[LA OVEJA NEGRA] Turiel y Aretxabala en Ponferrada: una conferencia para un mundo mejor
GERMÁN VALCÁRCEL | Después de escuchar, acompañado por cerca de doscientas personas, el pasado día 5 de septiembre, en la capital de la periférica, en todos los sentidos, comarca del Bierzo, a dos de los más influyentes y respetados científicos –Antonio Turiel y Antonio Aretxabala– en el debate que se está dando sobre la crisis energética y de escasez de materiales, servidor sacó la conclusión de que el decrecentismo no es una doctrina de salvación derivada de una profecía apocalíptica, es simplemente la consecuencia de un diagnóstico científico descarnado de la situación actual que no puede ofrecer salvación, solo algunas orientaciones para una lucha de largo aliento que implicará tanto enfrentamientos directos y estrategias de contrapoder como procesos sociales de desconexión o huidas masivas de los modelos de conducta dominantes.
Tras la apasionada exposición, repleta de valores ecocéntricos y humanistas, sustentada con abrumadores datos, conceptos e investigaciones científicas, es que el previsible derrumbe civilizatorio (no un apocalipsis, como pretenden hacernos creer los manipuladores y mal intencionados críticos con las tesis decrecentistas) no viene incluido en los genes de la especie, sino que es el resultado de las opciones que en cada momento tomaron los que tenían las riendas del carro de la historia.
El conjunto de esas elecciones nos ha conducido hasta aquí: al límite definitivo, a la frontera final con la biosfera a la cual pertenecemos y nos debemos. El derrumbe civilizatorio al que estamos abocados, si no escuchamos a los que nos alertan, nos llevara a los escenarios que ambos conferenciantes plantearon. Y no será una consecuencia de castigos divinos: lo será de la estupidez, la avidez, la insensatez y el deseo de poder de grupos sociales concretos, con nombre y apellidos conocidos.
Si me quedaba alguna duda, tras la conferencia me queda claro que el decrecimiento es una necesidad absoluta, en nuestra época, y fundamentalmente en las geografías occidentales, impuesta por los límites planetarios y por el agotamiento de los recursos. Si viviéramos en otro tipo de sociedad, decrecer no tendría que suponer un problema, pero dentro los marcos actuales de la economía, decrecer equivale a entrar en depresión económica e incluso llegar al colapso sistémico. Dado que el metabolismo capitalista no está preparado para decrecer serena y virtuosamente, tarde o temprano, en el transcurso de la gran crisis sistémica que esta comenzando, será preciso iniciar profundos cambios individuales, colectivos y políticos. Esos cambios implican una salida de las inercias y las dinámicas del capitalismo.
Entorno a los previsibles escenarios descritos por los conferenciantes, es por lo que algunos defensores de las tesis decrecentistas entendemos que, el camino a seguir, no es volver a delegar en vanguardias supuestamente esclarecidas la concepción y el diseño de las nuevas formas convivenciales, sino promover el derecho a la imaginación en todo el cuerpo social. Es necesario seguir informando y movilizando a la población y, romper los cercos mediáticos y políticos del sistema que intentan domesticar las tesis decrecentistas, primero ridiculizándolas, para, posteriormente, despolitizarlas, suavizándolas y expulsándolas del campo al que realmente pertenecen, que es el campo de la invención de nuevas formas y modos de hacer política.
Los decrecentistas no deben convertirse en cómplices del sistema, como lo son la izquierda institucional y el ecologismo reformista
La imaginación decrecentista es el requisito para el cambio de rumbo. Imaginar es un ejercicio de libertad que sostiene los proyectos de decrecimiento desde abajo y desde fuera del estado. Imaginar es también un ejercicio de contrapoder. Y el campo de esa imaginación decrecentista es inmenso, total, infinito, sin más límites que los que la propia energía creativa colectiva se imponga a sí misma. Imaginar significa la prefiguración del mundo deseado y de las formas de llegar a él, explorando otros caminos en las bifurcaciones de la historia. La imaginación y la inventiva participativa debe ser el fundamento de las prácticas por el decrecimiento.
No es necesario, o tal vez sí, reconocer que la tarea no es fácil, dada la considerable heterogeneidad de los que, aun reconociendo los problemas energéticos y climáticos -la izquierda institucional y sus ONG verdes- se muestran incapaces de ir mas allá de la ortodoxia económica vigente del crecimiento infinito, del PIB como fetiche de la ideología dominante y de los estrechos márgenes de las reglas de juego marcadas por el capital y las democracias liberal-representativas. Dejando, con ello, clara la contradicción entre la gravedad del diagnóstico y la cortedad de medidas que plantean para atenuarlo. Por eso, el desafío del decrecentismo es inmenso. Necesita hacerse entender por una sociedad entera y sumar esperanzas, luchando por cosas concretas y pequeñas que el estado, los partidos políticos y sus domesticados movimientos sociales desprecian como pequeñeces, pero que, en el fondo, son la política concreta.
Es necesario no caer en la trampa de la lucha por “los derechos” de las democracias y economías neoliberales (es lo que hace el ecologismo mainstream con su relato de: “las leyes nos protegen”) que son el marco político-teórico, responsable del colonialista genocidio y ecocidio que se está perpetrando a nivel planetario. Sería perder tiempo histórico, energía vital, creatividad política y capacidades que es urgente gastar en otros proyectos y en otro lado. Ante el abrumador consenso científico acerca de la contundencia del diagnóstico y la urgencia de las soluciones, es necesario elaborar un conjunto coherente de prácticas y de reflexiones teóricas que iluminen las sendas emancipadoras y que pugnen por aunar la preservación del metabolismo socio natural con la liberación del yugo de capital.
Los decrecentistas no deben convertirse en cómplices del sistema, como lo son la izquierda institucional y el ecologismo reformista, para provocar la apatía social generalizada por la ausencia de ilusiones movilizadoras. No se puede cuestionar la estructura sistémica que nos da y nos quita “derechos” si nos aferramos a ella. Los supuestos derechos y las leyes aprobadas por los capataces y sicarios del sistema en los parlamentos, no son más que las reglas y el marco de “juego” que debemos acatar, para convertirnos en meros clientes del mismo. Por eso el institucionalismo ya no es política, es la privatización de la política. Tampoco es democracia, es democracia basura. No hay ya estados soberanos, hay un proyecto neo feudal corporativo donde los gobiernos son meros administradores de los intereses del capital.
Los institucionalistas emiten un discurso que es perverso, una máscara para tapar el expolio, el ecocidio y la muerte que el capitalismo lleva a cabo a escala planetaria, una hipocresía necesaria para que nadie se atreva a tomar conciencia de lo que realmente se está haciendo. Lo dijo Antonio Turiel en la antedicha conferencia: “Decrecimiento es democracia (democracia inclusiva añadiría yo), seguir como hasta ahora será pobreza para la inmensa mayoría”.