[LA OVEJA NEGRA] La industria turística, el nuevo gran problema medioambiental del Bierzo
GERMÁN VALCÁRCEL | Resultan preocupantes las declaraciones y actuaciones de los responsables municipales de convertir el municipio ponferradino, la comarca entera en última instancia, en “destino turístico”. Quizá, medio siglo atrás, pudo parecer una idea brillante, pero actualmente ya hay suficientes evidencias de los gravísimos problemas que genera la mal llamada industria sin humos.
En la propia comarca del Bierzo lo que ocurre con el paraje de las Médulas debería servir de enseñanza. Pero no, se incide en el error. Reducir ecosistemas complejos como son nuestros bosques y montañas a una única dimensión, convierte en invisible todo lo demás. Ni el mal llamado turismo de naturaleza, ni el camuflado tras el disfraz de cultural tienen nada de positivo, solo son la punta de lanza para mercantilizar, todavía más, tanto la naturaleza como la cultura.
Seguramente, el actual equipo de gobierno ponferradino estaría encantado de convertir nuestros pequeños y tranquilos pueblos en lugares de vacaciones o geriátricos, con campos de golf y pistas de esquí incluido. Aunque sea a costa de vaciarlos: Peñalba, etiquetado con el comercial título de “uno de los pueblos más bonitos de España”, es un buen ejemplo de vaciado y gentrificación del medio rural. Tampoco debemos pasar por alto lo que acaba de ocurrir con el soto de castaños de Villar de los Barrios, transformado, gracias al marketing verde, en el bosque más bonito de España, con la visita de la ministra responsable del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, acompañada por el concejal de turismo y vicealcalde, el bercianista Iván Alonso, como propagandista del desaguisado. ¿Queremos ecosistemas sanos o parques de atracciones? O los ya viejos intentos de construir una estación de esquí en el Morredero, tema recurrente que siempre vuelve a la palestra, cada vez que cae una nevada, aunque la nieve dure quince días, como ha ocurrido con la última.
Cada día que pasa tengo más claro que cuando tildaba de “ecologetas” a algunos conocidísimos miembros del movimiento ecologista local, no iba tan descaminado. Ahora podemos comprender mejor los reiterados viajes de la “ministra ecologista” al Bierzo: cada vez que por aquí aparece, algunos de esos autoproclamados “ecologistas” le preparan un buen “lavado verde”, con el discreto silencio cómplice del resto.
Pero ya sabemos cómo funcionan las cosas en los movimientos sociales del Bierzo. Entre bomberos no nos pisamos la manguera. Y el que denuncia estas componendas con el poder se convierte en un apestado. A estos ecologistas no parece entrarles en la cabeza que la disidencia, hoy en día, se debe focalizar en destruir lo existente, en dejar de nutrir un metabolismo socioeconómico —el capitalismo— que nos aboca a la barbarie y la extinción para seguir funcionando.
Con este tipo de proyectos, “verdes y sostenibles”, la destrucción del medio natural y de los seres vivos que lo habitan está asegurada. ¿Hay que recordar lo que recientemente ha ocurrido con el milenario tejo de San Cristóbal de Valdueza? Da igual como presenten estas actuaciones, son puro marketing verde para colar proyectos mercantiles,
Al final convierten el medio natural en parques de atracciones que intentan exprimir al máximo lo poco que queda de naturaleza. Estoy convencido de que algunos ofrecerían todo tipo de facilidades a cualquier fondo de inversión para que comprara algún pueblo deshabitado y lo convirtiera en alojamientos de Airbnb. Es lo que ocurre cuando los urbanitas desembarcan en el medio rural, sin olvidar su antropocentrismo, su concepción capitalista y neoliberal de la vida. Traen lo peor de las ciudades y destruyen lo mejor de los pueblos.
Tras el turismo, tal y como se practica, hay un fortísimo componente de consumo compulsivo, compensatorio de la alienación y la rutina
No descarten cualquier barbaridad, quienes están dispuestos a convertir los canales romanos de las Médulas en infraestructura para rutas de bicicleta harán cualquier cosa que sea rentable para el capital y como no, para la Santa Madre Iglesia, una de las organizaciones (además de la Ponferradina) para las que parecen “trabajar” tanto el actual alcalde como el concejal bercianista o el nuevo concejal de Urbanismo. No en balde dedican ingentes fondos públicos a restaurar y “poner en valor” los bienes de la secta católica y del equipo de fútbol, y a generar infraestructuras que ayuden a llevar adelante el expolio a mayor velocidad. Eso sí, bien envueltos en la bandera del Bierzo.
Ya sabemos que en el sistema capitalista la propia mercancía crea su necesidad. En ese sentido, el turismo es un sector económico imprescindible para el proceso de acumulación capitalista, incluso en algunas economías, como la nuestra, se vende como motor del crecimiento. Estoy convencido de que al alcalde, Marco Morala, y los concejales aludidos, Iván Alonso y Carlos Cortina, tan neoliberales ellos, esto le servirá como justificación y estímulo para seguir incidiendo en su enloquecida política turística. A ellos poco les importa que un organismo tan “decrecentista y rojo” como la Organización Mundial de Comercio afirme que dos tercios de los ingresos por turismo nunca llegan a las economías locales, y que el turismo jamás contabiliza los costes ocultos, ni tiene en cuenta los destrozo sociales, medioambientales y sobre el patrimonio cultural que genera. Por no hablar de la explotación, precariedad y ausencia de salarios dignos, tan comunes en el sector.
El turismo de masas es un sucedáneo de la idea de viajar y conocer otras culturas. Entre las clases medias occidentales y occidentalizadas, para las que se ha convertido en un “derecho”, es una forma de prestigio social. Pero tras el turismo, tal y como se practica, solo hay un fortísimo componente de consumo compulsivo, compensatorio de la alienación y rutina diaria del trabajo. Para los que viajan al extranjero, a los llamados países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo (una de las formas más comunes y cotidianas de ecofascismo y de perpetuar las desigualdades: nosotros podemos ir a sus países, ellos a los nuestros no) al margen de hacernos sentir unos privilegiados, sirve para seguir colonizando y difundir el estilo de vida de los países del Imperio. Ya sabemos que los beneficiarios del expolio y explotación de los países del Sur Global, disponen de todo tipo de mecanismo y falacias argumentativas para seguir perpetuando ese expolio, esa explotación y la devastación que dejan detrás.
El maestro Kapuscinski nos enseñó la diferencia entre viajero y turista: al primero, el lugar al que llega le cambia, el segundo cambia ese lugar. Qué lejos queda la visión de uno de los grandes viajeros del pasado siglo, con lo que actualmente se califica como “viajar”. Por eso, conocer a los “Otros”, no de una forma predestinada, ni desde el supremacismo y la altivez de la mirada de un turista, queda para los documentales de TV.
Tengo la impresión de que, tras esas ansias, esas huidas masivas de nuestros lugares de residencia habitual, hay una relación matemática con la insatisfacción propia de cada persona, con la vida propia, con su día a día, con su realidad más cercana. Lo que jamás hacemos es pararnos a pensar en el coste ambiental y humano de esa permanente insatisfacción.
Soy consciente que estas reflexiones les importan muy poco a los sociópatas e incompetentes que nos gobiernan, a sus palmeros y a muchos de sus votantes. Seguramente, es perder el tiempo decirles que su papel debería ser el de poner límites a la barbarie y que el mayor reto que tienen las nuevas generaciones es cambiar el modelo productivo, y ese cambio tiene que empezar de lo local a lo global. Pero como sostenía Murray Bookchin: “Intentar persuadir al capitalismo de que limite su crecimiento es como intentar persuadir a un ser humano de que deje de respirar”.