[ANÁLISIS] Los retos del arriesgado Gobierno escaleno
JUANJO URBINA | El flamante alcalde Marco Morala preside por primera vez los actos de la fiestas de la Encina después de haber conquistado para el PP, contra casi todos los pronósticos y encuestas, la alcaldía de Ponferrada. A falta de plazas más importantes, la capital del Bierzo se ha convertido en la joya de la corona de los populares en una provincia donde a pesar de su victoria en las legislativas –recuperando la condición de primera fuerza política, con dos diputados y tres senadores– no viven precisamente su mejor momento.
Morala ganó las elecciones del 28 de mayo perdiendo y Olegario Ramón las perdió ganando. Obsesionado por la mayoría absoluta, Ramón se creyó Churchill durante su histérica gestión de la pandemia y al final se quedó como él sin el bastón de mando. Por dos motivos fundamentales: su soberbia y el monumental error de Podemos al no llegar a un acuerdo con Izquierda Unida para concurrir conjuntamente a los comicios locales. Ponferrada tendría hoy un gobierno de izquierdas de haber sido el anterior alcalde más generoso y sutil con sus socios –principalmente los de Coalición por El Bierzo, Podemos nunca le molestó por su papel subalterno del PSOE– o si Lorena González hubiese mostrado un ápice de inteligencia política en lugar de ir de sobrada ofreciendo a IU un inaceptable tercer puesto en la lista.
Desconcertado quizá por los resultados, tampoco estuvo precisamente fino Ramón en el proceso de negociación de los pactos. Es cierto que jugaba la partida casi sin cartas, con un Gobierno central por el que nadie daba un duro en aquel momento –aunque ahora lo tiene todo a favor para repetir– y la Junta de Castilla y León, el principal proveedor de inversiones en la ciudad y en la comarca, en manos del PP. Tuviese o no el desenlace decidido de antemano, que sobre esto hay opiniones para todos los gustos, Coalición planteó la negociación con un hábil manejo de los tiempos que mantuvo el suspense hasta el final. Todo lo contrario de lo que había hecho Pedro Muñoz cuatro años antes, echándose en brazos de los socialistas precipitadamente y prácticamente gratis. Al menos, en lo que a concesiones políticas se refiere.
Por su parte, el PP entendió la necesidad planteada por los bercianistas de deslindar las conversaciones con ellos de las que mantenía con Vox, huyendo de la imagen de un tripartito, empeño que se vio manchado por la torpeza del encuentro en la cafetería de las Cortes de Castilla y León entre Morala, Iván Alonso y Patricia González. No ha habido, eso sí, más fotos que esa imagen captada furtivamente (dicen que por un procurador de la UPL) y Vox está pero no está en el Gobierno municipal, imitando la posición que en su día ya ensayó Gloria Fernández Merayo con Ciudadanos. A día de hoy, las competencias y atribuciones de los dos representantes de Vox en el Ayuntamiento siguen siendo un misterio. Según la oposición, ni siquiera aparecen por su despacho.
Obsesionado con la mayoría absoluta, Ramón se creyó Churchill en su histérica gestión de la pandemia y al final se quedó sin alcaldía
La asimetría en la mayoría municipal –que hay 14 contra 11 de forma estable ha quedado claro en los plenos celebrados hasta ahora– nos ha llevado a bautizar como Gobierno escaleno al equipo que lleva las riendas del consistorio y que acaba de iniciar un mandato lleno de retos. Para el PP, el primero es mantener la estabilidad durante los cuatro años y para ello deberá cuidar la relación con sus socios y asumir tareas aparentemente tan complicadas como sujetar a Vox. De momento todo va sobre ruedas, sin una sola estridencia cuando ya falta poco para que se cumplan los primeros cien días, pero pueden estar seguros de que no siempre va a ser así. Vox, que mostró cintura forzando la rebaja de los sueldos, necesita demostrar a sus electores que es una fuerza útil y con capacidad para gobernar o al menos influir en las decisiones. De lo contrario, lo mismo que ha llegado desaparecerá dentro de cuatro años.
Después de haber obtenido 10 concejales, el principal reto del Partido Popular para los próximos cuatro años no puede ser otro que afianzarse desde el trampolín que supone la alcaldía y acercarse lo más posible a la mayoría absoluta. Haría mal en obsesionarse con ella repitiendo los errores del PSOE. En cuanto a Marco Morala, su objetivo es consolidar un incipiente liderazgo cumpliendo las expectativas que ha generado su llegada a la alcaldía entre el electorado conservador. Sus primeras medidas no han pasado de lo puramente cosmético, y en otras de más calado se barrunta la recompensa por los servicios prestados a los que con su ausencia en las urnas en mayo probablemente hayan contribuido a su inesperado éxito. A falta de una estrategia de comunicación coherente (de la que ya carecía cuando estaba en la oposición), en estos primeros meses ha ofrecido síntomas de padecer el mismo mal que aquejó a su antecesor: una desmedida afición a la propaganda. Convocar tres ruedas de prensa en un día para cuestiones nimias no sirve ni para satisfacer el afán de los concejales novatos por darse a conocer.
Pero sin duda es Coalición por El Bierzo quien más se juega en este arriesgado pacto de gobierno. Casi el ser o no ser dentro de cuatro años. Los bercianistas lograron que el PP firmara un acuerdo en el que se implicaron consejeros de la Junta de Castilla y León e incluso el propio Mañueco, hicieron gala de transparencia trasladándolo a la opinión pública y ahora deben demostrar no solo capacidad de gestión en las áreas que ellos mismos eligieron sino madurez política para exigir que se cumplan la mayoría, si no todas, de las inversiones contempladas en el documento. Parece que como regalo de la Encina van a traer radioterapia, pero será en una clínica privada. Seguramente nos dirán que gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones.
Si las cosas no van bien, Coalición puede activar en cualquier momento el botón de la moción de censura, un mecanismo que en Ponferrada solo ha sido fuente de problemas. La aritmética lo permite, pero se antoja harto improbable que los bercianistas lleguen a utilizar ese comodín. Para ello tendría que producirse un incumplimiento flagrante de lo pactado o un grave deterioro de la relación personal. Y llegado el caso habrían de darse determinadas condiciones nada fáciles de cumplir para reeditar el pacto con el PSOE. Por ejemplo, una condición necesaria pero no suficiente sería la salida de Olegario Ramón. ¿Accedería a ello el PSOE? Visto el precedente de Eduardo Morán, al que sacrificó para mantener la presidencia de la Diputación –la última compensación de la que se habla para él es Paradores, habitual refugio de inútiles–, todo podría ser.
La salida de Olegario Ramón sería condición necesaria, pero no suficiente, en una más que improbable moción de censura
Hablando de inútiles, el efecto dominó desencadenado por Olegario Ramón al presionar al partido para que le aupara a la presidencia del Consejo Comarcal, combinado con el veto de la UPL a Morán, terminó convirtiendo en presidente de la Diputación a Gerardo Álvarez Courel. El empeño del exalcalde, aparte de la resistencia personal a la reincorporación a su empleo gris en los juzgados, es fácil de entender. La presidencia del ente comarcal le asegura visibilidad política, presencia protocolaria (o sea, seguir asistiendo a todos los saraos para salir en las fotos) y mediática y, lo que no es menos importante, manejar su propio grifo de publicidad institucional. Y con el asunto de los Puntos Violeta ya ha asomado la patita de la utilización del Consejo para hacer oposición en el Ayuntamiento. La respuesta de Morala, arrogándose en solitario la organización del acto institucional del Día del Bierzo, no ha sido más afortunada.
Como quiera que el trabajo en el ente no le va a robar muchas horas, Ramón dispondrá de tiempo más que sobrado para ejercer la oposición municipal. Lo hará con el estilo que ya exhibió en tiempos de Gloria Fernández Merayo, a la que llegó a tildar de «peligro público». No se caracteriza precisamente el portavoz socialista por su moderación, como se pudo comprobar en aquella etapa y se atisba ya en los primeros escarceos de este mandato. Se equivocará el PP si se adentra por esa senda del intercambio de descalificaciones, por la que se ha deslizado en estos primeros meses Coalición por El Bierzo, arrastrada seguramente por un comprensible deseo de ajustar cuentas políticas con quien se comportó como un socio desleal, arrebatándole incluso candidatos en las pedanías.
El peso de la oposición municipal recaerá en exclusiva durante los próximos cuatro años sobre un PSOE que deberá hilar muy fino si pretende recuperar la alcaldía. En cuanto a la oposición extramunicipal, los principales quebraderos de cabeza le llegarán al Gobierno escaleno desde unos movimientos sociales sin duda debilitados pero muy penetrados por los socialista y otras fuerzas de izquierdas. Lo ocurrido con los Puntos Violeta es tan solo un avance de la actitud que va a mantener el feminismo con respecto a los actuales responsables municipales. Las asociaciones de vecinos o la Plataforma en Defensa de la Sanidad Pública son otros frentes a los que deberá atender.
En cuanto a la oposición estrictamente política, probablemente no veremos ni rastro de los partidos, coaliciones y chiringuitos que concurrieron a las elecciones de mayo y se quedaron fuera de la corporación. El único que parece estar en condiciones de sostener la vela (ya veremos por cuánto tiempo) es Podemos. A IU suele faltarle constancia y tiende a desaparecer como el Guadiana entre un proceso electoral y otro. Por no hablar del batiburrillo en el que se ha convertido la recomposición del espacio a la izquierda del PSOE con la entrada en escena de Sumar. Y del resto, el único con la paciencia suficiente es Tarsicio, pero ya lleva la friolera de 45 años haciendo lo mismo y la duda es cuánto tiempo le seguirán acompañando las fuerzas. En cualquier caso, no parece que ni los que gobiernan ni los que se oponen vayan a contribuir a mejorar la situación del primer municipio de una comarca moralmente anestesiada, políticamente postrada y económicamente deprimida.