[LA OVEJA NEGRA] Desde la impotencia
Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura.
Simone Weill
GERMÁN VALCÁRCEL | Cuando, hace casi dos décadas, empecé a escribir opinión de manera regular en los medios de comunicación provinciales, era un tiempo en el que todavía se podía mirar el futuro con más esperanza que miedo. Pensaba que se podía luchar contra las injusticias, construir un mundo mejor. Eran tiempos en los que pensaba se podía evitar el colapso civilizatorio; ahora, parafraseando a Jorge Riechaman, se trata de evitar la barbarie. La realidad me ha demostrado que, al menos en mi entorno más inmediato, eso no es posible. Por eso, llevo una temporada pensando en dejar de publicar esta columna.
Me resulta estremecedora la deshumanización e indifierencia casi general ante esa barbarie que trae adosada ese colapso civilizatorio, lo que ocurre en Palestina solo es un anticipo; la falta de rigor en la información -como decía el Roto, uno ya no sabe si creer las noticias falsas o las mentiras oficiales- la caída del modelo científico, sustituido por la charlatanería, por la incultura, por la farsa, por el pensamiento mágico, por el despropósito y por la democracia aplicada a la ciencia, donde cualquier analfabeto, sectario o necio se permite opinar y debatir en igualdad de condiciones con el más docto científico de climatología, geología, energía, economía, incluso de política.
Necios, idiotas y sectarios los hubo siempre, en todo los sectores ideológicos y sociales, pero jamás vi a tantos personas que, supuestamente, denominan de izquierda o progresista liderando causas justas, con el principal objetivo de adquirir relevancia mediática o fama, prestigio social y hacer negocios. Las toneladas de ego que me he ido encontrando en los movimientos sociales es aterradora, desde estalinistas totalitarios, practicantes y defensores del culto a la personalidad y más defensores del capitalismo que Milei, a “narcisos” autoritarios disfrazados de anarquistas que te hablan de apoyo mutuo, pero son incapaces de escuchar al otro, pasando por malas copias de supuestos hippies “Flower Power”, con más odio dentro que cualquier seguidor de Abascal. Con gentes de esta catadura difícilmente se puede construir nada sano, ni dotarnos, a través de las prácticas y luchas cotidianas, de conciencia y organización emancipadora. Todo lo más perpetuar el modelo autoritario, clasista y piramidal en el que vivimos, y seguir engordando nuestra alienación, enajenación y sectarismo.
En el Bierzo, la cerrada, pequeña y envejecida comarca –unos tres mil km cuadrado- donde vivo, 119.000 habitantes, con una media superior a los cincuenta años, los movimientos sociales no son más que chiringuitos, intuyo que un reflejo de lo que ocurre en todas partes y a todos los niveles. La mayoría de estas organizaciones, prácticamente la totalidad, subvencionadas, financiadas y, lógicamente, controlas y manipuladas por instituciones o empresas, y son parte importante dentro de las redes clientelares que pudren la comarca, y son pieza fundamental del control social.
En estas geografías periféricas, el más mínimo intento de construir pensamiento crítico o disidencia real te condena a la marginalidad más absoluta y al aislamiento social. Por aquí, la progresía no se andan con remilgos, a la hora de cancelar o boicotear, cualquier acto que no controle: desde la visita de los zapatistas a las conferencias de Antonio Aretxabala, Antonio Turiel, Carlos Taibo o Adrián Almazán, o destruir cualquier atisbo de organización que ellos no controlen.
En esta cerrada hoya berciana, los sindicatos y los partidos políticos no son más que lobbistas al servicio de empresas empresarios, empresas con denigrantes prácticas esclavistas; las asociaciones de enfermos, cuidados, incluso alguna “feminista”, se dedican a firmar convenios y colaboraciones con la sanidad privada o con empresas contaminantes, responsables de muchas de esas enfermedades; los responsables políticos participan y facilitan, desde las instituciones públicas, las campañas de marketing de las empresas sanitarias; el ecologismo lleva décadas controlado por el sector del turismo rural y de la agroindustria (el sector vitivinícola fundamentalmente), el movimiento vecinal es una terminal de los partidos políticos, cuya misión se reduce a organizar sardinadas, chorizadas, pulpadas o viajes a la vecina Galicia para comerse una mariscada y una institución como la Universidad no es más que un lugar desde el que blanquear, enverdecer y dar un barniz de seriedad a todo tipo de actividades mercantiles, olvidando su tarea de generar y fomentar el pensamiento crítico.
La izquierda se ha vuelto estúpida y detestable a causa de su progresismo y, sobre todo, de su desclasamiento
Para definir lo que ocurre en esta tierra me sirve esa frase que, atribuida al escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, circula por las redes sociales, desconozco si realmente pertenece a él: «Sabemos que nos mienten. Saben que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que saben que sabemos que nos mienten. Y aun así, siguen mintiendo» y, añado yo, nosotros seguimos tragando esas mentiras sin inmutarnos, ya que sirven de justificación para seguir practicando el servilismo voluntario ante el poder.
Esta misma semana ha habido en esta comarca un pequeño debate sobre el papel que los políticos llevan a cabo en la defensa de la sanidad pública, debida a la actuación, como mamporrero y cómplice necesario, ejercido por el presidente del Consejo Comarcal, en una campaña publicitaria de un hospital de la sanidad privada.
Lo primero que deberíamos exigirle a nuestros representantes es que, se enteraran de una vez que, cuando la sanidad y la educación, o cualquier otro servicio público pasa a ser “un bien de mercado” –como ocurre también con la vivienda– deja de ser un “derecho”. La llamada colaboración público privada no es más que el camino para la privatización de esos servicios.
Alguien le debería explicar al presidente del Consejo Comarcal del Bierzo, el muy socialista Olegario Ramón, que “no tener nada en contra de la sanidad privada” es estar a favor. Sobre todo cuando esa sanidad se financia con fondos públicos y con la gestión interesada, más bien destrucción desde dentro, de la Sanidad Pública por los compinches de esas empresas en las instituciones. Los políticos, como el presidente del Consejo Comarcal, pueden utilizar todas las justificaciones que quieran, pero su participación en una campaña publicitaria de una empresa sanitaria, no deja de estar basada, en el mejor de los casos –no tengo pruebas, al menos de momento, de que sea otro el motivo- en la confusión que los representantes políticos, todos, tienen para discernir que es público y que es privado.
La izquierda se ha vuelto estúpida y detestable a causa de su progresismo y, sobre todo, de su desclasamiento. Los progres, con su cinismo e hipocresía, han podrido las ideologías de las que se dicen nutrir. El resultado ha sido el surgimiento de una especie de neofascismo libertario que, bajo un individualismo exacerbado, nos encamina hacia posiciones totalitarias y a recortar las libertades individuales. Pongo un solo ejemplo, para no alargarme, hay decenas, de la hipocresía, misoginia y las fobias de estos amantes y defensores de la libertad individual: pretenden acabar con el derecho al aborto de las mujeres.
Todo este cúmulo de insensateces e hipocresía de la progresía ha llevado a amplias capas de la sociedad a apoyar a opciones que van en contra de sus propios intereses sociales, y que los va a machacar económicamente, por la simple satisfacción de no ver a los progres ladrar y difundir su degeneración y sus estupideces ideológicas desde las instituciones del Estado.