[LA OVEJA NEGRA] La berciana, una sociedad zombi
Uno busca la verdad, / por todos los caminos, bajo las piedras, / en las raíces oscuras de las miradas / más allá de espumas y crepúsculos.
Celso Emilio Ferreiro
GERMÁN VALCÁRCEL | Seguramente es una estupidez seguir incidiendo en el desolador panorama que nos rodea, pero me resulta doloroso constatar que la sociedad donde vivo se degrada y destruye, sin que se pueda hacer nada para evitarlo. Por eso, tal vez, ha llegado la hora de reconocer que la situación que padece la comarca berciana no es, solamente, consecuencia de su situación periférica, ni del abandono, ni del centralismo madrileño, vallisoletano o leonés, ni de la ausencia de infraestructuras. Deberíamos empezar a asumir que somos el paraíso de los mediocres y de la sumisión; y eso es algo que termina teniendo consecuencias.
El Bierzo, una comarca fronteriza con una geografía hermosa y privilegiada, se ha convertido en un pudridero de cuarta división, una pequeña sociedad donde los mediocres, los necios y arrogantes copan los más altos escalafones políticos y sociales y son los más admirados, mayoritariamente, por el conjunto de la población, los más escuchados en los medios de comunicación, y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Estamos tan acostumbrados a la mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Solo hay que seguir un pleno del Ayuntamiento de Ponferrada (capital de una comarca de 3000 km cuadrados de superficie, donde vive más del 50% de la población) observar y escuchar las intervenciones de los llamados representantes de la ciudadanía. Entenderán mi desolación.
La mediocridad, la arrogancia y la necedad, aderezada con unas dosis de estupidez y codicia, son los ingredientes que todo buen político berciano necesita para hacer carrera. Por supuesto, lealtad absoluta y ser sumiso a las directrices que desde arriba llegan, estar callado y no dejar de aplaudir a sus líderes hasta que duelan las manos.
Es un mal endémico de esta tierra permitir que ignorantes e incapaces decidan cuestiones importantes, designando para tareas complejas a quienes carecen de méritos para ello. ¿Han observado que, prácticamente, ninguno de los representantes políticos tiene una carrera profesional, o activismo social previo, medianamente brillante o combativo? En el Bierzo el poder político está repleto de ignorantes, y eso genera una catástrofe social. Pero en ello llevamos la penitencia: exilio de nuestros jóvenes, explotación y miseria para nuestros descendientes.
En esta peculiar comarca que vive de espaldas y negando su esencia rural, tuvo la gran oportunidad de pasar del extractivismo más ecocida al sector primario, el único con futuro para las próximas décadas. Pero se ha ido instaurando, durante los últimos treinta años, una especie de cerrada y cerril cultura de la estupidez que, fomentada por rentistas, funcionarios y corruptos, ha convertido en legítimo, únicamente, el punto de vista del grupo social, partido político o facción concreta a la que se pertenece, generando, con ello, un hermetismo mental y gregario que se expande mediante consignas engreídas y sin fundamento, coreadas en un clamor colectivo esperpéntico.
Siempre he tenido el sueño morboso de escribir una historia sobre el obsceno caciquismo y corrupción que, como si fueran la savia que da vida, recorre todo el tejido político, empresarial y social de este Bierzo donde vivo. Pero carezco del talento y de la mirada inquisitiva necesaria para hacerlo. Como este espacio de opinión ya tiene su tiempo tasado, me conformaré con tratar de contar los desvíos y desvaríos de una sociedad que camina hacia el más absoluto desastre.
Tenemos que llevar a cabo un cambio, aunque nos negamos a aceptarlo, si queremos impedir convertirnos en un cementerio
Al tener el privilegio de disponer de un espacio como este y ante la intensificación de los marcos reaccionarios y la desmesura antidemocrática en la que no hallamos, y tratando de no olvidar esos tres principios que dicen que las opiniones no se tienen, se forman, las opiniones no se dan, se argumentan, las opiniones no se mantienen, se contrastan, seguiré intentando poner palabras a las injusticias que, desde mi visión, sufre una tierra sin periodismo (convertido en refugio de propagandistas) ni circulación de información verídica, e instalado en el simplismo cavernario. Cuando todos los mal llamados medios de comunicación (de adoctrinamiento) cacarean al unísono un mismo tipo de información y de discurso, algo turbio se esconde detrás. Repasen y busquen las vías de financiación de la casi decena de digitales comarcales, la media docena de estaciones de radio, la TV local, y escuchen a la intelectualidad local y a los responsables académicos, todo ello para una población de menos de 128.000 habitantes, si añadimos las vecinas comarcas de Laciana y Cabrera. Ya deberíamos saber, todos y todas, que esos medios de adoctrinamiento nos hacen ver sombras, figuras deformadas, ilusiones y mentiras. Ahora amplificadas, para mayor desgracia, en las redes sociales.
El lenguaje está pervertido y se nombran cosas como si fueran tales. La designación torcida o torticera efectivamente retuerce. Y altera el significado unívoco de las palabras y estas acaban significando lo que nosotros o yo queremos que signifiquen. Puro cinismo. El doble lenguaje, la manipulación de masas, la exaltación pasional, las “Fake News”, los “hechos alternativos” contaminan el discurso público. Lo contaminan hasta hacerlo irreconocible. Estamos en esa fase, consecuentemente, el verbo es un arma cargada de futuro, de futuro, sí: de un porvenir calamitoso, cuando no catastrófico.
Necesitamos información, formación y prudencia analítica. Es necesario desenmascarar todas las mentiras que nos cuentan desde el clasismo social y medioambiental que subyace en muchas de las propuestas y prácticas, de la casi totalidad de ONG, sindicatos y grupos ecologistas -la mayoría de ellos encamados con el poder, pero disfrazados de disidencia- a los planes de ecofascismo que se esconden tras la mayoría de políticas económicas y transiciones energéticas que desde, todos los partidos políticos del arco institucional, y desde posiciones ideológicas aparentemente diferentes, se llevan adelante.
¿Hay alguna posibilidad, por remota que sea, de que esto se serene, de que frene este paroxismo? Francamente, lo dudo. Lo que sí hemos hecho es apropiarnos de la lógica que sostenía Carl Schmitt en El concepto de lo político, donde decía que la vida política se fundamenta en la división entre amigos y enemigos. Pero, para sobrevivir dignamente y con entereza, habría que oponerse a esta lógica perversa.
Tenemos que llevar a cabo un cambio, lo sabemos, aunque nos negamos a aceptarlo, si queremos impedir convertirnos en un cementerio. No podemos seguir hablando únicamente de dinero, de cuentos de hadas. La situación es crítica. Tenemos que enfrentarnos a la dura verdad, a la realidad en la que estamos inmersos. Todos los datos, desde los demográficos y económicos —un pensionista por cada 0,9 trabajadores en activo— a los medioambientales, nos instan a despertar y actuar de inmediato. Al mismo tiempo, sin embargo, esos datos dan a entender que el trauma todavía no ha llegado del todo, que todavía hay tiempo para evitar la catástrofe. El peligro es que pensemos que podemos esperar a que los datos se vuelvan más extremos y entonces tomaremos medidas. Pero el dato definitivo nunca va a llegar. Nunca va a ser lo suficientemente convincente. No tardando demasiado, nos despertaremos llorando en plena noche, temblando con un miedo atroz. Pero por muy ciegos que estemos, por mucha disonancia cognitiva que padezcamos, en el fondo sabemos que vivimos en un mundo que se muere.