[TRIBUNA] Corruptos poetastros
BOUZA POL | Señora Luz, concejal de Cultura, no habría menoscabo ni desdoro a la acreditada fama de la hermosa «ciudad de los poetas», la sin igual Bellalisa, si esos cuantiosos dineros se destinaran a socorrer a las personas humildes, necesitadas, y no se malgastaran alegremente en ese boato ceremonioso, nada esencial, por el que, año tras año, suspiran algunos sujetos que ansían distinciones y oropeles para seguir autoproclamándose poetas, cuando en realidad son meros traficantes de sinecuras, siempre dispuestos para bufonear libando anatomías de políticos y funcionarios consentidores.
Celebro que, por fin, haya llegado a tan ilustre ayuntamiento una persona verdaderamente competente que, sin demasiado esfuerzo, se ha dado cuenta de las «injusticias florales». Le animo para que persevere y no se deje amedrentar. Seguro que ya sabe que los Jurados calificadores son un camelo, una farsa celebrada con una gran cena y un comunicado a los medios.
Si como muestra vale un botón (las cajas y los cestillos de la costura están a rebosar de botones de todos los tamaños, formas y colores), vea usted la composición del Jurado del año 2018 que, siguiéndole la corriente al amigo de aquel concejal, organizador y mantenedor del «floral juego», le regaló el Premio de doce mil euros a don Basilisco Forte Conforte, que gobierna una conocida Editorial y publica la «prestigiosa» revista literaria «Sonajero de versos». El Jurado Premiador, reunido en un Gran Hotel de un bello lugar del antiguo Reino de doña Urraca, ni siquiera quiso enterarse que el «poemario» no cumplía ni con la más elemental norma de cualquier concurso: los versos tienen que ser inéditos.
En cuanto al «acreditado» premio que lleva nombre de un cura de Tierra del Pan, debo decirle que el ganador del pasado año, don Busca, es un ser tan apañado que estuvo mucho tiempo tratando de ganarse al organizador y al jurado premiador, jurado que siempre es el mismo, y cada año sólo varía con la incorporación ocasional de un inocente poeta, profesor, o periodista, con el fin de dar apariencia de renovación, de credibilidad, de fiabilidad, y así disimular las tragaderas de los miembros permanentes, que se pliegan a lo que pide el mandamás, que es casi siempre un amigo del concejal de cultura.
Este «poeta» perseguía a los ediles, a los alcaldes (de cualquier ideología), a los miembros del jurado, y les decía:
– Ya sabes, ya sabéis que yo me presento todos los años, que quiero ganar el G.L.M.V, que lo merezco más que nadie, que mi seudónimo siempre es «Bellobus».
Y así estuvo haciéndoles la rosca, hasta que lo logró.
La corrupción, el manejo de influencias y el amiguismo son endémicos. Es cierto, habitual, que el jefe de la parte cultural del grupo «tal» le regale premio y dinero a su homólogo del grupo «cual», y, éste, a su vez, se lo devuelva con otro parecido.
Sepa la gente honesta de Bellalisa, que en esta hermosa villa todo ha sido manejado por el cuentista don Emeterio Ringorrango, con el apoyo apasionado del su joven amigo el poeta Paquito Maravillas, y, así, utilizando el erario, ha ido logrando amistades poderosas, ha sacado beneficios publicitarios y económicos, en clara explotación mercantil de influencias y favores absolutamente antidemocráticos y sin transparencia, pues ni una sola vez hubo concurso público de ideas y trabajos ni siquiera para la elección de los carteles anunciadores de los famosos faustos. El abuso ha propiciado que Bellalisa se haya quedado huérfana de poetas que sigan con la tradición de cantar y llorar alegrías, desilusiones y penas.
Hay 40.000 mendigos en las calles de España, y sólo la mitad duerme en albergues. No parece muy decente que en estos tiempos de penurias se siga engordando el ego de trepadores que, con cargo al erario, disfrutan de jugosos premios y van por ahí subiéndose a los púlpitos de la vanidad, soltando discursitos que pretenden ser muy éticos, morales, solidarios, y progresistas. La mayoría son simulacros artificiales, petardillos malgastadores de papel y tinta, retahíla desatinada de palabras raras sin hilvanar, inconexas, puestas las unas junto a las otras peleándose entre ellas, en línea o en columna, desordenada recua, que nunca llegan a formar frases ni expresan algo que se pueda entender: son, por desgracia, una triste y pesada vacuidad que un hato de figurantes se atreven a llamar poemas.
¿Poemas? No, no son poemas, ni poesías son esas cosas u objetos tan burdos e insustanciales, descompuestos, que almacenan palabras rebuscadas, obligadas a entorpecerse entre ellas, las pobres, sin ser capaces de llevarse bien, de entenderse, de compartir y de mostrar algo que tenga sentido, significado individual o colectivo.
Clara infamia la de estos «poetas» modernitos, epidémicos, perdidos en la endogamia de su grupo de farsantes, que por delante se aplauden entre ellos y por detrás se ponen verdes, a caldo, como «chupa de dómine», que se reparten inmerecidos premios pero carecen de capacidad para trasmitir belleza y llegar a los lectores, pobres lectores, gente inocente, limpia y generosa que todavía quiere seguir concediéndoles el crédito de que, tal vez, sí tuvieron algo en el cerebro y lo quisieron expresar con el corazón y las palabras más adecuadas y hermosas.
Hastío y tristeza siento al comprobar que tantos poetas «doloridos» nada saben de los cuatro libros de La Poética del zaragozano don Ignacio de Luzán, por eso unas veces hacen «poemas» tan pulidos que resbalan, y otras muchas, las más, sacan «versos» tan crespos, pedestres y chocarreros que espantan; lo que sí se les da bien es andar por ahí escarbando en los cenáculos de las influencias, convertidos, por propia voluntad, quizá sin darse cuenta, en oscuras gallinitas hueras, tan desnudas como aquel emperador que creía lucir hermoso, elegante y magnífico traje nuevo.
La poesía, señores «poetas», no os ha hecho nada, ¿por qué os metéis con ella?
Para ser poeta es imprescindible tener algo que decir, decirlo bien, y que se entienda. Luego, tal vez, uno de cada millón alcance algo de la infinita gracia de Dios y su belleza.
Gracia y belleza divina que hay en poetas como Rosalía de Castro, Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Manuel y Antonio Machado, San Juan de la Cruz, y también en otros, menos conocidos pero magníficos, como Carolina Coronado, Andrés Fernández de Andrada, Jacinto Verdaguer, Juan Meléndez Valdés, José Manuel de Lara, Joaquín Romero Murube, José María Hinojosa Lasarte.
Lamento que la envidia y la vanidad sean los sentimientos más comunes que muerden el alma de los poetas. Incluso el gran Antonio Machado, tan humilde, mostró su pesar cuando dijo: «Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito».
La corrupción existe y prospera porque muchos funcionarios la permiten y hasta se benefician de ella.
Consecuentemente, señora concejal, doña Luz, le tengo que pedir que ponga punto final a tanto «mamoneo cultureta».
El que esté libre de culpa…
Con toda Burbialidad: Bouza Pol, escritor.