[LA PIMPINELA ESCARLATA] Polarización ponferradina
EDUARDO FERNÁNDEZ | Esa idea errónea de que los jóvenes alumnos lo que están deseando es que los profesores no vengan para poder pirarse las clases con justificación se desmiente en Ponferrada con las protestas de los estudiantes del instituto Europa por llevar dos semanas sin clase de inglés. Eso es ya de por sí indicativo de dos circunstancias: la buena es que nadie es más consciente de la necesidad de formarse adecuada y ampliamente que los propios estudiantes; la pésima, que la administración educativa tiene la misma agilidad que yo bailando danza clásica, solo que además hasta le pone menos ganas a la cosa.
El hecho de que hayan protestado por la falta de un profesor de inglés con una pancarta en la que en lugar de decir que es una vergüenza dicen “it’s a shame” nos gana para su causa y me hace concebir la esperanza de que en el futuro tendré en la universidad alumnos con mejor disposición y conocimientos que los actuales. Enfadar a los alumnos hasta el punto de crisparlos para que protesten en la calle es la peor educación cívica que se les puede dar, porque en una democracia de calidad la protesta debería provenir de la reflexión y no del cabreo. La administración educativa no debería ser torpe hasta ese extremo, porque de la crispación viene la polarización, y se termina como los políticos. En honor a esos combatientes alumnos sin profesor, la cita de hoy va sin traducir: “whatever is begun in anger ends in shame”, escribió el científico y padre fundador de Estados Unidos Benjamin Franklin. En la falta del profesor de inglés en el Europa desgraciadamente se juntan anger y shame, irritación y vergüenza, esperemos que por muy poco tiempo.
Y luego ya está la polarización habitual, que es la política. La global, por las guerras que vuelven a poner en duda que la humanidad progrese linealmente sin caer en la burricie y la barbarie; la nacional, con el enterramiento de la separación de poderes y de la responsabilidad penal de los delitos si eres amiguito del gobierno; y la local, porque hay quien en el pasado atizaba todos los días al gobierno anterior del otro partido, pero quiere el silencio del cementerio en los plenos para que no le saquen los colores al de su partido. Falta la polarización universal si llegan los extraterrestres y traen el pelo cortado a taza estilo Puigdemont y Sánchez nos lo impone a todos como homenaje al conseguidor de Waterloo.
Que con la aparición de nuevos partidos por ambos extremos se tendría que agudizar -lean radicalizar- el mensaje político para diferenciarse de los preexistentes era un axioma de la Ciencia Política. Y la diferenciación con esta atomización de ofertas electorales es confrontación segura. La división que el independentismo había llevado a todos las latitudes y familias de la sociedad catalana se ha trasladado por empeño de Sánchez a todos los rincones de la sociedad española al querer justificarse con el respaldo de los suyos en todas las sedes de lo que en algún momento era conocido como el Partido Socialista y ahora ha quedado reducido a la autocracia sanchista.
El voto de la ignominia, que ha alcanzado también a la sede ponferradina, tenía trampa y ahora se la tienen que tragar durante muchos meses, les guste o no. Porque esas preguntas abiertas para decir sin decir, para amparar todo lo que los indepes le han impuesto el Glorioso Líder, encierran una corresponsabilidad general de todos los socialistas con la amnistía, con la quiebra de la separación de poderes, con el blanqueamiento de acciones terroristas, con el relator internacional, con la nación de naciones en la que no está la nación berciana, con el proyecto de procedimiento de la Seguridad Social, con la condonación de deuda y la entrega de mayores cantidades de las que les corresponden por sus necesidades y capacidad tributaria a los independentistas que le han apoyado, y al final, a desear que el que le dobla la mano a la democracia española no pida que le manden las Meninas y el Guernica para ponerlo en su cuarto de baño en Waterloo, porque los socialistas vuelven a votar en todas las sedes para mandarle los cuadros. Si yo fuera Morala, Dios no lo quiera por su bien y por el mío, ya no le contestaría a Olegario ninguna otra cosa cada vez que pidiera un proyecto o reprochara algo que tenga que ver con mayor inversión más que “que te devuelva la pasta Puigdemont para que podamos hacerlo”, que es la versión fiscal del gasto público de “que te vote Txapote”.
La semana pasada he estado en un congreso celebrado en el centro que la Universidad Rey Juan Carlos tiene en la calle Ferraz (¿les suena?) esquina a Quintana y con el hotel en la calle Marqués de Urquijo. Todas las noches una juerga, oigan. En mi primera pimpinela les advertí que sería la persona más conservadora que escribiría en este medio; después de ver las protestas ante la sede socialista nacional -perdón, nacional no, que ya no hay nación, es la sede plurinacional, praeternacional, pseudonacional, multifederal y filoindepe- me he dado cuenta del enorme espacio que todavía tengo a la derecha. Y he visto que quienes aún son reacios a reconocer la triste realidad de una sociedad que tiene todavía tanto que trabajar para erradicar totalmente la violencia contra las mujeres, sin embargo, se dedicaban a pasear muñecas hinchables. Me pregunto si tienen muchas de esas en sus sedes y sus casas. Pues con todo, aún les salva la cainita separación de las organizaciones feministas. En cuanto que el feminismo es una ideología política y no es la mía, a disfrutar de semejante enfrentamiento, que para ellas tienen. Pero en un país con mujeres muertas, más de una por semana, lo que nos imposibilita mirarnos al espejo y considerarnos una sociedad democrática, unirse por un día a pesar de las diferencias demostraría un sentido de Estado del que carecen los que deberían dar ejemplo y sólo dan la lata con su parcelita. También vergüenza sobre los que no quieren apremiar juntos -juntos, por favor- el final de la violencia contra las mujeres, la peor polarización ponferradina.