[LA OVEJA NEGRA] No mires al dedo, mira al meteorito que señala
GERMÁN VALCÁRCEL | Aunque hace más de medio siglo que sabemos que la propia especia humana está en peligro, no ha habido avances significativos en la lucha contra el colapso ecológico y climático. Ninguno, pese a tener conocimiento del cambio climático mucho antes de que entrara en el debate público. No en vano el consenso científico sobre cambio climático antropogénico empezó a tomar forma a mediados de la década de los setenta.
¿Cómo se explica esta inacción suicida? ¿Es consecuencia del enorme poder de las empresas de combustibles fósiles? En parte, no en vano han sido, y son, una de las fuentes de financiación de la mayoría de las exitosas campañas de desinformación e intoxicación que, durante las últimas décadas, han socavado la posibilidad de que el necesario apoyo de la población fuera lo suficientemente importante para generar cambios. También han “financiado” a los políticos, para que los acuerdos y tratados sobre el clima no fueran jurídicamente vinculantes, y han “engrasado” a los medios de comunicación para que ejerzan de altavoces de esas campañas.
Aunque políticos, empresas de energías fósiles y las grandes corporaciones financieras tienen enormes responsabilidades en la crisis sistémica en la que nos encontramos, no lo explica todo. Solo son los síntomas de algo más profundo. El fondo del problema es el sistema económico que ha acabado dominando, prácticamente, todo el planeta en los últimos dos siglos: el capitalismo.
Tenemos tendencia a describir el capitalismo con términos simplistas e incorrectos, como comercio y “mercado”. Pero el comercio y los mercados llevan miles de años existiendo y son inofensivos por sí mismos. Lo que distingue al capitalismo de otros sistemas económicos de la historia es su necesidad de crecimiento continuo y unos niveles de producción industrial y consumo cada vez mayores. Siendo el crecimiento la principal directriz, no es el único rasgo: el trabajo asalariado y la propiedad privada, es decir, el control de los medios de producción, son las otras columnas del sistema. Unos medios de producción cuya función primordial no es satisfacer las necesidades humanas y obtener mejores resultados sociales si no acumular beneficios cada vez mayores.
El crecimiento es la estructura básica del capitalismo, su ley de hierro. Para hacernos una idea de que hablamos: si el PIB mundial crece al 3% -la tasa que los economistas manejan para garantizar que los capitalistas obtengan beneficios- desde el año 2000, la economía se habría duplicado en el pasado 2023 y se volvería a duplicar sobre una cantidad ya duplicada en el 2046, y así sucesivamente. Eso no sería un problema, si el PIB fuera una cifra sacada de la nada, pero no es así: el PIB va asociado al uso de energía y de todo tipo de recursos, la mayoría no renovables. A mayor producción, mayor consumo energético y de materiales, y mayor producción de residuos. Con el desarrollo tecnológico se consigue que el capital y la mano de obra sean más productivos, que produzcan más y más rápido. Pero también acelera la apropiación y destrucción de la naturaleza. Así funciona el capitalismo. Como llegó a decir el conocido, y poco sospechoso, economista norteamericano John Kenneth Galbraith: “el nivel, la composición y la extrema importancia del PIB están en el origen de una de las formas de mentira social más extendidas”.
Para ilustrar la irracionalidad del sistema, nada mejor que la fábula que leí al antropólogo Jason Hickel, y que refleja con precisión a dónde nos lleva el crecimiento continuo. En la antigua India, un rey, impresionado por los logros de uno de sus súbditos, un matemático, le mandó llamar a su palacio y le ofreció un regalo: pide lo que quieres y será tuyo, sea lo que sea. El hombre respondió: Majestad, lo único que pido es que me dé un poco de arroz. Sacando un tablero de ajedrez, continuó: situé un grano en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera, y sigo duplicando el número de granos en cada casilla hasta llegar al final del tablero. Me conformaré con eso. Al monarca le pareció una petición curiosa, pero accedió, satisfecho de que su súbdito no le hubiera pedido algo más costoso. Al llegar al final de la primera fila, en el tablero había menos de doscientos granos, que ni siquiera eran suficientes para una comida. Pero, a partir de ese momento, las cosas empezaron a acelerarse. En la casilla treinta y dos, cuando aún iba por la mitad del tablero, el rey tuvo que poner dos mil millones de granos, lo que llevó a su reino a la bancarrota. Si hubiera podido continuar, en la casilla sesenta y cuatro habría tenido que poner dieciocho trillones de granos, suficientes para cubrir toda la India con una capa de arroz de un metro de grosor. Ese mismo mecanismo es el que rige en el sistema económico capitalista. Desconozco en qué casilla nos encontramos, pero todos los datos indican que la economía mundial está sobrepasando de forma drástica lo que los científicos han definido como límites planetarios seguros.
Vamos directos hacia el colapso ecológico, climático, energético, económico y social
Antes de seguir, y para evitar equivocaciones y tergiversaciones sobre lo que desde aquí se defiende, hay que advertir algo sobre las crisis ecológica, climática y energética; ninguna es responsabilidad, por igual, de todos los seres humanos que pueblan el planeta. Los países de ingresos bajos y, de hecho, la mayoría de países del Sur Global (donde se encuentran más de la mitad de la población mundial) se mantienen dentro de los límites planetarios que les corresponde. Es más, muchos deberían incrementar el uso de energía y de recursos para satisfacer las necesidades de su población. El colapso civilizatorio, ya en marcha, está siendo impulsado, casi exclusivamente, por el crecimiento excesivo, de las sociedades occidentales, que hace muchas décadas sobrepasaron, con creces, lo que requiere el bienestar humano.
Pero, desde que empezó el año, son varios los problemas que ya no se pueden seguir ocultando; apunto solo los dos últimos que han empezado a aparecer en los medios de comunicación convencionales: la crisis alimentaria, en forma de protesta de los agricultores, “solucionada” poniendo dinero -dinero para hoy, hambre para mañana- pero sin atacar las causas reales. La otra es el hipotético riesgo de colapso de la corriente marina conocida con las siglas AMOC (Corriente de Circulación Meridional del Atlantico), y sus catastróficas consecuencias sobre el clima global del planeta y la agricultura. Para quienes estén interesados en este tema, les recomiendo la lectura de este articulo de Antonio Turiel que enlazo.
Con la información actualmente disponible, y a pesar de la enorme incertidumbre, sabemos que vamos directos hacia el colapso ecológico, climático, energético, económico y social. El sistema organizativo dominante, el metabolismo capitalista, no solo no está preparado para frenar, o simplemente enfrentar, el colapso, sino que nos conduce a más velocidad hacia él.
Al margen de las dificultades derivadas de la propia naturaleza del colapso, tales como la incertidumbre, la complejidad, la impredecibilidad de los procesos y de los ritmos, se añaden otras relacionadas con la psicología de las personas. Desde hace años, he tenido ocasión de observar reacciones, digamos un tanto irritadas, hacia algunas posiciones vertidas, en esta misma columna, sobre los valores que sustentan nuestro modo de vida y sobre el peligro de colapso civilizatorio al que esa forma de vida nos aboca. No eran críticas exclusivamente políticas, que también, eran más bien ontológicas, las reacciones que han ocasionado, tengo que reconocer, me han sorprendido dolorosa y desagradablemente, sobre todo algunas al venir de personas que consideraba inteligentes además de muy cercanas, reacciones que van más allá del cuestionamiento de las ideas para convertirse en un cuestionamiento ad hominem.
Cuando la información es dolorosa, nos agarramos a cualquier pequeña rendija que disminuya el dolor: atacar al mensajero (como ha sido el caso), ridiculizar, calificar de exageración, acusar de que no está totalmente demostrado o pensar que no me va a tocar a mí, a mi clase social o a mi país. Como sostiene Jorge Riechmann: “Llaman pesimismo al realismo que no son capaces de asumir”.