[LA OVEJA NEGRA] La barbarie que viene, el mal menor como única solución
GERMÁN VALCÁRCEL | Soy consciente de que denunciar la estupidez humana, en una sociedad tan alienada, polarizada y sectaria, genere muchos adeptos, más bien todo lo contrario; así que, si el improbable lector, todavía no es conocedor de cuál es el problema real que asola el planeta, da lo mismo lo que aquí escriba y diga.
Vivimos en el más absoluto caos planetario, al borde de un gran colapso medioambiental y de una ruina civilizatoria que podría arrastrar consigo a considerables porciones de la población humana, pero absolutamente nadie es capaz de reaccionar. El gran logro del sistema, de sus voceros, los medios de comunicación convencional, y de sus capataces, los políticos, es habernos convencido de que no hay alternativa y nos lo hemos tragado sin rechistar.
Así que, una vez asumido que no hay alternativa y, aceptada la dominación, el expolio y la injusticia como mal menor, ya solo hay un paso hasta hacer propios los valores de despojo y rapiña de las clases dominantes, sus símbolos y sus lógicas de usar el planeta entero, humanos incluidos, hasta que queden solo despojos, como signos de salud, bienestar y poder, como fetiches contra la dominación y la miseria a la que nos condenan.
No obstante, llegados a este punto, convendría recordar lo que sostenía Hanna Arendt sobre la elección del mal menor, puede resultar atractiva en situaciones difíciles, pero, en el fondo, solo sirve para normalizar “el mal”. Es, además, la derrota definitiva y sigilosa de la comunidad humana, absorbida por un agujero negro: la cultura neoliberal dominante.
Ese “consenso político-cultural” que, difundido masiva y machaconamente por y desde el sistema mediático-cultural y tecnológico capitalista, ha terminado haciendo pasar por políticamente disidente la ideología de la clase dominante. Ahora resulta que ser clasista, autoritario, machista, racista, xenófobo, potenciar el autoritarismo de estado y el colonialismo, y confundir caprichos y privilegios con derechos, es la forma más extrema de disidencia.
Pero, si somos capaces de observar sin prejuicios y anteojos “ideológicos”, también es la mejor expresión de la desconexión profunda entre nuestra humanidad y en lo que nos ha convertido el delirante y psicótico metabolismo capitalista.
En las sociedades actuales, donde la creciente escasez de recursos, para sostener el actual sistema socioeconómico, se agudiza la violencia de todo tipo, devora cada vez más países, comunidades y personas, imponiéndose como nueva forma de “convivencia”. La agresividad y matonismo que destilan los debates políticos, en los medios, en las redes sociales, incluso en el activismo, son un termómetro que a mí me genera mucha inquietud y porque no decirlo, miedo. Cada vez más normalizadas las agresiones, de todo tipo, las guerras contra poblaciones civiles y el descaro de los partidos (más bien bandas) neofascistas apoderándose de los gobiernos, se confirma el desarrollo de una nueva guerra total contra la humanidad.
Creo que ya no queda ninguna duda sobre el papel que juegan las llamadas “democracias liberal-representativas” del mundo occidental: dar continuidad al proyecto neoliberal, con sus políticas imperialistas, neocoloniales y autoritarias, lo que predice y garantiza la continuación del desprecio, del despojo y de la agresión a los países y gentes del sur global, y a los sectores más desfavorecidos en el interior de las metrópolis.
Un buen ejemplo nos lo ofrecen las políticas diseñadas para combatir el cambio climático, mediante el despliegue masivo de las falsamente llamadas renovables. La patita que siempre nos ocultan es lo que necesitan esas renovables para su despliegue, donde encontrar territorios para llevarlo a cabo, los materiales con los que se construyen y la energía fósil necesaria para arrancarlos de la corteza terrestre. No dar respuesta a esto es puro cinismo neocolonial, escondido tras fantasías tecnooptimistas. Y nos lleva a construir un mundo con países de primera y países de cuarta categoría, con ciudadanos de primera y lumpen desechable, en definitiva, a guerras por recursos escasos, dominación, neocolonialismo y ecofascismo.
No es serio oponerse al mal capitalismo neoliberal y de derechas contraponiéndolo con el buen capitalismo de las “izquierdas”
Eso sí, todo muy “democrático y verde”, pero exactamente igual –agudizado- que lo que hemos venido haciendo hasta ahora. Y para mayor despropósito, solo servirá para unas pocas décadas. Además, cuanto más se instalen más costoso será el mantenimiento, lo cual nos lleva, también, a la trampa de la energía. Desaparecido el petróleo no habrá nada que permita sostener esta megalómana locura antropocéntrica y acabaremos viviendo entre cementerios tóxicos de ilusiones tecnolatras.
Por eso, ante la imposibilidad de resolver sus demandas con diálogo, la salida que el capitalismo plantea para «resolver» el conflicto es la de siempre: el expolio y la violencia que vemos presente a lo largo y ancho del planeta, desde Gaza a Ucrania, pasando por Venezuela, Líbano, Siria, Sudan, Irán, etc., así hasta contabilizar más de sesenta conflictos bélicos abiertos.
En definitiva, nada nuevo en este recalentado planeta, donde ni la política oficial, ni la opinión publicada, ni la conciencia cotidiana logran imaginar algo diferente a lo que ya conocen. Así que capitalismo y más capitalismo. Este puede sufrir graves reveses, pueden darse “excesos”, tal vez los próximos tiempos sean duros pero los responsables adoptarán las medidas necesarias. ¡Siempre que ha llovido, ha escampado! Nos dicen, las alegres cigarras mientras se comen las últimas hojas de la cosecha. No hay problemas, los optimistas a sueldo y los tecnolatras, los únicos por lo habitual autorizados a expresarse en las instituciones y en los grandes medios, anunciarán, con cada golondrina, el regreso del verano.
La posibilidad de una crisis aguda del sistema, no provocada por los explotados y marginados, sino por el bloqueo de la máquina, no está prevista en ningún análisis y la resuelven con todo tipo de descalificaciones hacia quienes la intentan explicar y argumentar, etiquetándolos, despectivamente, como izquierda extrema, anarquistas, objetores del crecimiento, ecologistas radicales, apocalípticos, milenaristas o luditas.
De ahí que la crítica más expeditiva que se realiza desde las izquierdas institucionales – as derechas están convencidas de que no existe sistema mejor– atribuya toda la responsabilidad a la avidez de una elite de especuladores, que estarían jugando con los dineros y los bienes comunes de todos, como si estuvieran en un casino. Reducir, exclusivamente, los complejos arcanos de la economía capitalista, cuando esta empieza a funcionar mal, a las artimañas de una conspiración de codiciosos malvados, forma parte de una vieja, inoperante, cutre y peligrosa tradición
No es serio oponerse al mal capitalismo neoliberal y de derechas, orgullosamente ecocida y genocida, depredador sin límites, contraponiéndolo con el buen capitalismo de las “izquierdas” realmente existentes, regulador, “responsable y verde”, “sensible” con ciertos derechos de los trabajadores y del medioambiente, pero que no ve en la locura neoliberal nada más que un exceso, una excrecencia sobre un cuerpo sano.
Mientras esas euro céntricas y antropocéntricas clases medias progres –los cómplices necesarios para el mantenimiento del statu quo vigente- disfrazadas de rojo, verde o morado, con la única ideología de convertirse en propietarios de un adosado con diminuto jardín y garaje, poder viajar a lugares exóticos dos veces al año, esquiar en invierno y salir algunos fines de semana a una casita rural, se limitan, por un lado, a desvirtuar las críticas del los auténticos anticapitalistas, y por otro, a tratar de moderar los excesos del neoliberalismo, las derechas extremas y radicales seguirán avanzando electoralmente, ante la imposibilidad de esas pseudo izquierdas de ofrecer, dentro del sistema, soluciones reales a ese cada vez más amplio lumpen precarizado -el 80% de la población mundial- desesperado y empobrecido, convertido ya en poco más que carne para picar.
El camino no va a ser fácil, porque, como nos avisaba, Erich Fromm, hace ya muchas décadas: “El hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando, en realidad, desea únicamente lo que se supone (socialmente) ha de desear. Saber lo que uno quiere no es cosa fácil como algunos creen, sino que representa uno de los problemas más complejos que enfrentan al ser humano.” .