudores, conocimos el tiempo del Auxilio Social y de los cojos con pata de palo. Ahora, los jóvenes deberían hacer compatible el tractor de «aire acondicionado» con la «pedona» y el hocín-foucin.
Tenemos que rezar más, recuperar las buenas costumbres perdidas. ¡Viva la Virgen de la Encina! Amén.
El que esté libre de culpa…
Con toda Burbialidad.