[CRÓNICAS CHIAPANECAS] En busca de un sueño
GERMÁN VALCÁRCEL | Me encuentro alejado de mi país de residencia, no solo físicamente, a más de diez mil km, sino también emocionalmente, me resulta ajeno el runrun electoral que le ha agitado, sigue agitando, y enfangado desde hace tres meses, prácticamente los mismos que llevo fuera de él.
Seré sincero: me alegro profundamente haberme librado de la doble campaña electoral que encanalla e idiotiza a mis conciudadanos. Lo que leo en los medios de comunicación y en las redes sociales me confirma lo que ya sé, España es una inmensa cloaca, un páramo miserable de ignorancia, alienación, mediocridad y sectarismo.
En estos tres meses he tenido la oportunidad de constatar, con toda crudeza, los efectos y las consecuencias que genera nuestro modelo de sociedad, la capitalista, en su búsqueda incesante de crecimiento constante y recursos para conseguirlo, en otros lugares del planeta y las enormes resistencias que todavía encuentra.
He sido testigo de las luchas de los pueblos originarios de esta esquina de Mesoamerica para no ser aniquilados y devorados por el modelo capitalista y para impedir que sus tierras sean devastadas, ante eso que nosotros llamamos desarrollo y progreso, y que no es más que neocolonialismo, destrucción y expolio.
He compartido, como miembro de las BRICOs, la digna resistencia de los municipios autónomos rebeldes zapatistas ante el acoso militar y político al que les somete el Estado mexicano y a la ya larga y corajuda lucha de otras Comunidades no zapatistas contra el extractivismo de las poderosas empresas mineras canadienses, como la que mantiene desde hace casi dos décadas el Comite de Promoción de Defensa de la Vida y de los DD.HH, Samuel Ruiz, en el municipio fronterizo con Guatemala de Chicomuselo, este colectivo ya fue reconocido y premiado, en 2010, por la Fundación catalana Alfons Comin, por haber conseguido cerrar la mayor mina de barita del mundo.
Pero las poderosas mineras canadienses no cejan, y consecuentemente la lucha continua, encabezada por el párroco de la localidad, Eliazar Flores -uno de esos sacerdotes que te ayudan a entender el porqué de la influencia de la iglesia en ciertos lugares del planeta y a comprender que es eso que se nómina Iglesia de los Pobres o la Teología de la Liberación, nada que ver con otros personajes, de la misma religión, muy de actualidad por mi ciudad de residencia, Ponferrada- , amenazado de muerte y acosado por el ejército y por una valiente y corajuda mujer indigena llamada Paquita González, también amenazada. En Chicomuselo fue asesinado en 2009 otro activista, Mariano Abarca.
Paquita, a pesar de toda una vida de lucha ha tenido tiempo para, a pesar de ser abandonado por su marido, emigrante en USA, sacar adelante a sus dos hijos (una mujer terminando sus estudios universitarios y un varon en plena adolescencia), de hacerse abogada y defender los intereses y anhelos de sus vecinos, una mujer que, como consecuencia de las constantes amenazas, vive con tremendo dolor la separación de sus hijos, al tener que enviarlos a vivir a otro lugar con su abuela, para alejarlos del peligro.
En un país donde mueren a causa de la violencia cuatro personas a la hora, donde en los tres meses que llevo aquí han sido asesinados, ejecutados, medía docena de activistas que luchaban en contra de megaproyectos de minería, de represas o termoeléctricas, en los que están implicadas empresas españolas, todas las precauciones son pocas, por eso desde el treinta de enero Paquita y el párroco están acompañados por las Brigadas Civiles de Observadores de DD.HH (BRICOs) de la organización Frayba, dedicada a la defensa de los DD.HH individuales y colectaivos de los pueblos y personas de está parte del Estado mexicano.
También he podido ver, oir y palpar otro de los frutos del capitalismo global, las caravanas de cientos de centroamericanos que, tras cruzar los pasos fronterizos de la Selva Lacandona, se dirigen hacia el norte para llegar a la tierra de sus sueños.
¿De donde venís?, suelo preguntar. Las respuestas son variadas, son hondureños, nicaragüenses, guatemaltecos, salvadoreños, incluso algún colombiano, pero servidor termina deduciendo que llegan huyendo del futuro, del mundo destruido por el capitalismo, de la crisis climática que ya es evidente en sus países de origen, de la destrucción medioambiental, de las desigualdades y de la violencia que genera el capitalismo moderno, huyen de la extinción, de esa extinción que nos amenaza ya a todos los seres vivos del planeta.
Ese éxodo, silenciado o de baja intensidad informativa, no son cubanos ni venezolanos, son solo habitantes de las colonias del Imperio y de las Metrópolis europeas, nos señala la gravedad de la crisis mundial, nos pone ante los ojos la violencia, la discriminación, la pobreza de un mundo sin esperanza,.o mas bien un mundo donde cualquier esperanza es una ilusión, no solamente para ellos y ellas, cualquier esperanza es también una ilusión para nosotros, los habitantes del norte opulento, aunque nos encerremos tras los muros que levantan nuestros democráticos Estados, o los muros conceptuales que sustentados en el racismo, la xenofobia y la aparofobia somos capaces de pensar.
¿A dónde se dirigen? Van a tratar de atravesar los más de tres mil km que les separan de la frontera de Tijuana, en busca de una entrevista con las autoridades norteamericanas que jamás conseguirán. Muchos tratarán de cruzar ilegalmente, algunos morirán en el intento, otros caerán, en manos de las patrullas fronterizas, unos pocos conseguirán pasar. Pero en ese caminar hacia el norte por territorio mexicano tendrán un destinos diversos, ningúno lo querría paran si el improbable lector, algunos jamás llegarán a la frontera por haber caido en manos de los narcos que los van a obligar a trabajar para ellos o simplemente matarlos. Otros caerán en manos de las patrullas del Servicio Migratorio mexicano y serán deportados a sus países, pocos van a tener la suerte de llegar al capitalismo norteamericano para vivir en la miseria, la discriminación y la inseguridad que caracteriza la vida de los migrantes.
Entre los migrantes hay muchas mujeres jovenes con bebés que me hacen recordar la «Canción de cuna de una madre proletaria» de Bertolt Brecht: «Hijo mío, poco importa lo que llegues a ser, los palos para tí ya los tienen preparados. Porque a ti hijo hijo mio, en este mundo solo te espera el basurero, y ya esta ocupado».
Estos últimos tiempos, mientras vivo, veo, escucho y siento todo este dolor, toda estas luchas y resistencias, el inmenso coraje y dignidad de estas personas, sus sueños, su solidaridad y ayuda mutua, el inmenso amor, ternura y esperanza que transmiten, esperanza si, esperanza en que otro mundo es posible, pero también necesario, resuenan con frecuencia, en mis oídos, aquellas brutales palabras escuchadas hace ya tiempo en la boca de cierto ciudadano ponferradino: «Si los putos negros no saben que hacer con el coltán que tienen, yo tengo derecho a ir a cogerlo»; ese recuerdo me tortura y es, para servidor, la señal inequívoca de que entre las clases medias eurocéntricas la crueldad, la mentira, la corrupción y la bajeza han prendido maravillosamente, y me reafirma en la necesidad de dejar de permitir y obviar ciertas dinámicas históricas y culturales, ciertos comportamientos, si lo seguimos consintiendo seremos definitivamente una sociedad enferma, moralmente minada, una sociedad que clama por su Hitler, en definitiva, por su condena.
Viendo esta inmensa tragedia, no hay día que no me reafirme que una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que su funcionamiento suscita es una civilización decadente, una civilización que cierra los ojos a sus problemas cruciales, es una civilización enferma, una civilización que escamotea sus principios es una civilización moribunda.
Occidente, su sistema de vida, el capitalismo, se revela impotente para justificarse, a medida que pasa el tiempo se refugia en una hipocresía tanto más odiosa cuanto menos posibilidades tiene de engañar a nadie. La civilización nacida en Europa, la cosmovisión eurocentrica es indefendible moral y espiritualmente.