[LA OVEJA NEGRA] Las urnas se abren, otra vez la farsa
GERMÁN VALCÁRCEL | En esta víspera electoral comenzaré confesando que volveré a votar cuando la sociedad pueda controlar a sus gobernantes y sancionarlos, no en el sentido de castigarlos, sino evaluarlos y decidir, según eso, que continúe o que no continúe. En definitiva, que realmente la sociedad sea la que controle a los gobernantes y no los gobernantes los que controlan a la sociedad. La actual estructura de lo que llaman democracia está pensada y amañada solamente para dar continuidad al corrupto modelo vigente, no para que la gente pueda realmente participar o decidir.
Los tiempos de colapso sistémico y civilizatorio que corren no permiten silencios cómplices, ni compromisos de despacho, sino que debemos forzar pactos éticos reales, de carne y hueso, pero buscar esos acuerdos, en una sociedad como la nuestra, que paga el salario del miedo, conduce al vacío. Esta es una sociedad egoísta que aplaude a sus verdugos, aunque le produzcan miedo. Una sociedad que necesita la impostura para mantener el crédito, construida por políticos de acero inoxidable que ejercen el poder de manera deshumanizada, y además sin culpa, que intoxican a la gente con mentiras y basura demagógica, hecha de latiguillos. Mi desolación y abstención es, sobre todo, debida a que no existe -seguramente ya en ningún sitio- la posibilidad de pelear por un proyecto social de emancipación.
Servidor se abstiene ante la evidencia de que los Capitanes Garfios de la política limitan las elecciones a la alienante gimnasia de conseguir el poder o a su conservación, y a inculcar la inutilidad de todo proyecto social que vaya más allá de la gestión del utilitarismo, todo ello, mediante la evidente instalación en la doble verdad a partir de la coartada del bien común y la finalidad real de buscar su consolidación como profesionales del poder.
El resultado de esa conducta política ha convertido al ciudadano en un mero cliente electoral, al que conviene mantener hibernado hasta la próxima cita con las urnas, y a los políticos en chamanes especializados en moverse en la frontera que hay entre la ley y el delito, estamos hablando de personas con un alfabeto moral basado en la falsificación de valores y empeñados en reducir las libertades a abstracciones que castran nuestras vidas y matan finalmente cualquier posible intento de conseguir una riqueza democrática, es decir, solidaria.
Los profesionales del poder solo son oportunistas que simulan que representan y justifican sus impías alianzas y fatales dependencias (hablar de pacto de progreso con un partido como Junts, que en poco se diferencia de VOX, es un insulto a la inteligencia) con argumentos tan pueriles como: cuando se entra en el caserón del poder es necesario dejarse la chaqueta de los principios a la puerta. Incompetentes que empobrecen y empuercan una actividad tan digna y necesaria como es la política. Cargos públicos y políticos que se han enriquecido, y se enriquecen, de forma incompresible y poco escrupulosa. Individuos que, cada vez con mayor frecuencia, producen irritación política y repugnancia intelectual.
Por ceñirme a la tierra donde vivo, no descubro nada nuevo si afirmo que el caciquismo pervive en el Bierzo. Lo que distingue al cacique del siglo XXI al del XIX es que no utiliza fondos privados, gestiona dinero público. Y lo gestiona mediante mecanismos adaptados a este territorio marginal y marginado, como si fuera su patrimonio y asigna los gastos, no en función de la eficacia de las inversiones o de las necesidades reales de la población, sino sufragando lo que es necesario para mantenerse en el poder.
Había llegado a pensar que, tal vez, la crisis civilizatoria que vivimos vendría bien a un país como el nuestro, que a lo largo de su historia ha confundido, con demasiada frecuencia, prudencia, con cobardía y resignación, con tolerancia. Durante algún tiempo, pensé que después de casi medio siglo de vivir en una fingida democracia, este pais sería capaz de respetarse a sí mismo. Pero no, perdamos toda esperanza.
Hay que tener cuidado con participar en naturalizar las leyes de los trileros
Cuando la razón no es escuchada, votamos a los que adulteran deliberadamente las leyes y nos roban, y somos incapaces de respetar y hacer respetar los derechos y obligaciones que, según repiten, la Constitución nos reconoce. No nos engañemos seguimos siendo la misma España ignorante y encanallada, que hace dos siglos entronizó a un monarca dictatorial al grito de «vivan las caenas».
En pleno siglo XXI tenemos al frente de las instituciones y somos gobernados por una casta que, eso sí, electos, ha perpetrado y sigue perpetrando el mayor latrocinio que se recuerda, con la complicidad de una ‘justicia’ que se dedica a tomar partido, y dar alas a la envalentonada derecha reaccionaria y meapilas que copa las instituciones, desde los tiempos de Viriato. En definitiva, unos dirigentes que no dudan en humillarnos si de ese modo consiguen someternos.
Somos un país que, tras una guerra civil, cuarenta años de dictadura, una “modélica” transición y casi medio siglo de democracia otorgada lleva ya en su código genético la sumisión.
Los pueblos que no saben defender sus derechos se sumen en lo más profundo de la ignominia. En una decadencia ética y cultural que les hace perder todo sentido de la dignidad, incluso pierden la noción de la propia autoestima. Por eso, puede aparecer cualquier sinvergüenza a vejarles o robarles en sus propias narices y guardar un envilecedor silencio porque en su interior piensan y sienten que no son nada, no pertenecen a nada, no son merecedores de nada, ni siquiera de respeto.
Esta aborregada sociedad que se contentan con comer las migajas que sobran de los banquetes de sus ‘amos’, hace de la cobardía virtud y la justifica escondiéndose tras palabras asquerosamente correctas como democracia, reglas de cohabitación, responsabilidad y consideran subversivo a cualquiera que practique la ética de la resistencia, mostrando rechazo por lo diferente como sospechoso de insumisión arbitraria. Es el legado que dejamos a nuestros descendientes.
En un día como hoy, cuando tanta gente que me rodea me dice que para poder criticar hay que votar, yo les contesto que hay que tener cuidado con participar en naturalizar las leyes de los trileros. Así que, aunque comprendo que ni la melancolía, el pesimismo o la literatura, ofrecen soluciones a los problemas de la gente, permitan que hoy termine recurriendo al asesinado intelectual italiano, Pier Paolo Pasolini que explica, mucho mejor que yo mismo, mi estado de ánimo: “No sé qué hacer con un mundo creado con la violencia, desde la necesidad de la producción y el consumo. Odio todo de él: las prisas, el fracaso, la vulgaridad, el arribismo. Soy un hombre que prefiere perder antes que ganar con formas desleales y despiadadas. Y lo bueno es que tengo el descaro de defender esa culpa, de considerarla casi una virtud′′.