[TRIBUNA] La desnacionalización del Estado
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ | La última ocurrencia de uno de los ministros del gobierno de Pedro Sánchez, el de Cultura, de nombre Ernest Urtasum (por cierto, muy español, buena mezcla de nombre catalán y apellido vasco) es la de descolonizar los museos españoles -ya veremos si todos o solo los de Madrid-, y devolver las piezas a sus antiguos propietarios. Bueno, justifica su vaciamiento con otras de las sandeces del momento, sobre si las obras cumplen con la política de género, quizá para que las que no lo hagan, según la opinión de estos inquisidores, echarlas a la hoguera. No entro en si se trata de los proyectos de un necio (nescius, el que no sabe, el ignorante), o sencillamente de alguna ocurrencia para para decirnos que es ministro y gasta su tiempo, y no solo nuestro dinero, en algo.
Yo no descarto lo de necio, ya que ignora la diferencia entre colonias y virreinatos; pero me niego a creer que, entre la banda de asesores con los que se rodea y colonizan, ellos sí, los presupuestos del Estado, no haya alguno más espabilado que nos quiera colar lo de descolonizar los museos españoles por el de desnacionalizarlos. Si pensamos en las opiniones vertidas por nacionalistas de toda laya, casi siempre ambos términos suelen tomarlos por sinónimos. Pensemos, por citar uno cercano, en Xosé M. Beiras, quien en su libro O atraso económico da Galiza, lo interpreta como una situación colonial. España coloniza o colonizaba Galicia cuando aquel publicó su libro en 1973; es el llamado colonialismo interno, propio, de acuerdo con las teorías del marxista egipcio Samir Amín, de las formaciones periféricas del modo de producción capitalista.
Me imagino que el ministro y sus asesores ignoran el origen de los museos españoles y su relación con la cristalización en el siglo XIX de los Estados liberales y la nación política, la integrada por ciudadanos libres e iguales. Estado y nación son conceptos anteriores a ese siglo, pero como Estado absolutista y nación histórica, caracterizados por la falta de libertad y las grandes desigualdades entre sus miembros. La nación política fue posible por la destrucción del Estado absolutista y su sustitución por el liberal, y la creación de tal nación consecuencia de un proceso de holización, es decir: la conversión en un todo homogéneo lo que antes era heterogéneo; este por la organización social estamental y el sistema foral, sostenidos ambos por privilegios, es decir leyes privadas.
Ese Estado liberal y esa nación política se alcanzaron después de una serie de revoluciones (1789, 1820, 1830, 1848), que posibilitaron instaurar regímenes parlamentarios y constitucionales, poco a poco extendidos por toda Europa. Los liberales (término de origen español) fueron, por ello, la primera generación de la izquierda (luego vendrían otras sucesivamente: anarquista, socialista, comunista, como nos enseñó Gustavo Bueno en El mito de la izquierda). En España los liberales fueron los que elaboraron la Constitución de 1812, los que la defendieron en el Trienio Constitucional y los que, con Mª Cristina e Isabel II, con obstáculos y dificultades, los carlistas, aprobaron otras constituciones (1837, 1845) y crearon las instituciones que sustentaron tal Estado liberal.
Pero el Estado, lo estudió el comunista A. Gramsci, no solo es un aparato de represión sino de hegemonía, no solo ejerce la violencia física sino la simbólica. Para alcanzarla, el Estado liberal creó sus símbolos, como la bandera y el himno, y desarrolló un conjunto de instituciones y un capital simbólico preciso para ejercer el poder. Entre esas instituciones estuvo la Escuela, preocupación de los gobiernos liberales (como hicieron en Francia Napoleón y la IIIª República) para difundir no solo conocimientos humanísticos y científicos, que permitieran un mayor desarrollo y una mejor administración, sino educar a los ciudadanos en valores cívicos imprescindibles para lograr una situación de eutaxia o buen gobierno, no en el sentido moral o ético sino político. Gobernar bien y hacerlo para todos con justicia y equidad, de acuerdo con las leyes y el Derecho.
Entre esas instituciones, los gobiernos liberales apoyaron decididamente las Bellas Artes y a los artistas para lograr que la Nación política tuviera conciencia de si misma, fomentando la pintura de historia, publicando colecciones de dibujos y estampas sobre paisajes y monumentos. En España, para esto, crearon las Escuelas de Bellas Artes y promocionaron el arte mediante las Exposiciones Nacionales, que desde 1856 se celebraban cada dos años. El Estado se encargó de adquirir las obras premiadas, que fueron expuestas en museos. De este modo se conservó el arte del Patrimonio Real, abriendo sus colecciones en un museo (Museo del Prado), y se recogieron muchas de las obras artísticas de la Iglesia, tras la exclaustración y la desamortización, en el Museo Nacional de la Trinidad (1837) y los museos provinciales. También se crearon la Biblioteca Nacional (1836), el Archivo Histórico Nacional (1866) o el Museo Arqueológico Nacional (1867).
A esto responden esos museos que ahora se quieren descolonizar o, mejor, desnacionalizar. ¿Por qué? No para acabar con la nación española, que existía antes y seguirá existiendo después, sino con la nación política española, aquella que integran ciudadanos libres e iguales, porque aquel Estado liberal (y hasta hace poco los gobiernos socialistas) defiende a estos por encima de los territorios. ¿Cuál es la alternativa al Estado nacional? La vuelta al Antiguo Régimen, con territorios forales, es decir privilegiados (con leyes privadas) y no comunes a todo el Estado, y en el que no hay ciudadanos sino súbditos y estamentos (grupos sociales con derechos desiguales). Esto es lo que está en juego con la ley de amnistía, de la que la propuesta de Ernest Urtasun forma parte, aunque parezca que está hablando de otra cosa. No debemos olvidar, lo recuerda P. Vilar, un historiador marxista francés, que bajo lo ilusorio ha de buscarse siempre lo real.
Por cierto, si de descolonizar se trata, ¿por qué el citado Ernest no lo hace con el Museo Marés, ubicado en Barcelona? Estuve hace unos años en él y lo que vi fue que, en su inmensa mayoría, está formado por piezas procedentes de Castilla y León. Esas piezas fueron, dicen en el museo, adquiridas legalmente por el catalán Fréderic Marés (1893-1891). En realidad, muchas fueron compradas a ladrones de arte, como Eric el Belga y compinches, y otras a párrocos necios o sin escrúpulos. En la lógica de Urtasum y de algunos movimientos indigenistas que están detrás de su proyecto, aquellos curas no eran sus propietarios, por lo que la venta de tales obras fue ilegal. De este modo, también a mi me gustaría que las devolvieran a sus legítimos dueños, a Castilla y León.