[LA OVEJA NEGRA] La Reina consorte se hace decrecentista
GERMÁN VALCÁRCEL | La muy “feminista” Reina consorte de España ha logrado que los medios de comunicación convencionales y las redes sociales vuelvan su mirada hacia las tesis decrecentistas. Una vez más, las elites demuestran su capacidad para crear espejismos. No obstante, deberíamos recordar que Letizia Ortiz Rocasolano, antes que Reina, fue “periodista”.
Muchas de las personas que llevan años defendiendo las tesis decrecentistas se han sentido “satisfechas” de que sus propuestas salgan de la marginalidad. Es entendible. Pero servidor no quiere olvidar que el gatopardismo no es nada nuevo.
Por eso conviene recordar a quienes esperen que de las elites vengan soluciones para los de abajo, se equivocan. Lo que acaba de hacer Letizia Ortiz recuerda a lo que ya hizo, hace años, la presidenta del Banco Santander, Ana Patricia Botín, autodeclarándose feminista, en plena efervescencia del movimiento feminista. Eran los no tan lejanos tiempos en los que cualquier convocatoria del feminismo llenaba las calles. Aquellos tiempos en los que el componente antipatriarcal, anticapitalista y anticolonialista parecía tener cierta fuerza dentro del movimiento.
El decrecimiento, entendido en su plena radicalidad, condensa un proyecto de organización social que se contrapone diametralmente a las normas del sistema capitalista. Al rechazar lo que fundamenta la expansividad del productivismo depredador del capitalismo. Por eso, conviene no obviar la capacidad para deglutir, manipular, dividir y destruir a sus críticos, algo que está más que demostrado y constatado. Ante operaciones de este tipo, hay que estar muy atentos, ya que se corre el peligro de ver vaciada su sustancia, o transformada en un mero eslogan del asistencialismo del Estado, o peor, en la justificación para implantar un modelo ecofascista.
Quienes defendemos las tesis decrecentistas no tenemos aspiración más grande que el futuro. Por eso, si algo nuevo nace, es porque algo viejo muere. Pero si en lo nuevo lo viejo se extiende, puede comerse el futuro. Debemos poner más énfasis en sacudir sus mitos, romper con las expresiones de sus consensos que en alegrarnos de que Letizia Ortiz haya pasado su mirada por nuestras tesis; es esencial que el análisis y la crítica al capitalismo adquieran la forma de acciones políticas específicas y que de manera efectiva e imaginativa se ataquen los símbolos de su ideología y de su poder. Es necesario denunciar el greenwashing que se esconde tras las palabras de la Reina consorte.
Las tesis decrecentistas van contra la línea de flotación del metabolismo capitalista, de todo lo que representa (conviene no olvidar que la Reina consorte es una muy digna representante del capitalismo más expoliador y ecocida) al menos las que nacen de pensadores como Henry Thoreau, Murray Bookchin, Georgescu-Roeguen, Andre Gorz, Serge Latouche, o incluso Ivan Illich, las elites lo saben, Leticia Ortiz Rocasolano lo sabe; como también saben que, si son capaces de recortar aristas y modelarlas a su conveniencia, esas tesis les pueden servir, como he dicho antes, de coartada para colar fórmulas ecofascistas.
Salir del capitalismo es mucho más que un simple cambio de sistema económico
También, son conocedores de que siempre habrá líderes en las “izquierdas estatalistas y autoritarias” prestos a “dirigir y modular” el proceso. Por eso, si algo debemos aprender del capitalismo, es la necesidad de plantear la batalla en el terreno cultural. Mientras aceptemos que nos marquen la agenda y nos sigamos concentrando en generar pautas económicas, sin discutir la cultura dominante, la batalla estará perdida. ¿De verdad alguien cree que, posiblemente, la persona que más está luchando por dar una pátina de “modernidad”, a una institución medieval y absolutamente vertical, está interesada en que adquieran fuerza las tesis decrecentistas?
Es necesario explicar con claridad las necesidades imperiosas a desarrollar, y ello pasa por atacar permanentemente las ideologías de exclusión, resignación y de individualismo (consumismo, cinismo, racismo, colonialismo, nacionalismos, religión, inclusive las religiones políticas y de “life style”). Crear espacios liberados de la lógica capitalista que fomenten la comunicación personal, el sentido de comunidad y la creatividad. El mundo que vayamos construyendo depende de las formas de lucha y de las prácticas que prevalecen en el proceso mismo de su construcción.
Salir del capitalismo es mucho más que un simple cambio de sistema económico. Implica una ruptura no solo con toda la organización colectiva, política y social, sino también con los modos de producción de subjetividades propios de la sociedad de la mercancía. Implica romper con la forma de humanidad característica de la modernidad occidental y quizás con tendencias históricas anteriores de explotación y dominación estatal. Si queremos ser intelectualmente honestos, debemos explicar con claridad que el Decrecimiento no es otra cosa que una transformación radical, una revolución antropológica.
La historia que los occidentales nos contamos y contamos, es una historia supuestamente universal, marcada desde la prehistoria hasta nuestros días por una dinámica de crecimiento continuo (de la población, de las capacidades de explotación de la naturaleza, de la complejidad de las organizaciones sociopolíticas, etc.) resulta tan arraigada como ilusoria. Es uno de los mitos culturales transmitidos mediante el reiterado uso de gráficas y mapas, así como la incorporación del pensamiento cuantitativo. Esta lógica del crecimiento aparentemente infinito, es la que, bajo los nombres de Progreso o Desarrollo, el Occidente capitalista ha impuesto a sangre y fuego al resto del mundo durante los últimos siglos. Y que hoy arrastra al planeta entero en su carrera insensata.
La pregunta que nos debemos hacer es: ¿Estamos, los occidentales, en condiciones de imaginar un mundo basado en la cooperación y la auto-organización sin coacción, cuando la experiencia del mundo nacido del capitalismo, el de la mercancía y el plusvalor, parece obligarnos a concluir que el ser humano se define por el egoísmo, la búsqueda de su interés personal o, en el mejor de los casos, por una desesperante falta de convicción y perseverancia en la realización de las tareas colectivas? La respuesta que nos demos nos indicara la posibilidad que tenemos de poner freno a la carrera hacia el colapso civilizatorio; no tanto de asumir la ingenuidad de una naturaleza altruista y pacifica como de aceptar que estamos condenados a cargar con la fatalidad de una humanidad egoísta (Hobbes) perversa (San Agustín) o entregada a pulsiones mortíferas (Freud) que amenazan con destruir toda posibilidad de vida social.
No obstante, antes de contestar deberíamos, también, recordar al antropólogo Marshall Sahlins que, en su Economía de la edad de piedra, nos recuerda que la naturaleza humana no es más que un devenir cultural y que la imagen del hombre persiguiendo su propio interés en contra de todos los demás es una representación muy específica de Occidente: dicho de otra manera, una ilusión occidental.