[LA OVEJA NEGRA] Mientras la palabra sea posible se aquieta el fascismo
GERMÁN VALCÁRCEL | Cuando más temprano que tarde llegue el decrecimiento impuesto por la realidad de los límites biofísicos de la Tierra, a los minoritarios que intuyeron el caos «des-civilizatorio» que va a montarse no les bastará haberse desgañitado gritando ¡Os lo había avisado!. Será necesario protegerse de una barbarie que, aún latente, ya abunda, más de lo que nos creemos, o de lo que queremos admitir, y aflorará masiva y espontáneamente, cuando comiencen las carencias severas de lo más necesario. Ni siquiera los más conscientes, esos que se hayan refugiado y creado ecoaldeas, estarán seguros. Una tarea primordial será defenderlas. La autodefensa va a ser una asignatura necesaria en el mundo que viene.
Si pretendemos la supervivencia de una humanidad digna, sería un craso y fatal error no contar con ese escenario. Los llamados estados de derecho, tal y como los conocemos, están desapareciendo para transformarse en meros garantes de los mercados neoliberales y del hiperconsumo. Es necesario reconducir nuestras energías hacia nuevas formas de vida: anticonsumista, decrecentista, despatriarcalizada y descomplejizada, que la hagan más intensa, más solidaria, más libre, rica, plena y en permanente insurgencia. Necesitamos de ese bricolaje moral, de esa conciencia insumisa, de ese empeño que nos permita la autoconstrucción individual y colectiva.
Las democracias parlamentarias liberal-representativas son ya un sistema fallido; dentro de ellas, las izquierdas, mayoritariamente ancladas en el pasado, han asumido, sin rechistar, los procesos básicos para la acumulación de capital y, sin embargo, siguen prometiendo –más bien engañando- un imposible dentro del sistema capitalista: justicia social, más consumo y más crecimiento económico, dentro de un panorama, a medio plazo, de reducción de la energía disponible, al menos a la mitad de la actual y en medio de una grave crisis de recursos. Aferrada al tecnooptimismo más ciego, ha decidido convertirse en cómplice de la barbarie actual y de la que está por llegar.
La sociedad actual se ha construido bajo la inspiración de una racionalidad sin alma. Por ahí, la extrema derecha ha encontrado una pista de aterrizaje para ella sola: el discurso antiglobalización, acompañado, eso sí, de la xenofobia, el racismo, la misoginia y de la conversión de la violencia en una herramienta de mercado. Las nuevas derechas radicales han subvertido los viejos valores de humanismo de las sociedades occidentales y occidentalizadas por el consumismo más feroz, convertido, si tienes dinero, en un derecho, en el único derecho real. En España, Isabel Díaz Ayuso lo explica y ejemplifica magníficamente.
La extrema derecha en los parlamentos representa los estertores de resistencia a bajarnos del caballo del crecimiento ilimitado y del hiperconsumo. Necesitamos un cambio político, económico y social radical y construir un nuevo imaginario, porque el colapso ya está aquí y las viejas recetas no solo son ineficaces, sino que agravan la situación. La vieja izquierda no sirve en el actual escenario. En el mundo actual, si se quiere cambiar y prepararnos para lo que se avecina, solo se puede ser anticapitalista, antipatriarcal y anticolonialista. Si no le sirve a la izquierda institucional, tendremos que buscar otra palabra para definir a los antifascistas del siglo XXI. Del fracaso de las izquierdas nacen los Milei y las Díaz Ayuso.
El fútbol se ha convertido en una forma de trasformar emociones diversas en una sola: el odio al otro
Necesitamos desafiar la catástrofe de nuestra actual forma de vida y compartir con los “otros” la catástrofe de lo que hemos llamado hasta ahora vivir, pues hemos crecido entre el miedo y la esperanza, que al fin y al cabo no son más que dos formas del mismo estado de sometimiento. Entre la ilusión sobre cómo nos gustaría vivir y el autoengaño para no reconocer cómo vivimos, creció el microfascismo en nuestro corazón, y solo sanará practicando una ética de los cuidados con los afines, un compartir valores, estrategias, recursos y espacios con quienes estén por asumir compromisos, crear comunidades dispuestas a vivir, desde la desafección, el adiós al Estado y al Capital.
El aumento del “fascismo”, vehiculizado a través de los populismos, no es “espontáneo”, está fomentado, de forma consciente, por las elites política y económica. El aparato cultural y mediático del capitalismo está intensificando su promoción -a la par que incrementa la explotación y expolio- como forma de dividir a los explotados, a los de abajo. La clase explotadora crea, a través de sus medios de alienación masiva, exutorios de rabia, de la rabia que genera la explotación y el empobrecimiento, crea las figuras de “chivos expiatorios” sobre los que dirigir la rabia e impotencia que genera el saqueo capitalista, fomentando la visceralidad desprovista de análisis.
Las élites empresariales y sus capataces, los políticos, saben del descontento social y la rabia que genera la situación de explotación y desigualdad en la que vivimos; por eso no dudan en implementar sus medios de manipulación para encauzar esa rabia de los expoliados hacia direcciones equivocadas. Ahí tienen al fútbol y al “periodismo deportivo” convertidos en la mayor fábrica –la política espectáculo es la otra- de fascismo, racismo, odio e identitarismo reaccionario y cutre, de violencia y de energúmenos acosadores de este país: antes que de un equipo concreto u otro se es “anti”. El fútbol se ha convertido en una forma de trasformar emociones diversas en una sola: el odio al “otro”. Esa forma “futbolera” de actuar se ha trasladado a todos los ámbitos y relaciones sociales.
En esta fase terminal del capitalismo, el neoliberalismo ha formulado su tipo ideal de ser humano. Este es su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a quienes mandan y a lo que mandan, arrogante, seguro de sí mismo, dócil, débil con los fuertes, fuerte, con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades y en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente.
A mí ya no me queda mucho, pero a mis hijas e hijos, a mis nietas y nietos, y todos los de sus generaciones, tendrán que hacer frente y tratar de sobrevivir a las consecuencias del final irreversible de una civilización nacida e impulsada por los combustibles fósiles, en el planeta devastado y esquilmado que les dejamos. ¿Cómo será ese futuro? ¿Surgirán de las ruinas asentamientos democráticos que se afianzarán y empezarán a sanar el planeta? ¿O unos señores tribales de la guerra gobernarán sobre los escombros?
Tal vez, la respuesta ya la dio el historiador camerunés, Achille Mbembe, en su obra Necropolitica, cuando sostiene que “en nuestro mundo contemporáneo, las armas se despliegan en aras de la máxima destrucción de personas y la creación de mundos de muerte, nuevas y únicas formas de existencia social en las que vastas poblaciones son sometidas a condiciones de vida que les confieren el estatus de muertos vivientes”.