[LA OVEJA NEGRA] Tierra quemada
«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras».
Hannah Arendt, historiadora y filósofa alemana, desarrolló el concepto de «la banalidad del mal».
GERMÁN VALCÁRCEL | Cada vez me prodigo menos en esta columna, donde suelo dejar mis opiniones, mis sentires y pesares. El motivo es la desolación, impotencia y asco que siento en estos tiempos de desorden, confusión organizada y de humanidad deshumanizada, pero hoy necesito vomitar mi dolor.
La dimisión de Iñigo Errejón, por acoso y violencia sexual, no voy a decir que me sorprende. De esta gente se puede esperar cualquier cosa, así que nadie espere que derrame una lágrima por ello, solo por sus víctimas. La salida de Errejón cierra un ciclo político iniciado el 15M y deja tras de sí un páramo estéril. Ese es el escenario que dejan, tras una década en las instituciones del Estado, los petulantes impostores y oportunistas que se apropiaron, aprovecharon y utilizaron el 15M para medrar.
El problema es que ese espacio arrasado va a ser tierra fértil para las bestias totalitarias, reaccionarias, misóginas y xenófobas hijas del capitalismo neoliberal, esa ideología que considera la justicia social una aberración y que ocasiona más muertos que la suma de todas las guerras habidas en el último siglo. Esos miserables, estos días, nos enseñan las fauces carcajeándose de todos nosotros. Como siempre, las consecuencias las pagamos los de abajo.
Ya en 2015, a raíz de las elecciones europeas, cuando Podemos pisó por primera vez moqueta, escribí una columna titulada De la chaqueta de pana a la coleta, También podía haberla titulado de Felipe a Pablo, otra vez el timo del líder mesiánico. Al escribir aquella columna trataba de poner sobre la mesa las debilidades, contradicciones y perversiones de la propuesta podemita: la política convertida en espectáculo mediático, el culto a la imagen que rápidamente derivo en culto al líder, la acción institucional como único camino y, el universalismo «buenista» clase mediano y atrápalo todo que ansiaba llegar a «toda la gente», ocasionando con ello una falta de potencial antagonista y una carencia de estrategia, más allá de conseguir votos, renunciando a la construcción de espacios autónomos autoorganizados y autogestionados, donde la solidaridad, el apoyo mutuo, los cuidados, la educación feminista y ecologista fueran las señas de identidad.
Con esos antecedentes, lo que está ocurriendo era previsible. Lo he repetido decenas de veces, en charlas, en debates y en columnas de opinión: no se puede jugar al baloncesto con las reglas del fútbol. Eso es lo que estos impostores han pretendido hacernos creer –y tratado de convencer de que era la única opción- al entrar en la política institucional, que era posible.
Si algo aprendimos, desde la ya lejana época de finales de los setenta -el PSOE y el PCE nos lo enseñaron a base de traiciones- es que el papel de la izquierda real está en la calle, en la lucha cotidiana, en la autoorganización, en el apoyo mutuo, en la solidaridad de clase. Pero estos oportunistas no solo se han apropiado de los movimientos sociales, también, se han dedicado a destruir todo intento de contestación y organización social que surgiera al margen de su control. Además, han demostrando ser incapaces de aceptar la más mínima crítica o disidencia. Sus propias purgas internas lo ejemplifican, así que no es difícil imaginar lo que han hecho con los de fuera.
Las medidas que se toman para mantener el sistema con vida no son más que el intento de mantener la actividad de un moribundo
Para ello, la movilización social fue poco a poco adormecida, los movimientos de base reventados y destruidos –lo mismo hicieron el PSOE y el PCE en la Transición- y cualquier intento de construir modelos alejados del clasismo “oenegero”, han sido zancadilleados por los sectarios militantes –afiliados o no- de las mafias partidistas. Por poner un ejemplo que conozco bien, conviene no olvidar que es desde las filas errejonistas desde donde salen las críticas más virulentas y feroces hacia el decrecentismo y los más firmes defensores del Green New Deal.
De acoso moral y de los constantes intentos de silenciar a los “herejes”, por parte de esta gente, Antonio Turiel, Antonio Aretxabala, Carlos Taibo y tantos otros, incluidas algunas personas en nuestra provincia, pueden, podemos, contar muchas cosas. Un claro, cercano y reciente ejemplo, de lo que digo y de los métodos que emplean estos “progres”, fue la voladura de la Coordinadora en Defensa del Territorio en la provincia. Prefirieron ir tras el trasero de un empresario del sector turístico y agroindustrial que construir un movimiento autónomo.
Pero mientras nos entretienen y nos polarizan con la política espectáculo sigue avanzando la crisis civilizatoria, cuyo rasgo fundamental es la de ser multidimensional, pues aúna en ella la crisis ecológica, la climática, la energética, la crisis social y la crisis individual, y dentro de cada una de estas toda una gama de subdivisiones. Para enfrentarlas, estamos obligados a buscar diferentes conocimientos y criterios, y a considerar sus ámbitos visibles e invisibles.
La crisis de civilización requiere de nuevos paradigmas civilizatorios y no de soluciones parciales o sectoriales. Hierran groseramente, o mienten descaradamente, quienes afirman que podemos esperar no ya que las cosas vuelvan a ir bien, como antes del batacazo del 2008, sino simplemente impedir el colapso. Pero seguimos aferrados a los paradigmas y metodos del pasado, a pesar de estar constatado que la mayor parte de los marcos teóricos y de los modelos existentes en las ciencias sociales y políticas están hoy rebasados y caducos, incluidos los más críticos. En definitiva, el colapso que nos aqueja es el indicativo de un tiempo que expira.
Las medidas que se toman para seguir manteniendo el sistema con vida no son más que el intento de mantener la actividad de un moribundo. Es absurdo desplegar las velas con la esperanza de navegar otra vez viento en popa. La realidad es que avanzamos por un canal muy estrecho, y que no tenemos ya capacidad de maniobra. El mundo moderno-occidental-capitalista se ha sentido reconfortado por la creencia de que el progreso material-tecnológico nunca concluirá: el mito del crecimiento ilimitado, está instalado profundamente en las masas occidentales.
En el fondo estos comportamientos, ese aferrarse a métodos demostrados fracasados no son más que la expresión de nuestra impotencia y una defensa maniaca contra nuestra depresión colectiva, en una época de insoportable pobreza espiritual y de creciente desesperación, ante el callejón sin salida al que nos ha abocado el capitalismo y acercado, más aceleradamente, el neoliberalismo.
A pesar de todo, escuchemos a Pier Paolo Pasolini: “Ahora he aprendido que es preciso seguir luchando por aquello en lo que uno cree, sin esperanzas de vencer”, a pesar de las decepciones y los fracasos es necesario seguir resistiendo. Se lo debemos a las generaciones venideras.