[ANÁLISIS] PP y PSOE, ante el curso más propicio para los grandes acuerdos
JUANJO URBINA | La fórmula que hace justo un año bautizamos aquí como Gobierno escaleno, con Vox apoyando a PP y Coalición a cambio de dos dedicaciones exclusivas y unas competencias imprecisas, saltó por los aires con la negociación de los primeros presupuestos del mandato. El pacto de investidura se fue al garete y Vox a la oposición, dejando el consistorio en manos de un bipartito puro y duro tras una remodelación en la que Marco Morala decidió conservar las competencias que se había atribuido en el pleno de organización.
Seguramente tanto Morala como sus interlocutores conocían desde el minuto uno la dificultad de aplicar en la práctica el pacto al que habían llegado (el PSOE se cansó de advertirlo por activa y por pasiva), pero prefirieron mirar hacia otro lado hasta que la situación explotó. El PP deseaba alcanzar la Alcaldía en la primera votación, con mayoría absoluta, y Vox buscaba afianzar su protagonismo político presentándose además como un partido de gobierno.
La crisis de los presupuestos devolvió a Vox a la irrelevancia, salvo cuando hace la pinza con el PSOE. Una táctica que complementa con la búsqueda de rédito electoral aprovechando el espacio que le dejan los acuerdos entre los socialistas y el bipartito. Si finalmente cuaja el entendimiento que parece vislumbrase sobre la ordenanza de la Zona de Bajas Emisiones (ZBE), Vox enarbolará en solitario la bandera del rechazo a las restricciones al tráfico. Esa será su gran baza para los próximos meses, que previsiblemente se irá desinflando cuando se vea que no era para tanto.
Las rebajas de impuestos se van a quedar en agua de borrajas, dicen que por culpa de la herencia recibida
La de los presupuestos ha sido la única crisis real con la que hubo de lidiar Morala (y con éxito) en su primer año de mandato. Porque el desencuentro puntual con sus socios bercianistas a propósito de una eventual moción de censura con el PSOE no pasó de escaramuza. Por lo demás, el pacto ha funcionado como un engranaje bastante fluido, sin estridencias ni más discrepancias públicas que la tormenta en un vaso de agua mencionada. Los resultados de lo firmado tan solo han comenzado a verse con cuentagotas, pero sin duda un año es poco tiempo para evaluar el grado de cumplimiento de un documento tan ambicioso que probablemente ni siquiera en cuatro años podrá ejecutarse.
Eso sí, ha bastado un año para enterrar el compromiso de soterramiento de la avenida del Castillo –uno de los puntos estrella del programa de CB– y para que las las prometidas rebajas de impuestos –seña de identidad de la derecha cuando está en la oposición y de la que a menudo se olvida cuando gobierna– se quedará en agua de borrajas. Se explica, según ellos, por una deuda heredada que asciende a 15 millones. El caso es que el PP podrá volver a prometer bajadas de impuestos en las próximas elecciones.
Lo que sí han demostrado en este primer año de mandato los integrantes del bipartito es la misma afición desmedida a la propaganda de sus predecesores, con el agravante del uso y abuso de la verborrea hueca y el aderezo de un sonrojante culto a la personalidad de andar por casa. Podría decirse que, rozando lo grotesco, se hacen una foto cada vez que pintan una raya en el suelo. En cambio, todo hay que decirlo, es de agradecer que no se haya utilizado para el autobombo la revista oficial de las fiestas de la Encina, tan parca en contenidos (apenas tres artículos en 88 páginas) como excesiva en publicidad.
A Morala le convienen más los acuerdos con el PSOE que con Vox para dar imagen de político céntrico, centrista y centrado
Cuesta encontrar el punto de equilibrio entre el balance triunfalista –rayando el onanismo político– del equipo de Gobierno y la estampa catastrofista con la que la oposición pinta el primer año de mandato. A las críticas a su falta de capacidad de gestión, el bipartito suele responder con lamentos por la herencia recibida. Digno de mejor causa resulta su empeño en hacer oposición a la oposición (destaca en este capítulo la inquina mutua entre Olegario y Coalición, que ni siquiera el paso del tiempo parece mitigar), mientras la ciudad sigue esperando las mejoras más sencillas, no hablemos ya de las piscinas del Toralín.
Consciente de que está en minoría en el pleno, y ante la evidencia de que PSOE y Vox podrían seguir sucumbiendo a la tentación de gobernar desde la oposición, Morala ha lanzado el guante del consenso llamando a «relajar» y negociar. Pero antes de llegar a nuevos acuerdos debe cumplir los compromisos plasmados en el presupuesto de este año, y quedan poco más de tres meses para hacerlo. A Morala (cuya relación personal con Ramón era cordial antes de que ambos se convirtieran en profesionales de la política) le convienen más los acuerdos con el PSOE que con Vox, así puede dar imagen de político céntrico, centrista y centrado, alejado de posiciones dogmáticas y ajeno a las guerras culturales. Una estrategia que proporcionó muy buenos réditos tanto a Ismael Álvarez como a Carlos López Riesco.
Sin un calendario electoral a la vista (salvo que Mañueco o Sánchez nos deparen una sorpresa), el curso político que arranca simbólicamente este 8 de septiembre se presenta como el más favorable a los grandes acuerdos entre las dos formaciones mayoritarias si realmente quieren hacer algo por sacar a Ponferrada del marasmo, o intentarlo al menos. Porque luego ya vendrá el tiempo de la confrontación, en el que la oposición se lo pondrá todo mucho más difícil, desde aprobar un presupuesto hasta las cuestiones más rutinarias. Ahora, en este curso, es el momento de abordar con grandes acuerdos la situación de una comarca que sigue moralmente anestesiada, políticamente postrada y económicamente deprimida. En eso nada ha cambiado en un año.