[LA OVEJA NEGRA] ¡Viva la muerte! ¡Viva el capital!
GERMÁN VALCÁRCEL | Desde el inicio del actual siglo, la derecha de nuestro país ha asumido, sin complejos, los postulados socialmente más nocivos y antidemocráticos del neoliberalismo, cuya lógica final consiste en desintegrar la noción de sociedad y de lo social, convirtiéndonos en hombres y mujeres individuales, unidades no ligadas ni conectadas socialmente, solo individuos para los que la libertad radica en poder hacer lo que queramos, como individuos. En España, la presidenta de la Comunidad de Madrid es quien mejor y de manera más clara expresa y ejemplifica esos objetivos políticos.
La meta final de los neoliberales es desmantelar el Estado social, lo llevan a cabo mediante la desregularización y privatización de los bienes comunes y públicos, y de todos los servicios públicos, desde la sanidad a la educación, pasando por las pensiones, el ocio, incluso la pura supervivencia, en beneficio de “emprendimientos” empresariales con fines de lucro, antes que de servicio a las personas. Para ellos el Estado se debe limitar a ejercer de facilitador y sustentador de la vida económica, pero respetando, eso sí, el papel de represor y mantenedor –ejército, judicatura y policía– del “orden”. En definitiva, se trata de acabar con cualquier atisbo de democracia real o incluso parcial, anteponiendo el poder económico y financiero a la hora de administrar y organizar la sociedad. La derecha neoliberal tiene una fe absoluta en el capitalismo, y pretende sustituir la soberanía popular y la democracia representativa por el “mercado” y por el poder financiero y económico.
En esta desdemocratización de la vida pública las adormecedoras y políticamente correctas izquierdas institucionales, incluidas sus terminales sociales y ONG afines, ejercen el papel de cómplices necesarios, entregando, mediante sus políticas de «apaciguamiento», atadas de pies y manos a las clases populares a los poderes económicos. Para lograrlo, han transformado la conciencia de clase en «clasemedianismo», sustituyendo el enaltecimiento de la pose por la ideología, el elogio a la superficialidad por los principios, la simbología folclórica o el fetiche vacuo por encima de lo que significa. En definitiva, el apoyo irreflexivo y acrítico a cualquier causa considerada políticamente correcta, al margen de su contenido real (la mal llamada transición energética es un buen ejemplo) todo ello enmarcado dentro de un estéril y falaz debate entre capitalistas keynesianos y capitalistas neoliberales, debate que, por supuesto, anula y oculta cualquier propuesta no capitalista.
En el actual contexto global de hecatombe civilizatoria y ecológica, poco se puede hacer cuando los proclamados “ciudadanos” permiten y aceptan, sin una queja que vaya más allá del desfogue en las redes sociales, el latrocinio y expolio al que nos están sometiendo las élites económicas, con la complicidad de una miserable casta política, incompetente y corrupta que se camufla detrás de cualquier bandera, ya sea esta la española, la ikurriña, la estelada, la gallega o la berciana, y utilizan una Constitución nacida al amparo del miedo y desarrollada mediante unas leyes que solo buscan perpetuar los privilegios de las elites económicas, políticas y sociales.
Sigamos atontándonos y adormeciendo nuestras conciencias con consumo, cañitas, vinos, tapitas, fútbol y escapadas de puentes y vacaciones, somos “libres” para hacerlo, seguramente para lo único que lo somos. Eso sí, hay que tener dinero para hacerlo, en la sociedad neoliberal la libertad cuesta dinero.
Olvidemos cualquier atisbo de dignidad y sigamos permitiendo la burla de las élites políticas y económicas
Olvidemos cualquier atisbo de dignidad y sigamos permitiendo la burla de las élites políticas y económicas que hacen de nosotros marionetas. Cerremos los ojos ante el mundo humano desigual y desgarrador que nos rodea; pasemos por alto la crisis alimentaria, la ecológica, incluso la climática que ya solo los más necios y sectarios niegan; no hagamos caso de la cada vez más evidente crisis energética y de materiales necesarios para seguir manteniendo el actual estilo de vida. Obviemos la masiva y acelerada extinción de especies y ecosistemas que solo tiene un final posible que todas y todos conocemos Sigamos creyéndonos dioses y anteponiendo ese antropocentrismo que lleva a la mayoría de la sociedad a creer que el desarrollo tecnológico nos permitirá eludir los límites que nos marcan no solo las leyes físicas sino, también, la biosfera.
Aceptemos, sin ningún espíritu crítico, las entelequias que los lobbies de la industria energética renovable nos venden, en los medios de comunicación de masas, apoyado por los extractivistas y colonialistas partidos políticos de la izquierda y muchas organizaciones ecologistas, que sostienen que las energías renovables son, prácticamente, infinitas a escala humana y pueden permitir cambiar el modelo fósil sin llevar a cabo cambios radicales en el sistema económico, político-social y cultural. Me temo que las cosas no son tan fáciles. Las llamadas renovables no son posibles sin la ayuda de las fósiles, ni nos van a dar la energía necesaria para mantener nuestro estilo de vida. Y las causas no son políticas, sino tecnológicas y físicas.
Hace más de una década que llevo escribiendo, en esta columna, sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con el colapso civilizatorio, cada día más probable; un colapso hijo de las múltiples crisis: ecológica, energética, alimentaria, política, económica y social, intentando, en el pequeño ámbito de influencia de este medio, buscar aliados que ayuden, al menos, a difundir entre la población todos los datos, informaciones que, ocultados por los medios convencionales, avisan sobre el escenario al que nos enfrentamos. Puedo afirmar que, al margen de descalificaciones y de calificaciones de agorero y apocalíptico –que no me afectan–el fracaso ha sido absoluto, sobre todo en el mundo del “ecologismo” local, donde los «popes y gurús» locales han tomado las críticas aquí vertidas por su público, sectario y desvergonzado colaboracionismo y greenwashing con el sistema político y económico, como insultos personales, cualquier cuestionamiento a sus actuaciones públicas es para esta gente un insulto.
A pesar de que esta más que constatado que la economía neoliberal mata más que todos los ejércitos del planeta juntos, tampoco debemos esperar gran cosa del resto de la sociedad española, infantilizada e infectada por el virus del sectarismo (el tú o los tuyos más, o estás conmigo o estas contras mí, aparece en cualquier conversación sobre política) que delira por el fútbol, que mal se informa e intoxica a través unos medios comunicación propiedad de las mismas élites políticas, económicas y financieras que han diseñado el totalitario modelo hacia el que nos dirigimos. Ya avisaba George Orwell, en el lejano 1937, en una carta a un amigo: “Al fin y al cabo el fascismo es un producto del capitalismo y hasta la democracia más amable puede girar hacia el fascismo llegado el caso”. En ello estamos.