[LA OVEJA NEGRA] Ucrania, Palestina y el Día de la Hispanidad: diferentes expresiones de la misma enfermedad
GERMÁN VALCÁRCEL | A estas alturas, si algo deberíamos haber aprendido es que una formulación económica basada exclusivamente en el crecimiento sin límites, aparejada con un consumo masivo, solamente puede dar lugar a situaciones de profunda injusticia, a grandes penalidades y, al colapso eco social. El sistema capitalista está sobradamente demostrado hacia donde nos conduce y, por muchas regulaciones y reformas que algunos pretendan hacer como solución, dará idéntico resultado. O nos ponemos manos a la obra, o efectivamente el mercado lo regulará todo, y lo hará del modo siguiente: violando los derechos humanos, dejándonos a la mayoría de los ciudadanos en la práctica miseria e impulsando a una opulenta minoría de depredadores sociales parapetados bajo los eufemismos de empresario, emprendedor o representante político.
Si antes el sufrimiento causado por las guerras por los recursos era patrimonio exclusivo de los de abajo: el Sur Global y las periferias de la metrópolis, donde se hacinan los excluidos de la fiesta, ahora ensancha sus calamidades hacia las insolidarias y «estupidizadas» clases medias occidentales. Ese es el motivo por el que amplias capas de las sociedades del privilegiado mundo occidental, se fascistizan, dando lugar a que la caza del ser humano se incremente y se festeje: gana quien más expulse, encarcele, confine, asesine o cancele. Si piensan que exagero lean las redes sociales o los medios de comunicación convencionales. Sobre cada rincón del planeta, el supremacismo, el narcisismo, el odio y el desprecio arrasan continentes, naciones y comunidades enteras, y destruyen familias. ¿Por qué creen que pasa lo que está sucediendo en Ucrania, Palestina, Siria, Irak, Libia, Kurdistán, el continente africano o América Latina? El gran Capital es el principal responsable de la tormenta que amenaza la existencia de la humanidad entera.
Con el torpe y viejo disfraz del nacionalismo fascista, los tiempos del oscurantismo más retrógrado vuelven reclamando privilegios y atenciones. Cansado de gobernar desde la sombra, el gran Capital desmonta las mentiras de la «ciudadanía “ y la «igualdad» frente a «la ley y el mercado». La bandera de «libertad, igualdad y fraternidad» con la que el capitalismo vistió su paso a sistema dominante en el planeta, es ya solo un trapo sucio y desecho en el basurero de la historia.
En su crisis terminal, el metabolismo capitalista se desemboza y muestra sus verdaderos rostro y vocación: guerra siempre, guerra en todas partes y en todos los niveles. Ese es el emblema del soberbio trasatlántico que navega en un mar de mierda, sangre y muerte. Es el dinero y no la inteligencia artificial la que combate a la humanidad en esta decisiva batalla: la de la supervivencia. Nadie está ya a salvo. Ni siquiera el ciego y codicioso capitalista nacional que soñaba con la bonanza que le ofrecían los mercados mundiales abiertos, ni la estúpida clase media, sobreviviendo entre el sueño de ser poderosa y la realidad de ser rebaño del pastor de turno. Y ni por supuesto la clase trabajadora del campo y la ciudad, que ya lleva décadas viendo atacadas sus vidas, libertades y bienes.
Para completar la fotografía, ahí tenemos a millones de desplazados y migrantes agolpándose en las fronteras que, de pronto, se volvieron muros. Pero en la geografía mundial de los medios de comunicación y las redes sociales, los desplazados y los muertos de las guerras colonialistas, de las guerras por los recursos, solo son fantasmas errantes sin nombre ni rostro, apenas unos números estadísticos que muta de ubicación. Son las víctimas de segunda categoría de los programas de reajuste del capitalismo, para las sociedades occidentales y occidentalizadas pertenecen «al orden natural de las cosas» y no merecen más que algunas imágenes macabras o algunos artículos sobre el pintoresquismo del horror. En la organización desigual del mundo que el sistema capitalista lleva en su ADN, hay quien es digno de solidaridad y quien es digno, a lo sumo, de caridad o lástima.
Es el momento de organizarse fuera de los viejos caminos a ninguna parte que nos ofrece la izquierda institucional y sus narcisistas y codiciosos líderes
Los que con la caída del enemigo comunista, ese que según los voceros del Capital solo ofrece dictaduras y pobreza (si se refieren al capitalismo de estado no van muy descaminados), anunciaron la supremacía de un sistema que otorgaría bienestar a quien trabajara, nos han llevado al preludio de la más espantosa pesadilla. La realidad es que el capitalismo como sistema mundial colapsa, y, desesperados, sus elites y sus capataces, los representantes políticos de las democracias liberales, no atinan a donde ir y se repliegan a sus guaridas de origen. Ofrecen lo imposible, la salvación local contra la catástrofe mundial. Algo irrealizable dentro de un sistema basado en el crecimiento y la generación de plus valor.
Sin embargo, la pamplina se vende bien, entre una clase media que se difumina entre los previamente excluidos, pretendiendo suplir sus carencias económicas con refrendos de raza, credo, color y sexo. La salvación es blanca, cristiana y masculina. Ahora, quienes vivían de las migajas que caían de las mesas de los grandes capitales ven, desesperados, como también contra ellos se levantan muros. Y en el colmo del cinismo y la hipocresía les vemos hacer gestos de contrariedad e intentar tímidas y ridículas protestas. El sistema droga a la medianía social con el opio del localismo reaccionario o particularismos estrechos. Suena ridículo, pero, el viejo fascismo se disfraza y pretende, para guarecerse de la tormenta, levantar muros en vez de construir techos. No, no estoy defendiendo el universalismo descarnado de la globalización. Hay dos formas de perderse: por segregación amurallada o por dilución universal. Debemos defender un universalismo depositario de todos los particularismos que profundice y permita la coexistencia de todas las diferentes cosmovisiones.
Ahora, ante la barbarie en marcha, aquellos que encadenados a viejos y caducos dogmas hoy tartamudean, ante la realidad frenética, siguen ensayando viejas recetas, o se mudan a la idea de moda tras manipularla, dejando, con ello, claro lo que pretenden esconder: No tienen ni la más remota idea de lo que pasa, ni de lo que sigue, ni de lo que antecedió a la pesadilla actual. Por eso necesitamos escapar de los dogmas del pasado. Es el momento de organizarse, fuera de los viejos caminos a ninguna parte que nos ofrece la izquierda institucional y sus narcisistas y codiciosos líderes. Si queremos sobrevivir ha llegado el momento de auto organizarse desde abajo para luchar y resistir, es el momento de decir NO a la pesadilla que desde arriba nos imponen. Es el momento de dejar de lado a caudillos y pastores.
El actual escenario ya nos lo anticipó el poeta y político francés Aimé Césaire en 1955, en su Discurso sobre el Colonialismo: «Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento, es una sociedad decadente. Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales, es una civilización herida. Una civilización que le hace trampas a sus principios, es una civilización moribunda».