[LA OVEJA NEGRA] Mañana empieza hoy
GERMÁN VALCÁRCEL | Levantarse una mañana cualquiera y escuchar a Iñaki Gabilondo, en una de sus homilías matutinas, hablar de “los límites del crecimiento” y “del calentamiento global” nos confirma que la crisis ecosocial a la que nos enfrentamos es algo más que las elucubraciones de fantasiosos milenaristas o apocalípticos “personajes tóxicos”.
No es que piense que Gabilondo es una autoridad en la materia, solo es la “voz de su amo”, pero eso sí, de las más cualificadas, alguien que escuchan y “llega” a la adormecida clase media progre de este país. Un creador de opinión entre esas gentes biempensantes, dispuestas a morir defendiendo un sistema que les esclaviza mediante hipotecas y chantajea con la constante amenaza de perder su privilegiada posición de clasemediano del primer mundo, y a las que una parte de las élites han decidido empezar a “preparar” y disciplinar ante el colapso civilizatorio que se avecina.
A servidor le parece magnifico que, por las razones que sean, estemos discutiendo no sólo el tema del cambio climático sino, de forma más amplia, la fantasía del crecimiento económico perpetuo, la banalidad del dinero, el proceso de colapso civilizatorio, la creciente escasez de materias primas que hacen funcionar nuestro complejo metabolismo social o la extinción masiva de especies.
Todas estas cuestiones son procesos en curso: está ocurriendo ante nuestros ojos. No es sólo el cambio climático. La civilización termo-industrial ha rebasado los límites planetarios. El ecosistema planetario ya no puede acoger algo tan gigantesco y monstruoso. Y, además, pronto nos quedaremos sin energía de alta densidad, es decir, sin petróleo convencional, la sangre que hace funcionar el sistema, para mantener la complejidad construida. Esto es un problema que ya está aquí, no es de las generaciones venideras. Las consecuencias también las vamos a padecer nosotros, ya las estamos padeciendo, por mucho que lo nieguen y cierren los ojos esos aterrados clasemedianos euronorteamericanos que viven en su comoda burbuja térmica de veintitrés grados centígrados,.
La civilización, tal como está diseñada, no es sostenible. Vamos directo hacia el colapso. Hay que reinventar todo. Nada, o casi nada, de lo que hemos hecho hasta ahora, sirve. No es suficiente empezar a hablar de todo esto, ni siquiera ir a las marchas y concentraciones por el clima, hay que tener presente qué significa acabar con el crecimiento y descarbonizar la sociedad, y cuales son las transformaciones concretas y necesarias que esa descarbonización implica para nuestras vidas Tenemos que tener claro la cantidad millones de empleos que se van a perder si empezamos a tomarnos en serio la lucha contra el cambio climático y asumir que la medida necesaria, para lograrlo, pasa por disminuir de manera drástica el consumo de energía fósil.
Para lograrlo hay que ser honrados intelectualmente y comprender, y hacer comprender, el brutal impacto que en nuestro modo de vida supone dejar de emitir CO2 a la atmósfera, no podemos engañarnos, ni engañar a los demás, limitándonos a repetir, sin más, que queremos otra forma de vida pero seguimos como hasta ahora. Tampoco se trata, solo, de tomar decisiones individuales, son necesarias, pero lo fundamental es tomar conciencia real de donde estamos y hacia donde caminamos de tomar uno u otro camino como sociedad, y, sobre todo, crear mecanismos sociales de resiliencia.
No podemos permitir que esos energúmenos nos amenacen, insulten o intenten silenciar y amedrentar
Hay que comenzar de nuevo. Hay que reinventar todo. La forma de producir alimentos, la forma (y la escala) de construir asentamientos, la forma de abrigarnos, la forma de desplazarnos, la forma de relacionarnos con la naturaleza. Y lo más importante: la forma de relacionarnos entre nosotros. No. No tenemos referentes de cómo hacerlo a gran escala. Eso que los tecnooptimistas llaman «capitalismo verde» es la misma mierda, pero pintada de verde.
Los que estamos convencidos de que es necesario poner coto a la barbarie que se avecina, ya presente en nuestras vidas, los que seguimos creyendo en la humanidad no podemos seguir permitiendo que las personas que luchan, por ejemplo, en los pequeños pueblos del Bierzo contra industrias peligrosas y contaminantes, como ocurre con Cosmos, sean amenazadas y se sientan aisladas socialmente por energúmenos alimentados intelectualmente por los sicarios de esos empresarios extractivistas. No podemos permitir que esos energúmenos nos amenacen, insulten o intenten silenciar y amedrentar, no podemos consentir que, porque chillen y hagan más ruido, los gobernantes locales se achanten y reculen cuando toman medidas para penalizar, por ejemplo, el uso del automóvil en la ciudad o cuando tratan de regeneran espacios naturales degradados.
Ante la gravedad de la situación ya no basta con judicializar la resistencia, no es suficiente ir a la plaza de Ayuntamiento y soltar un mitin, no es bastante escribir columnas de opinión, no llega que manifestemos nuestra condena en comunicados de prensa, ni instar a vacuas declaraciones institucionales de emergencia climática, ha llegado el momento de la desobediencia civil por mucha ley Mordaza que nos amenace, la barbarie ya está aquí y debemos enfrentarla antes de que nos arrase, esas amenazas solo son la punta del iceberg de la enorme violencia que se avecina y que ya sufren y pagan con su vida, en otros lugares del planeta, los que luchan por preservar la casa común, la Tierra.
Sin embargo, en la Comarca Circular los pocos grupos sociales organizados que no son meros chiringuitos captadores de subvenciones, se enfrentan en mezquinas peleas de egos y debates acerca de lo inútil; la izquierda política real carece de militancia, y los pocos que todavía quedan son gentes tremendamente sectarias que utilizan, una y otra vez, los movimientos sociales como meras plataformas electorales para logra ser concejal o tener representación institucional, y gastan sus escasas energías en defender sus vacuos y miserable chiringuitos de cartón piedra, que serán arrasado por el huracán que se avecina.
Entretanto, una inmensa mayoría arrastramos nuestro fracaso político y estéril decepción, convertidos en meros notarios del declive de una comarca donde nunca hubo ángeles, pero sí vino, cerezas, manzanas, peras, castañas, pimientos, etc.. productos que durante años han servido para hacer literatura, poesía o fomentar un insano y cegador orgullo pueblerino y ahora algunos pretenden vender al mejor postor.
Deberíamos empezar a escuchar a los que nos dicen que la economía es un subsistema de la biosfera y no al revés como sostienen tanto liberales como keynesianos o incluso algunos marxistas. Ya nos avisaba Graeme Maxton, secretario general del Club de Roma -responsable del primer aldabonazo sobre los límites del Crecimiento, allá en 1972- en su obra El fin del progreso: “La humanidad ha llegado a un punto en que está caminando hacia atrás: destruimos más de lo que construimos. La economía crece a un ritmo de 1,5 billones de dólares anuales, pero devastamos el planeta a un ritmo de 4,5 billones anuales al año. Nos hallamos oficialmente, pues, en estado de retroceso, consumiendo recursos naturales a un ritmo muy superior al que estos pueden regenerarse”.