[TRIBUNA] Si votar sirviese de algo…
LOBO ESTEPARIO | Mientras «analistas» se devanan los sesos entre porcentajes, muy pocos dedican tiempo a analizar a quién de verdad ganó las últimas elecciones europeas, así como las causas de esa victoria y sus consecuencias. Esa gran dama victoriosa no es otra que la abstención, que en el caso de España se situó por encima del 50 por ciento de los electores. Una cifra que debería preocupar a todos y especialmente a esa clase política que padecemos y rápido se ufana en proclamar a los cuatro vientos que los partidos a los que pertenecen y se deben han ganado. Sí, es de suponer que a estas alturas se habrán dado cuenta de que cada vez que hay cita con las urnas, todos los partidos, todos, sean del pelaje que sean, siempre ganan, nunca pierden.
Sin embargo, en esta ocasión, su derrota ha sido clara y sin paliativos. Pues cuando hablamos de que más de la mitad del electorado decide no participar del «juego democrático»… es que ese juego falla. Así, sin más. Es decir, se ha puesto en cuestión la legitimidad del sistema. Por eso es que los partidos políticos o, mejor dicho, la oligarquía de partidos asentada en España -que se ha adueñado de un Estado cada vez más totalitario y al que maneja contra la nación- pasa de puntillas sobre el «sapo» de la abstención y centra su discurso en porcentajes, votos y escaños… El caso es no mencionar la palabra prohibida.
Una abstención que es sinónimo NO de pasotismo, como interesadamente quieren hacer ver, sino de hartazgo, enorme hartazgo de una población/nación cada vez más empobrecida y esquilmada, que día tras día ve cómo sus problemas reales son ignorados por quienes viven en una realidad paralela de Alicia en el país de las maravillas, ajenos a una calle que cada vez pisan menos para conocer de primera mano la VIDA REAL y sus problemas.
Hay quien ve en los resultados de ‘Se acabó la fiesta’ un voto «de protesta» o «de castigo» a los «grandes partidos». No se engañen, es imposible protestar contra el sistema PARTICIPANDO del mismo mediante la asistencia a las urnas; la verdadera protesta, si acaso, ha sido contra el sistema no yendo a votar. Por eso quienes viven de la industria de la representación política -como alguien con gran tino ha definido por aquí- saben que el truco para mantener en pie el sistema del que abrevan y maman está en una «adecuada» participación en las urnas que lo refrende. Porque en este sistema de eso se trata: de refrendar, no de elegir para cambiar. Ya se hizo con la mal llamada Constitución -sin proceso constituyente- parida al amparo del hoy metastásico Régimen del 78. Al pueblo español no se le ha dado la oportunidad de elegir; siempre se le han ofrecido las decisiones importantes sobre su destino bien cocinadas y trituradas. Propaganda, pan y circo, medios de comunicación prostituidos y sistemas educativos ideados para fabricar mentes sumisas que sólo acaten y nunca cuestionen han hecho el resto para que la papilla se trague sin pestañear.
Un sistema donde no hay separación de poderes en origen –el Ejecutivo legisla y designa al Judicial– y donde no hay representación de los electores -los electos representan realmente no a quien los votó sino a quien los puso en las listas- jamás podrá ser considerado una democracia, al menos desde el punto de vista formal. Por eso, como en su día afirmó Antonio García-Trevijano: «En España… ni un minuto de democracia». Es más, como sostiene Dalmacio Negro: «Hoy los Estados son todos totalitarios; concentran todo el poder político; tratan de controlar absolutamente todo. El Estado es algo artificial que se superpone a la auténtica forma histórico-política europea: la Nación. De hecho, hoy los Estados están arrasando las naciones; las están destruyendo o prácticamente las han destruido ya, sustituyéndolas por la opinión pública, más o menos manipulada, porque se han apoderado de la cultura».
Los partidos del Régimen, todos y sin excepción, siempre se pondrán de acuerdo en dos supuestos: en la mejora del estatus privilegiado del que ya gozan y en las acciones encaminadas al mantenimiento del corrupto sistema que proporciona a quienes viven de él un nivel de vida que nunca hubiesen sido capaces de alcanzar por esfuerzo y méritos propios fuera de la política.
Sólo tienen que comprobar que ningún partido de la oligarquía se ha escandalizado por el hecho de que la abstención haya superado a la participación. Lógico. En ello les va su medio de vida. Las redes clientelares y pesebres en España son a día de hoy bien extensas luego de más de cuatro décadas de Régimen post-franquista. Y ello se nota especialmente en comicios como los del pasado domingo.
Que no les engañen. La fiesta se acaba, no por nuevas formaciones que el sistema se saca de la manga para canalizar el descontento -papel que desempeñaron en su momento Podemos o Ciudadanos, ahora Vox o Sumar-, sino porque más de la mitad de los llamados a dar un cheque en blanco han decidido no hacerlo. Buscan canalizar el descontento… pero siempre dentro del sistema; ahí está la clave. De esa forma, el descontento no hace sino que perpetuarse tras cambios de máscaras tras las que se oculta al mismo actor: un Estado cada vez más totalitario que utiliza a partidos políticos, organizaciones sindicales y empresariales como instrumentos para dominar y a la vez atacar a la nación y a sus nacionales, la ciudadanía, mediante el control/manipulación de la opinión pública y el expolio fiscal.
Por otro lado, si ya en las elecciones en España se votan listas cerradas, elaboradas por los jefes de los partidos políticos, hay un detalle en las europeas que suele pasar desapercibido y sobre el que no interesa hablar. Y no es otro que el hecho de que tales comicios ni siquiera sirven para elegir a los máximos representantes de la Comisión Europea. No es que sirviese de mucho el hacerlo, pero para que vean hasta dónde llega la pantomima.
Cuando la «fiesta de la democracia» vivía sus años de esplendor, los trileros de las urnas chantajeaban emocionalmente a la población con aquello de: «Usted verá lo que hace, pero si no vota, después no se queje». Los tiempos han cambiado y la trampa cada vez es más difícil de sostener. Por ello, quizás ahora se le ha dado la vuelta al calcetín para afirmar, sin temor a equivocación alguna, que: «Usted verá lo que hace, pero si vota, después no se queje».
Cuando se produce una desafección mayoritaria de la ciudadanía hacia la política, luego de ser ésta pervertida por quienes la utilizan no para servir al pueblo, sino como un instrumento al servicio de intereses propios y de terceros, a partir de aquí, las consecuencias que aquel pueda adoptar son imprevisibles… Aunque a un Estado cada vez más totalitario poco o nada le importa el grado de legitimidad de su poder, una vez que éste es impuesto de modo coercitivo, reemplazando violencia física por psíquica –guerra cognitiva–, empleando técnicas de control e ingeniería social como el miedo, la manipulación del lenguaje, el terrorismo mediático o el adoctrinamiento en las aulas; directrices que atentan contra la libertad y privacidad del individuo, como la identificación digital o la eliminación del dinero en efectivo. Todo ello en combinación con decisiones en el terreno de la economía que persiguen la destrucción de las clases medias y la «desacralización» del concepto de propiedad privada, diluyendo al individuo en una masa uniforme, necesitada, sumisa y encanallada, fácilmente manejable.
P.D.: «Si votar sirviese de algo, no nos permitirían hacerlo» (Mark Twain),