[LA OVEJA NEGRA] El pastor devora al rebaño
GERMÁN VALCÁRCEL | En una sociedad en la cual la derecha y la extrema derecha han saqueado y se han apropiado de palabras que definían conceptos que eran inherentes a lo que se llamó izquierda, y las izquierdas han asumido objetivos, métodos y las maneras más represoras y clasistas de esas derechas, me lleva a pensar que mi tiempo se fue, que voy con el paso cambiado, que no me apetece acompasarlo y que desde una perspectiva política y social, soy un viejo crédulo que creció y vivió entre sueños de justicia, libertad, de utopía emancipatoria, y me doy cuenta de que esos sueños se han ido a la mierda. Estos son tiempos en los que los sueños huelen a naftalina, el horizonte es una pantalla de smartphone y, los despojos de sindicatos y movimientos sociales, alimento e instrumento de «señoritos y señoritas», prestos a ser declarados personaje del año.
Muchos, sin embargo, se siguen proclamando de izquierda porque ya estaba así codificado el mundo, ya estaban avalados los discursos anarquista, marxista, comunista o socialdemócrata. Pero transcurrida una cuarta parte del siglo XXI, todo eso está en duda y en crisis. Hay que dar respuesta al hecho de que hoy exista más injusticia, más guerras, más devastación, más expolio y más desigualdades que hace cincuenta años, no es lo mismo ser globalizado que globalizador y, sobre todo, es necesario asumir que toda dominación, venga de donde vengas, implica crueldad. La izquierda carece de respuestas para todo esto, pero si quiere sobrevivir se tendrá que volver a conformar a partir de pautas y usos de este tiempo nuevo, asumiendo y rescatando lo poco que reste del naufragio del siglo XX.
Al sentarme a escribir esta columna pensé hacerlo sobre la visita de la vicepresidenta del Gobierno a la comarca donde vivo y las declaraciones del titular de la Fundación Prada A Tope, en la entrevista que con ella mantuvo, en la que, una vez logrados sus objetivos, no dudaba en sostener que las zonas mineras no eran mal lugar para instalar los parques fotovoltaicos. A los desechos y destrucción que dejo el extractivismo carbonero, nada mejor que sumarles los que, en menos de veinticinco años, van a aportar las mal llamadas renovables.
Pero, ¿para qué seguir incidiendo? Los improbables lectores conocen, de sobra, mi opinión sobre esos tema. La di, por primera vez, hace más de un mes, cuando un sector del movimiento ecologista, al servicio de bodegueros, vinateros y empresarios del sector hostelero y turístico, manipularon y convencieron a otros colectivos sociales que luchan por defender sus territorios para que le llevaran el botijo al personaje. La volví a dar el pasado sábado, la víspera de la procesión que ofició el presidente de la Fundación Prada a Tope. Los hechos ocurridos, en los escasos días transcurridos, solo han confirmado, punto por punto, lo que está escrito. Pero ya saben, los avisos son como los porqués o las explicaciones, a veces uno las da, aunque nadie se las pida. El caso es que no quisiera decir, «ya lo dije». Así que, ahora, no me vengan con el consabido «mamá pupa».
Mucha gente tiene la tendencia a utilizar el término cínico o cinismo cuando en realidad quieren decir hipócrita o hipocresía. La verdad es que, más que intercambiables o sinónimos, ambos términos son contrapuestos. El hipócrita es aquel que, con su doble moral, dice una cosa cuando en realidad piensa la contraria. El cínico, sin embargo, lo que hace es decir siempre lo que piensa sin tener en cuenta el prejuicio que esto puede causar. En cualquier caso son ustedes los que deben juzgar que prefieren, un cínico que, aunque les ofenda, les diga la verdad o un hipócrita que les adule, pero que, en el fondo, los desprecie. No sé ustedes, pero yo tengo muy claro lo que prefiero.
Nadie puede imaginarse una democracia sin una sociedad civil vital, crítica, enérgica, dinámica y que respete la disidencia
Reconozco que volver a hablar, esta semana, sobre la muy ecologista Vicepresidenta del Gobierno y del presidente de la Fundación Prada a Tope es caer en la «agenda mediática» que desde el Poder nos imponen. En cuanto te despistas nos tragamos la inagotable secuencia de «noticias» y la ya rancia «actualidad». Cuando hablamos de lo que los medios dominantes quieren que hablemos, estamos pasando por el aro y somos reducidos al adocenamiento y alienación general. Es «gracias a nuestra atención» como secuestran nuestra conciencia: consideramos sus «opiniones», observamos sus relatos, sus mentiras, sus medias verdades. Al hacerlo los alimentamos. Se me viene a la cabeza aquella honda reflexión de Guy Debord: «El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes».
Efectivamente, el Poder «mediatiza» nuestras relaciones, se interpone entre nosotros, nos dice de qué tenemos que hablar, qué nos debe emocionar, a quién debemos odiar y a quién admirar; nos tiene hablando de sus enredos, cuando deberíamos estar hablando de nuestras preocupaciones, que no son pocas ni poco perentorias, todo sea dicho. Deberíamos intentar construir un relato desde abajo, desde nuestras evidencias «in-mediatas», desde nuestras vidas, no desde lo que emiten las agendas del Poder; desde nuestras propias y apremiantes necesidades, desde nuestros desafíos, nuestras iniciativas, nuestros encuentros, desde nuestra autonomía. ¿Por qué no pasamos de sus mercenarios mediáticos o de sus manipuladas organizaciones sociales?, intentemos comunicarnos, organizarnos al margen y construir desde ahí ¿Por qué no probar? Ello no significa ignorar ni esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz. Pero ya conocemos sus técnicas de manipulación y control.
Aprendamos de los errores, intentemos no dejarnos enredar con sus tejemanejes, con sus telemanejes y malas artes de trilero. Es difícil, cierto, pero observemos lo que ocurre, en nuestro entorno, desde la perspectiva de nuestra responsabilidad. Empecemos a ser conscientes que con nuestra atención asumimos «Su Verdad». Con nuestra obediencia consentimos sus opresiones, con nuestra credulidad sostenemos «Su Dinero». Ellos están ahí, cierto. Al menos mientras no tengamos el coraje de expulsarlos. En tanto en cuanto nos conduzcamos como rebaño, vivamos entre el rebaño, comamos, bebamos y nos droguemos como el rebaño, traguemos noticias como el rebaño y, creemos, compremos y obedezcamos como rebaño, ¿por qué nos asombramos de que nos traten como ganado?
Todos estos personajes y personajillos están convencidos de que realizan una gran labor social. No en vano son personas refrendadas ampliamente, por lo tanto no son unas manzanas podridas en el cesto, en todo caso será un cesto de manzanas podridas. Pero me sigue resultando difícil creer que haya gente que piensa que vivimos en una democracia y que estas gentes luchan por el bien común. Imaginarse un régimen democrático sin partidos políticos es factible, pero nadie puede imaginarse una democracia sin una sociedad civil vital, crítica, enérgica, dinámica y que respete la disidencia.
Tiemblo, porque sé que, a través de esa sociedad acrítica, se incuba el huevo de la serpiente del fascismo que viene. Un fascismo alimentado, además, por los aspectos más bochornosos del individualismo, con lo que ni siquiera tiene claro a sus enemigos (salvo en la forma de un confuso bosquejo), lo que lo vuelve más peligroso que el fascismo clásico. Un fascismo que tiene el beneplácito de una democracia podrida y carente de potencia de recuperación, pues entregó sus estandartes al mercado para que los convirtiera en un discurso huero y a los antaño ciudadanos en meros consumidores. Necesitaremos mucha solidaridad para combatir este fascismo de nuevo formato y sobre todo mucha acción. Vienen tiempos duros, muy duros. Tenemos que mirarnos a los ojos, es falso que solos nos salvaremos. Los de abajo nos necesitamos, vienen a por nosotros con la ayuda de eso que llaman clases medias.