[LA OVEJA NEGRA] Lo que el fuego no deja ver
GERMÁN VALCÁRCEL | Que no se olvide dónde está el origen de las llamas que arden en las calles de Barcelona, había gente que quería votar y no la dejaron.
Estamos en tiempos convulsos, el país está viviendo circunstancias muy problemáticas, la deleznable e incompetente clase política nos ha llevado, en vísperas de unas elecciones, a donde querían tenernos: a que hablemos de Catalunya, de Franco, de la bandera, así consiguen que no hablemos de sanidad, ni de educación, ni de pensiones, ni de los privilegios que se auto conceden, ni de la impunidad con la que ejecutan sus fechorías.
Catalunya, el Brexit, Ecuador, Kurdistán, Chile (otra supuesta democracia nacida en el marco legal de una dictadura), México, por hablar de conflictos ocurridos los últimos días, solo son síntomas. Casi nadie parece querer ver que estamos ante el desmoronamiento de un mundo que fenece, de una civilización que colapsa, las llamas solo son la parte visible.
Los que están en las calles de Catalunya son, mayoritariamente, gentes muy cabreadas que expresan toda la frustración de las miserias que soportan, soportamos, cada día: trabajos de mierda, democracia limitada, falta de expectativas; la mayoría son jóvenes que quieren un mundo distinto, los gobiernos les sobran, ya no los creen. Seguramente en los disturbios sienten que forman parte, aunque solo sea por un instante, de una comunidad y una fraternidad que el sistema les niega, un sistema que los educa para el individualismo y la competitividad más feroces.
Podemos seguir creyendo y dejando que cale en nuestros cerebros el discurso que emiten y repiten machaconamente los medios de comunicación menos fiables de Europa (no lo digo yo, lo afirma un estudio de varias universidades europeas y asociaciones de prensa), esos que califican de “partidarios de la unidad de España a los grupos neonazis”. Los mismos medios que intentan vender, mentira tras mentira, que el independentismo fue siempre violento, en su política de profecía autocumplida.
Estoy convencido que muchos seguirán cerrando los ojos ante las violaciones de DD.HH contra la población civil por parte de las llamadas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y denunciando, con santa indignación, la manipulación que la “supremacista burguesía catalana” hace para tapar su corrupción, mientras en el resto de España damos cumplido ejemplo de digna lucha y resistencia ante los cientos de casos de corrupción perpetrados en Andalucía, Madrid, Galicia, País Valencia o, sin ir más lejos, en esta Comunidad Autónoma. Sigamos mirando hacia otro lado, pagaremos esa ceguera, la clase política está demostrando que no harán nada para evitar la debacle.
El procès catalán ha terminado sacando a luz todo el autoritarismo y toda la bestialidad represiva del Estado español
En esta España, convertida en caldo de cultivo de todo tipo de totalitarismos, seguiremos contándonos el cuento de que es la “supremacista burguesía catalana” quien está al frente de la revuelta, mientras los sicarios de esa burguesía, los Mossos, los apalean, y la policía cierra los ojos a las agresiones fascistas que sufren quienes se han echado a la calle a protestar contra una sentencia que se puede calificar de venganza; una sentencia que representa la involución política y social a la que nos ha abocado la cerrazón de los sectores más reaccionarios del Estado, ante el silencio cómplice de los equidistantes y los tibios que creen que al fascismo se le calma y se le combate cediendo y hablando. Una sentencia que impone condenas superiores (a los Jordis nueve años por organizar una manifestación) a las del 23F, pero sirve de aviso a toda la disidencia política y ejemplo para todos aquellos que cuestionan el régimen del 78 (en realidad, una versión actualizada del sistema operativo instalado en el 39), contra todo aquel que parece diferente o no pretende plegarse ante esa mayoría silenciosa que banaliza el mal que supone condenar a disidentes políticos a elevadas penas de cárcel en un proceso jurídico comparable a un aquelarre inquisitorial. Cuando el derecho no restaura la paz social, el derecho no existe.
El procès catalán ha terminado sacando a luz todo el autoritarismo y toda la bestialidad represiva del Estado español. El nacionalismo español necesita la brutalidad, la represión y la exclusión como fórmula para conformar y aglutinar el Estado, no es nuevo, lleva comportándose así desde sus orígenes, allá en los tiempos de los Reyes Católicos.
El Estado heredero del franquismo está seco, envenenado y se rompe. De sus cenizas deberemos construir un nuevo orden. El viejo ya se muere, pero lo va a hacer matando. Necesito creer que España no está llena de imbéciles, de mudos, de equidistantes, de tibios, de silenciosos para poder seguir adelante, porque si todos esos son mayoría, algunos, más temprano que tarde, no tendremos sitio en este país. Al tiempo.
Tal vez, si queremos aliviar la desazón, deberíamos volver la vista hacia los clásicos. Sostenía Karl Marx, en su Introducción critica a la Filosofía del Derecho de Hegel: “En la Monarquía, el pueblo se subordina a uno de sus modos de ser, la organización política; en la democracia, la organización misma es una disposición, más concretamente, una autodeterminación del pueblo. En la monarquía, el Estado prima sobre el pueblo; en la democracia, el pueblo determina el Estado, es decir, la verdadera esencia de la organización política es el hombre real, el pueblo real, y es este quien construye el Estado. No está el hombre determinado por la ley, sino la ley por el hombre. He aquí la diferencia fundamental de la democracia».