[LA OVEJA NEGRA] Intentar lo imposible es supervivencia, no utopía
GERMÁN VALCÁRCEL | No es la primera vez que lo manifiesto: ya no creo, tras medio siglo de ingeniería social neoliberal, en las soluciones electorales de las llamadas democracias liberales, en las que la gestión de lo público está en manos de bucaneros que han cambiado el parche en el ojo y el garfio en la mano por la corbata, el iphone, y el ordenador portátil, personajes que no creen en el bien común, gentes que quieren ganar la mayor cantidad de dinero posible, en el menor tiempo posible y con el menor esfuerzo posible, a cambio les damos impunidad y respeto.
¿Exagero? No creo, ahí está el juego lamentable y perverso de los partidos políticos –ninguno se salva de la quema– los infumables pactos a los que se entregan; su desdén permanente por los de abajo; sus oídos sordos ante las evidencias científicas que cuestionan las bases mismas del sistema y su desinterés hacia la enorme cantidad de datos empíricos que muestran que el proceso sistémico de acumulación y crecimiento exponencial sin freno solo es el camino hacia la extinción.
En definitiva, los partidos que “juegan” en el marco institucional, todos sin excepción, han sido devorados, en mayor o menor medida, por la lógica y la narrativa del neoliberalismo más tóxico y deshumanizador. Una ideología que nos convierte en cómplices masoquistas de nuestra destrucción cuando votamos a nuestros verdugos.
El neoliberalismo ha agudizado y acelerado las contradicciones del capitalismo. Un metabolismo socioeconómico (es decir, los flujos de materiales y energía que mueven las sociedades humanas) que para seguir funcionando no ha dudado en chocar contra los límites biofísicos planetarios y, además, generar impactos sociales y ambientales tan severos que ponen en riesgo la vida en el planeta,. Lo que nos trae no van a ser reductos verdes, confortables y sostenibles, donde belleza, sensibilidad, solidaridad y amor será lo que encontremos, al contrario, tiene todo el aspecto de que caminamos hacia una barbarie a fuego lento, una espiral que descienda hasta el infinito, una demora perpetua que nos dé tiempo para acostumbrarnos a ella, y que solo dejara miseria, dolor y muerte.
Me temo que durante los próximos tiempos asistiremos a una espectacular difusión del arte de sobrevivir de mil maneras y de adaptarse a todo, antes que a un vasto movimiento de reflexión y de solidaridad, en el que todos dejemos a un lado nuestros intereses personales, olvidemos los aspectos negativos de la socialización y construyamos juntos una sociedad más humana y solidaria.
Para que tal cosa se produzca, deberá darse una revolución antropológica. Será difícil, ya que desde Platón a Descartes hemos construido una civilización que preparó el terreno para construir la creencia de que los humanos tenemos derecho a explotar la naturaleza y someterla a nuestro control. Por eso, quienes hoy en día vivimos en sociedades capitalistas hemos interiorizado una distinción fundamental entre la sociedad humana y el resto de los seres vivientes. Los humanos somos superiores a la naturaleza que es para nosotros un objeto inerte y mecánico, lo cual nos “autoriza” a desvalorizar la vida en nombre del crecimiento. Ahí esta el origen de la crisis ecológica que padecemos.
La crisis civilizatoria en la que estamos inmersos no parece propicia para la aparición de tentativas emancipadoras (al menos en esta primera fase), sino al sálvese quien pueda. A pesar de que ya estamos comprobando que el colapso civilizatorio no va a golpear primero a los sectores «inútiles» desde el punto de vista de la vida humana, sino a los sectores «inútiles» para la acumulación del capital: No será el armamento el que sufra reducciones, sino los gastos sanitarios y la educación. Incluso si el colapso implica un “decrecimiento” forzado –el único que, de momento, se dibuja en el horizonte- no va a ir en la buena dirección. De nuevo, el sistema se está apropiando palabras y retorciendo conceptos para justificar el empobrecimiento material al que vamos abocados.
No es posible organizar una alternativa convincente desde dentro de la sociedad capitalista
¿Cuál es la solución? Para hallar el camino que tendremos que recorrer, antes tenemos que entender como hemos acabado atrapados en el imperativo del crecimiento. Esto requiere comprender el capitalismo, su lógica interna de cómo funciona y como llego a imponerse en todo el mundo. Sera, también, necesario prepararnos para vivir entre los escombros –de todo tipo- que está dejando la fase terminal de esta civilización, la primera global en la historia de la humanidad, y, tal vez, empezar con cosas pequeñas y simples como la ayuda entre vecinos, crear sistemas locales de intercambio. Reducir drásticamente el consumo, obligaría a mermar las formas menos necesarias de producción y construir huertos comunales para garantizarnos la soberanía alimentaria, el apoyo mutuo en definitiva.
Esas pequeñas cosas tienen varias ventajas: nos permiten ir poniendo las bases para ir escapando de los Estados, no son onerosas, no necesitan líderes ni representantes y, mientras se llevan a cabo, la gente que las practica aprende a “mirar al horizonte”. Es otra forma de “activismo”, menos narcisista que el actual. Además, nos ayudarán a no sentir vergüenza de llamarnos “seres humanos” y tienen un importante impacto en el bienestar de las personas.
¿A dónde conducen estas consideraciones, entre desengañadas y utópicas? Reconozco que provocan el vértigo —al menos a mí me lo provocan— de afrontar el fin de un modo de vida, en el que todos estamos metidos hasta el cuello. Pero el hecho de vivir semejante fin de época supone, a pesar de todo, una oportunidad inaudita. No se trata de «salvar» «nuestra» economía y «nuestra» forma de vida, sino de forzarlas a desaparecer lo más rápido posible y al mismo tiempo dar lugar a algo mejor.
¿Debemos renunciar a vivir porque la acumulación del capital ya no funciona? ¿Por qué hay crisis si, en realidad, hay demasiados medios de producción? ¿Por qué morir en la miseria si todo lo necesario -incluso mucho más- está ahí? ¿Por qué aceptar que se pare todo aquello que no sirve a la acumulación? ¿Hay que renunciar a todo lo que no pueda pagarse?
Carezco de todas las respuestas, pero sí sé que dentro del metabolismo capitalista no hay ninguna solución. No es posible organizar una alternativa convincente desde dentro de la sociedad capitalista. Ofrecer alguna alternativa viable pasa por entender lo que hay en juego; lo que está aconteciendo no son solo unos cuantos problemas aislados, algo que pueda solucionarse interviniendo sobre algún aspecto concreto, mientras todo lo demás sigue igual. Lo que se está haciendo realidad es el colapso de múltiples sistemas interconectados, sistemas de los que dependemos, fundamentalmente, los seres humanos.
Si queremos avanzar aceptemos que la única alternativa real –eso sí, suicida y totalmente destructiva– dentro del sistema, la ofrece el neo conservadurismo neoliberal y se concreta en la fuerza militar, para tomar los materiales necesarios para que siga funcionando el metabolismo y la organización social capitalista, basada en la desigualdad y la miseria en el mundo, y seguir consumiendo energías fósiles, hasta que esto reviente. Así que ya va siendo hora de acabar con las mentiras. No hay reforma posible, como no hay capitalismo verde, ni capitalismo humano.
Estoy convencido de que, hasta el momento, la única alternativa válida son las tesis del Decrecimiento, y sustituir una economía organizada en torno a la dominación y la extracción por otra cimentada en la reciprocidad con el mundo viviente, menos basada en los materiales y más en los servicios sociales.
No es imposible, escuchemos a gentes de mirada larga como ese gigante intelectual, el antropólogo David Graeber, que nos recordaba “que la mayor parte de lo que asumimos como inmutable ha sido, en otros tiempos y lugares, dispuesto de manera muy diferente y, por lo tanto, las posibilidades humanas son en casi todos los sentidos mayores de lo que normalmente imaginamos”.