[TRIBUNA] Fiesta en el Brasil
BOUZA POL | Al niño le picaba el culito y no hacía más que llevarse la mano atrás y rascarse. Cosa fea era, sin duda, que además podría convertirse en desagradable costumbre que, a toda costa, había que evitar.
La madre, muy preocupada, habló con la madre y le contó sus temores. Y la madre mayor, la abuela, dijo:
– ¡Por fin te has dado cuenta!, ya era momento, Toñín seguro que «ten» lombrices, hay que pedirle «que faga a caca na bacenilla» y mirarla bien.
El niño no quería volver atrás, ya se sentía grande y hacía tiempo que había superado aquella fase que, ahora, le parecía demasiado humillante.
Ni la madre ni la abuela lograban convencerlo a base de muy buenas razones, y tampoco cuando estando a punto de la desesperación intentaron engañarlo para que cediera. Era imposible que, por las buenas, se sentara y defecara en el orinal para dejar su mierda a la vista y contemplación de sus seres más queridos.
Entonces, la familia toda, haciéndose cargo del problema, acordó aprovechar cualquier ocasión para llevarlo a las viñas, a las huertas, a los sotos, o a la Fiesta de Santa Marta en Vilela, pues el caso era buscar que la necesidad le obligara fuera de casa,
en el campo.
Un buen día de primavera sucedió el milagro, cagó al aire libre por primera vez.
El feliz acontecimiento alegró a todos, y más a la abuela que, una vez examinada la mierda con el mayor de sus disimulos, se acercó a su expectante hija, y dijo, y confirmó:
– Efectivamente, filla, ten lombrices.
Conocidos ya, a ciencia cierta, el motivo por el cual el niño se rascaba el culo, ya sólo quedaba aplicarle, a escondidas, el remedio traído de la botica del doctor Burgueño Cela, bien mezclado y disimulado con el rico «calcigenol», y luego, de premio, una
buena cucharada de leche condensada. Y si el niño se daba cuenta y no tragaba, si se ponía terco y cabezón, entonces se le advertía, como Dios manda, que mejor le sería tomarlo en casa con mamá y la abuela que en el Centro Médico del Hospital de las Monjas de la Divina Pastora entre las garras de la señorita Mery, la comadrona enfermera, que ponía aquellas inyecciones que hacían tanta pupa.
– ¡Toma esta infusión de anís…, está muy rica, mira cómo me la tomo yo!, le decía la abuela.
– ¡Te pica mucho el culo, verdad, pues con esta cosa tan rica se te pasará!
Pero, ¿por qué me pica, abuela…, por qué me pica tanto…
– Te pica porque hay fiesta en el Brasil, dijo la abuela, enfadada ya.
– ¿Y cuando no haya fiesta se me pasará…?
– ¡No, no se te pasará porque el Brasil es muy grande y siempre hay muchas fiestas!
Toma, pruébalo, verás que está mucho más rico que el aceite de hígado de bacalao…, ya verás que una vez que lo pruebes me pedirás más…, y no sé si te lo merecerás y te lo daré…, anda, hazlo por mí, y cuando ya estés bueno te llevaré al cine de la plaza,
y al campo de futbol.
Años después, siendo ya aquel niño un buen mozo, algunas veces hacía como que se rascaba el culo, y decía:
«Abuela, hay fiesta en el Brasil», y ella, muy anciana ya, con la cabeza reclinada en su pecho y las manos temblorosas, iluminaba su cara con una hermosa sonrisa.
Ahora, aquel niño, aquel mozo, este padre y abuelo del final de camino ya sabe que cuando le pica el culo no es que tenga lombrices o haya fiesta en el Brasil, es, sencillamente, que algunas veces se hace notar demasiado el protagonismo de una vulgar e insignificante almorrana nacida al amparo de unas cuantas colonoscopias.
No soy un tipo duro, las buenas personas me conquistan pronto.
Sólo vemos bien cuando miramos con el corazón limpio y abierto.
Con toda Burbialidad.
Bouza Pol, escritor.