[LA OVEJA NEGRA] Ismael Álvarez y Nevenka Fernández, una historia interminable
GERMÁN VALCÁRCEL | Aun sabiendo que no son tiempos esperanzados, ni de militancias entusiastas, siempre pensé que mis conciudadanos tenían algún interés por conocer y entender la razón de ser de un presente tan abyecto como el que estamos viviendo, incluso creí que tras haber acumulado renuncias y esponjado la lucha por los ideales, al menos una parte de la población deseaba salir del ambiente fatalista y resignado que nos envuelve. Pero no, la gente prefiere olvidarse de lo que le rodea, quiere vivir como si los asuntos públicos no le concernieran.
Reconozco que hoy escribo bajo la desagradable impresión y desasosiego que me ha ocasionado el espectáculo de tener que volver a escuchar a uno de los políticos más desaprensivos que haya habido al frente de cualquier institución comarcal –el que instauró el método de los «cachinines» y el «engrasamiento» como forma de gobernanza municipal– dar lecciones de dignidad y coherencia política. Y no lo digo porque el Ciudadano Álvarez, a él me refiero, haya vuelto a sacar a colación su condena por acoso a Nevenka Fernández. Algo que no creo sorprenda a nadie. Lo digo por ese afán narcisista de ser reconocido como el mejor alcalde de la ciudad, que es una parte, y no menor, de la mercancía averiada que trata de colocarnos, tras su alegato de haber sufrido un grave error judicial. Por otra parte, no se le puede a negar, al menos servidor no lo hace, su derecho a parte del pastel económico que en torno a su caso se ha generado y se sigue generando. Y más cuando es conocido que se prepara una nueva película sobre el tema. Vivimos en una sociedad capitalista donde todo se mercantiliza, incluso los amores y los dolores, o se manipula políticamente.
A don Ismael Álvarez hay que reconocerle que ha sido el maestro y precursor de todos los Corleones y Sopranos que han convertido la actividad política comarcal en un floreciente y lucrativo negocio privado, ya que les enseñó que en la sociedad berciana y ponferradina hay muchísimo miedo, clientelismo e ignorancia. Aunque ninguno ha sido capaz de explotar esas «cualidades» como él. Esa transmisión de «conocimiento» ha dado réditos electorales a todos sus sucesores, sin distinción de ideologías –incluso a los líderes sociales «ongeros»– para sus intereses políticos y personales y les ha permitido seguir apropiándose de la riqueza a costa de no proporcionar a los demás más que angustia e incertidumbre, al arrojar a la mayoría social al pozo de la más grosera desigualdad. Les importa un bledo el mal que producen socialmente o el daño que infligen en las personas y en sus libertades.
Por eso, a estas alturas del caso, llama la atención ese afán por querer reivindicar su supuesto legado político. Pero, tal vez, sería más interesante, y más actual, nos diera su versión sobre qué ha llevado al actual alcalde, Marco Morala, a contratar como personal de confianza a una antigua, leal y cercana colaboradora suya y, curiosamente, a ese dechado de ética y dignidad socialista, el «fontanero» de sus socios políticos en la infame moción de censura –más bien venganza personal– que descabalgó a López Riesco de la alcaldía. El Ciudadano Álvarez es un escorpión político que termina con todas las ranas que le ayudan a cruzar el río. ¿Dónde están, actualmente, López Riesco y Samuel Folgueral?
Si algo caracteriza a los bercianos y bercianas es su querencia por carismáticos líderes caciquiles y su gusto por el clientelismo
En la «novela», tan minuciosa y meticulosa en algunos temas, se echan en falta algunos episodios que nos ofrecerían una magnífica fotografía de la personalidad del exalcalde, como el ocurrido, a los inicios de su mandato como alcalde, en la Peña de Congosto, o una explicación de donde terminaron los fondos para trasladar la montaña carbón –diseminada por toda la ciudad–, además de algún análisis sobre las consecuencias que sus políticas urbanísticas en la Rosaleda han terminado ocasionando al resto de la ciudad, hoy convertida en una especie de cementerio de zombis.
Sobre el acoso a Nevenka Fernández, personalmente, nada nuevo creo hay decir. Antes de escribir esta columna he contado haber escrito cerca de una veintena sobre el caso. Pero las posiciones, políticas y sociales, sobre un tema cerrado judicialmente hace ya más de veinte años, siguen inamovibles. Esta semana hemos tenido ocasión de comprobarlo, una vez más. No obstante, al Ciudadano Álvarez, y a todos sus forofos, cabria recordarles que la literatura puede reinterpretar la realidad pero es incapaz de transformarla.
En el Bierzo la democracia no ha sido nunca el gobierno del pueblo, porque la esencia de la democracia es el autogobierno, y si algo caracteriza a los bercianos y bercianas es su querencia por carismáticos líderes caciquiles y su gusto por el clientelismo acrítico y sectario. Como es sabido, cada pueblo tiene sus usos y costumbres, en la Comarca Circular nos gusta guiarnos por las apariencias y, como no tenemos mucha cultura política, elegimos a nuestros líderes y lideresas basándonos en intuiciones sin fundamento; nos movemos por filias y fobias, no por razonamientos; por el egoísmo y las señales sociales, no por el contenido de los mensajes o los argumentos. Esclavos de nuestras pasiones instintivas y nuestros volubles intereses, no somos capaces de la menor reflexión y rigor, siendo, consecuentemente, susceptibles a la adulación populista. Por eso seguimos y ensalzamos a tipejos y tipejas que debieran tener menos poder de convocatoria que un zapato que pisó mierda. Seguramente por eso aceptamos que nos representen un hato de necios codiciosos. En el pecado llevamos la penitencia.
¿Vamos a tener que seguir consumiendo la ropa vieja de la olla podrida? Lo ocurrido esta semana en Ponferrada me trae a la memoria aquello que don Pío Baroja sostenía: la diferencia entre un inglés y un español consistía en que el primero no tenía sentido del ridículo y el segundo era el único sentido del que no carecía; las cosas han cambiado, al menos entre una parte de la sociedad ponferradina, ya ni el del ridículo atesoran.
Ante semejante presente y la inexistencia de porvenir, poco o nada nos queda por hacer que no sea esperar sentados, viendo como esta provinciana sociedad se derrumba poco a poco.