[LA OVEJA NEGRA] De la guerra por los recursos al buen vivir
GERMÁN VALCÁRCEL | Contra el dogma del crecimiento es difícil razonar, pero la concatenación de crisis climática, energética y de biodiversidad, ha puesto al descubierto las debilidades, límites y contradicciones del metabolismo socioeconómico capitalista, obsesionado con el crecimiento perpetuo e infinito.
Aunque la economía mundial está produciendo más mercancías, bienes y servicios que nunca, esa producción no sirve para asegurar el bienestar y la vida de la mayoría de seres humanos, ni del resto de seres vivos que habitamos el planeta.
Mientras la riqueza se acumula en manos de unos pocos, el planeta es arrasado en aras de ese crecimiento, millones de personas mueren cada año por causas evitables; cerca de mil millones de personas están desnutridas, la biodiversidad y los ecosistemas están siendo degradados, los gases de efecto invernadero continúan elevándose, provocando un violento cambio climático antropogénico que está dando lugar al aumento de devastadores e incontrolables fenómenos, atmosféricos, además de generar movimientos migratorios masivos en todo el planeta
Todo ello está produciendo un caldo de cultivo muy propicio para que, en los países occidentales y occidentalizados, aparezcan soluciones que poco tienen que ver con la política y mucho con la manipulación emocional de las masas. Las democracias liberales no son capaces de dar respuesta al creciente malestar social que estos fenómenos están ocasionando y muchos optan por soluciones autoritarias.
Las clases medias y populares de las sociedades capitalistas occidentales y occidentalizadas están demandando protección frente al irremediable e irreversible deterioro que está sufrido su nivel de “bienestar” y sus oportunidades de futuro, como consecuencia de las antedichas crisis climática, energética y de biodiversidad, y se entregan a falces soluciones que ofrecen esperpénticos y peligrosos personajes como Milei en Argentina, Meloni en Italia, Le Pen en Francia, Geert Wilders en Países Bajos o Isabel Díaz Ayuso en España.
A esas clases medias y populares occidentales, a las que estos psicópatas hablan de libertad y de igualdad ante la ley, poco les importa el “estado de excepción” permanente en el que, como consecuencia de esa forma de vida a la que creen tener derecho, viven las poblaciones del Sur Global, los palentinos de Gaza, las favelas y villas de América Latina o los barrios de los extrarradios de las grandes urbes de París, Madrid, Londres o New York. ¿Alguien cree que es casual el posicionamiento político de la derecha española en el genocidio que Israel está perpetrando en Gaza? O ¿el desmantelamiento de la sanidad pública en lugares como Madrid o Castilla Y León? A servidor no, hay pocas gentes, en el planeta, con un acervo político-cultural tan colonialista, extractivista y genocida como el de derecha española -tal vez ingleses y holandeses- les recomiendo un paseo por la idea que, mayoritariamente, emite todo buen español de derechas –incluso algunos de izquierda- sobre la invasión de América, explica y nos permite entender muchas cosas.
Las estrategias, de los neoliberales y demás familia politica, contra los graves problemas que padecemos, es dejar la distribución económica a las fuerzas del mercado, negar la degradación ecológica, la escasez de materiales y la crisis energética. Y llevarnos a una polarización social que busca el enfrentamiento de unos contra otros, y que seamos nosotros mismos quienes desencadenemos la barbarie para justificar las medidas autoritarias que tienen previstas. Mientras, las elites para las que la casta política trabaja, se preparan para ese distópico y tecnologizado “mundo nuevo” que están construyendo, a base de guerras, militarización, desigualdad, empobrecimiento, degradación medioambiental, despojo y desposesión de cada vez más personas y territorios.
Aunque, cada vez más, vivimos en fronteras incendiadas ideológicamente, el triunfo de estas siniestras figuras políticas está siendo extirpar la capacidad de reinventar y de repensar. Por eso es necesario resistir firmemente a sus dinámicas, pero no detenernos ahí. Ya sabemos que la izquierda institucional y sus mamporreros sociales son incapaces de hacer frente a estos fenómenos, sus políticas reformistas carece de cualquier viabilidad y utilidad, en el contexto de crisis civilizatoria en el que nos encontramos.
El mundo necesita Decrecimiento, una economía planeada, pero adaptable, sostenible, y en reducción progresiva y equitativa
Mientras, la izquierda no asuma que el PIB es una forma de medir “la riqueza y el desarrollo” totalmente artificial y engañosa. Mientras no acepte que el PIB no mide la actividad económica real, sino solamente las transacciones financieras que tienen lugar y que los sectores financieros están, todos, inflados artificialmente por niveles de deuda cada vez más elevados, su utilidad política y social es menos que cero, es negativa. Digámoslo alto y claro: la izquierda es el cómplice necesario para que ese constructo cultural, esa mentira, siga funcionando.
Esa izquierda prefiere seguir destruyendo los movimientos sociales críticos autónomos y, engañando, mintiendo y adormeciendo a sus bases sociales con falsedades y paños calientes de “Desarrollo sostenible” o “Green New Deal”, en vez de explicar claramente que sin salir del capitalismo, de esa criminal forma de organización social, no hay ninguna posibilidad de transición ecosocial, ni siquiera de vida
Ahora bien, no hay una única manera de construir un mundo liberado de la tiranía capitalista. Frente a nosotros se abren diversas opciones, diversas formas de organización que podremos poner en práctica y rectificar conforme vayamos desplegando nuestras propias experiencias, lejos de pretender basar la acción en la certeza de conocimientos preestablecidos, hay que “caminar preguntando”, según la acertada sugerencia de los zapatistas. Lo que significa que el saber se va elaborando en el mismo proceso de la experiencia. Pero para empezar a caminar debemos aceptar la multiplicidad de los colectivos humanos, consecuencia de sus diferentes trayectorias históricas. El mundo de la autonomía de los colectivos es el mundo de la multiplicidad de las subjetividades y de las opciones de vida. Pero esa multiplicidad no encuentra su sentido si no se articula en un espacio común de reconocimiento.
La solidaridad, la cooperación, el apoyo mutuo, la justicia social y la equidad deben ser la base para la reconciliación entre las actuales y futuras generaciones, o grupos sociales dentro de los países, así como entre los países del Sur Global y del Norte Global. El Norte Global en particular debe terminar con las formas actuales de expolio y explotación, y hacer reparaciones por las pasadas. La justicia climática debe ser el principio que guíe cualquier transformación social y ecológica.
Lo que el mundo necesita es Decrecimiento, una economía planeada, pero adaptable, sostenible, y en reducción progresiva y equitativa, guiando hacia un futuro donde podamos vivir mejor con menos. La actual situación está teniendo consecuencias brutales para muchos, golpeando más duro a los más vulnerables, pero esto también nos da la oportunidad para reflexionar y repensar. Esto puede hacer que nos demos cuenta de lo que es verdaderamente importante, demostrando así el potencial del Decrecimiento.
El Decrecimiento, como movimiento y como concepto, ha estado reflexionando sobre estos puntos desde hace más de dos décadas y ofrece un marco consistente para repensar la sociedad basada en otros valores como la sostenibilidad, la solidaridad, la equidad, la convivencia, la democracia directa y el buen vivir.
Pero no va a ser fácil, desgraciadamente vivimos en una sociedad donde el “yoismo” o el “sálvese quien pueda” son dogmas, y el enemigo siempre es el “otro”. La clase política sabe manejar muy bien esas emociones, no en vano nuestro modo de pensar ha sido colonizado por el capitalismo, dando como resultado unos individuos que se parecen bastante a los que sostiene la periodista norteamericana Naomi Shulman: “Los mejores nazis fueron gente de bien. Mi madre creció junto a estas personas. Se portaban bien, no se les conocía ningún gesto de más, giraban la mirada cuando las cosas se ponían feas y se preocupaban por cosas más alegres que la política. Eran gente de bien que agachaba la cabeza mientras se llevan a personas de su vecindad a la fuerza. ¿Sabéis quiénes no eran gente de bien? Quienes se resistían».