[LA OVEJA NEGRA] No confundamos izquierda con progres clasemedianos
GERMÁN VALCÁRCEL | No me generan ningún tipo de empatía las cuitas de ningún político profesional. Con su ponzoña, su narcisismo, su codicia y sus ansias de poder, han convertido la vida social y política de este país en una auténtica cloaca, en un espacio irrespirable, podrido por el sectarismo, la irracionalidad y la codicia. Se puede afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la situación es similar en casi todos los países que se organizan en forma de “democracias” liberales.
La cochambrosa izquierda institucional, títere y connivente con los intereses del capitalismo neoliberal globalista, y sus aliados sociales y electorales: la desclasada, empalagosa y cursi progresía clasemediana (nicho electoral de esa izquierda) vocera de lemas y proclamas vacuos, pretenden, bajo el grito de “vienen los fachas”, que sigamos haciendo de mamporreros del partido del Gal y la cal, el que abrió el camino para vender las mayores y mejores empresas públicas del país al capitalismo nacional e internacional –Aznar remató la jugada-; el de OTAN de entrada no; la que nos convirtió en rehenes y esclavos de los poderes financieros internacionales, con una reforma constitucional exprés, pactada con la derecha más reaccionaria; la que sigue criminalizando la protesta y la disidencia, Ley Mordaza mediante; la que ha traicionado a los saharauis; la misma que llevó adelante un confinamiento inconstitucional e ilegal y convirtió, con su política de manipulación “informativa”, en apestados sociales, en “asesinos de ancianos”, “en terraplanistas” o en cómplices de la extrema derecha a todos los que cuestionaron su “gestión” del Covid y las pseudo vacunas. Sin embargo, ahora afirma sin pudor que no se obligó a vacunarse a nadie. ¡Hipócritas miserables! Eso sí, mientras dejaban morir, abandonados y en soledad, a miles de ancianos, ahora sabemos que, pese a que estábamos encerrados, la casta política, sus allegados y parientes, se enriquecían haciendo pingües y suculentos negocios, utilizando el miedo inoculado a una población que, carente del más mínimo sentido crítico, convirtió a los disidentes en parias sociales.
A estos sectores políticos y sociales, autoproclamados de izquierda a pesar de su hipócrita buenismo, le importan muy poco los desheredados, expoliados, explotados y masacrados habitantes del sur global, “su transición energética” lo exige, tampoco le importa que las clases sociales más bajas del país malvivan con sus mal remunerados trabajos de limpiadoras o en los servicios de recogida de basura, de camareras o camareros, peones agrícolas, cajeras, reponedores, cuidadoras de ancianos y niños, etc., personas cuya función en la vida parece ser ayudarles a mantener su privilegiada y cómoda forma de vida. Ya lo dijo hace casi medio siglo Margaret Thatcher: “mi mayor triunfo político, el programa electoral de Tony Blair”. Programa asumido e interiorizado por toda la izquierda institucional occidental u occidentalizada, y por sus bases políticas y electorales. El clasemedianismo se fundamenta en una sociedad de propietarios. Tener vivienda, hipotecada, y automóvil, comprado a plazos, ya los convierte en los máximos defensores del sistema y en la primera trinchera contra cualquier cambio.
Para ello, no han dudado en colonizar, malbaratar y destruir los movimientos sociales y su potencial transformador, al tomar al asalto los sindicatos para convertirlos en burocracia sindical; el feminismo, al que han quitado el apellido de clase, para mudarlo en una escalera para que mujeres ambiciosas, con ansias de poder, de trepar socialmente y de dinero, tengan posibilidades de “triunfar” en esta sociedad profundamente patriarcal y piramidal; para ello no dudan en perpetuar los roles patriarcales y clasistas, señas de identidad del capitalismo, con las mujeres trabajadoras e inmigrantes. Algo les llegará, me dijo una de esas “profesionales liberales”, muy feminista y de izquierda ella, hace ya unos años. Tampoco han tenido ningún escrúpulo en convertir al ecologismo en la lavadora verde del capitalismo, en coartada colonialista o en mera jardinería. ¿Qué otra cosa se esconde tras todos esos grupos ecologistas que han convertido el activismo en una profesión remunerada, o en ascensor político-social, y viven de subvenciones públicas o de aportaciones de fundaciones dependientes de empresas ligadas a sectores con intereses en el sector energético, financiero o industrial? La Green New Deal y la vicepresidenta “ecologista y feminista” son dos acabados ejemplos de que el capitalismo que viene va a ser verde y morado, incluso lo venderán como “decrecentista”, no lo duden, convirtiendo el término en un eufemismo para tapar el ecofascismo que pretenden imponer. Me temo que aquel viejo eslogan de decrecimiento o barbarie lo están transformando en ecofascismo o barbarie. El metabolismo capitalista ha generado un humano que ha decidido que el planeta, y todo lo que en él hay, está al servicio de la especie.
La izquierda institucional, entretenida en sus juegos de poder, no está a la altura del ciclo histórico que vivimos
Esa miserable izquierda –ambas: la política y la social- no piensen que quiere seguir en el gobierno para solucionar problemas. ¿Están haciendo algo para que la gente tome conciencia del durísimo escenario hacia el que nos dirigimos? ¡NADA! De entrada, ni siquiera quieren darse por enterados de la crisis civilizatoria en la que estamos inmersos y que tiene su máxima expresión en la pérdida de biodiversidad. Pérdida de biodiversidad que, acelerada y agudizada por la crisis climática, no se va a solucionar a base de narcisismo activista, ni de campañas publicitarias de “concienciación medioambiental”. Cabe subrayar que desde finales del pasado siglo la tasa de extinción de especies es cientos de veces superior a la normal geológica. Sin embargo, jamás ha habido tanta “información”, más bien marketing verde. Si a ello le añadimos la crisis energética y de materiales, es perfectamente entendible, para cualquier observador, el porqué de las crisis políticas, culturales y sociales que el antaño poderoso y “civilizado” mundo occidental padece.
No es posible obviar todas estas cuestiones si queremos entender el mundo que habitamos y buscar soluciones para afrontar con inteligencia y humanidad estos momentos de cambio acelerado y el punto de no retorno al que, peligrosamente, nos estamos acercando, si no lo hemos sobrepasado ya. Es preferible parar y reflexionar que seguir haciendo las mismas cosas de siempre. No han dado resultado, admitámoslo.
Cada una de las crisis enumeradas nos debería obligar a repensar el escenario actual; solo la energética, no la más grave, va a obligar a cambiar totalmente la sociedad. Con escasez de hidrocarburos no hay crecimiento, ni globalización, ni desarrollo tecnológico posible. El actual metabolismo capitalista es fosilista, y sin energía fósil o escasa el supra organismo en el que se ha convertido la humanidad no va a sobrevivir con estas condiciones.
Este escenario nos debería inducir a cambiar no solo las políticas, sino también las formas de pensar, de organizarnos y relacionarnos, tanto política como la socialmente. Incluso nos obliga a cambiar las preguntas. Pero la izquierda institucional, entretenida en sus “juegos de poder”, no está a la altura del ciclo histórico que vivimos. Instalada en la reproducción de la cultura dominante –basada en guerras, expolio, extinciones y colapsos– ha pasado a ser parte del problema, no de la solución, al convertirse en el burladero para escapar de la problemática que el capitalismo genera y de las connotaciones que sus soluciones, para intentar sobrevivir, conllevan. De la derecha nada cabe esperar, son los creadores de este metabolismo socioeconómico y cultural, y morirán defendiéndolo y matándonos a todos.
Ante tanta ceguera y tanta necedad, en estos momentos, se vuelven actuales las palabras que, hace casi un siglo, escribió Simone Weil: “Ya no se presta atención al esfuerzo por discernir el bien, la justicia y la verdad. En casi todas partes, la operación de tomar partido, de posicionarse a favor o en contra, ha sustituido a la obligación de pensar”.