[EL PROTECTORADO] Lo que la tragedia de Valencia enseña al Bierzo
AL RAISULI | Cuando yo era un chaval, allá por la prehistoria y mucho antes del renacimiento que representó la transición democrática, asistía con frecuencia a las sesiones dobles del cine EDESA en la Plaza Lazúrtegui de Ponferrada. En los descansos de las proyecciones solían pasar unos trailers de películas mejicanas en blanco y negro, todas ellas muy raciales y apasionadas entre amores desenfrenados y revoluciones incesantes.
En una que recuerdo especialmente el galán, llamado Dagoberto García o algo por el estilo, lucía bigote estrecho de héroe bueno; el malo, un dictadorzuelo cacique lleno de entorchados tenía el bigote espeso de canalla, y se afanaba en meter en una bolsa de tela los candelabros de plata que había sobre la repisa de la chimenea, cuando ya los revolucionarios, insurgentes y desarrapados, habían comenzado a derribar las puertas para dar con sus huesos en un lugar indeseado.
No sé por qué esa escena me vino a la mente la mañana del pasado miércoles cuando, ante la tragedia que se vivía en Valencia en esos momentos dramáticos, una partida de indeseables se afanaban en poner a buen recaudo los candelabros de sus futuras mamaderas con la infame consigna: “No estamos aquí para achicar agua en Valencia”. No estaban para achicar agua en Valencia pero sí para colocar barreras ante cualquier avenida futura que los dejara en pelota picada económica, aunque siempre con el lomo más cubierto que los desdichados que paralelamente sufrían en Paiporta.
No sé si Mazón es un incapaz, un iluso que no sabe lo que tiene entre manos o un seducido y abandonado a los cantos de la sirena gubernamental. Lo que sí tengo seguro es que la justificación del Gobierno central de no intervenir con todo su poderío estratégico, operacional y logístico para no provocar un conflicto institucional, es como mínimo una infamia repugnante cuando no una trampa tramada para ahogar en el fracaso a un Gobierno Regional concreto de distinta cuerda que la suya.
¿Nos va a decir ahora Sánchez, tan rápido y despiadado sacando la pistola a la primera y disparar a quien se le ponga por delante que, en este caso, se ha parado en barras para no erosionar la preeminencia de la Autonomía Valenciana, absteniéndose por ello de declarar el estado de emergencia y asumir el mando de un desastre tan natural como nacional? ¿Acaso toma a todos los españoles por gillipollas?
No se le ha visto ningún remilgo para usar artillería pesada cuando decidió indultar a delincuentes convictos; en descafeinar el código penal en favor de malversadores, en amnistiar a presuntos delincuentes fugados y acusados por la justicia; en pactar en Suiza la humillación de la mayoría de los territorios sin capacidad de chantaje o en aliarse interesadamente con quienes persiguen cualquier cosa menos la armonía entre las tierras y las gentes de la nación más vieja de Europa.
Y ahora nos dice que tiene escrúpulos institucionales, a los que nadie iba a apelar ni exigir, para decretar la alerta, tomar el control desde el Gobierno de la nación y poner el ejército y todos sus medios en horas sobre el terreno arrasado. ¡Ay, Estado de las Autonomías, cuántos crímenes se cometen en tu nombre! Según él, las autonomías regionales no están para impedir el dislate constitucional de dividir a los españoles en ciudadanos de primera y de segunda, incluso de tercera, pero sí están para afrontar sin medios a una catástrofe natural que pone los pelos de punta a España entera y llena de dolor a cualquiera que no tenga la sensibilidad de un morrillo.
Quizá la suerte del Bierzo encuentre su redención en un fallo contundente del Tribunal Internacional de los Derechos Humanos
Podría parecer que este no es el momento para dejar por escrito lo que sigue, pero me parece el adecuado porque no hay mejor oportunidad para proclamar una agresión antigua sin cuento que cuando se sufre una desgracia sorpresiva en la que afloran las mismas taras de diseño. El desdichado error de la concepción autonómica, que convirtió a territorios en auténticos reinos de taifas entregados a castas periféricas glotonas, propicia que los ciudadanos de a pie apenquemos con la orfandad de un estado protector y nos deje indefensos ante la incuria de reyezuelos omnipotentes con sus cortes repartiéndose campanudas el extenso suelo y tesoro patrio.
El Estado garante debería brindar un amparo sin excepción, a través de un Gobierno central honesto y siempre presto a controlar los desmanes e injusticias que los permeables poderes territoriales pudieran infligir a los ciudadanos de cualquier lugar de la geografía nacional; en definitiva, asegurar que todos los ciudadanos sin excepción sean libres e iguales vivan donde vivan dentro de España. Los valencianos hoy tienen suficientes y trágicos motivos para saber que no es así, que ese amparo les ha fallado en un momento crítico cuando la destrucción y la muerte les ha puesto ante la evidencia de que son víctimas de lo peor de la política.
Los españoles ya saben que pueden ser otros valencianos más en cualquier lugar y en cualquier momento, simplemente porque a los bastardos intereses partidistas se les antoje entrar a la greña con sus distintas varas de medir dejando al personal trillado en medio de sus disputas. Y es en ese maremágnum insolidario donde flota la percepción cada vez más generalizada de la absoluta inutilidad de las autonomías.
No se me pasa por la imaginación establecer ninguna comparación entre la desgracia presente de Valencia y el infortunio permanente del Bierzo, pero el estado de las autonomías, mal diseñado y peor gestionado, nos ofrece toda una suerte de desgraciadas carambolas. Decía que el montaje autonómico promueve ciudadanías de primera y de segunda, y excepcionalmente tercera que es en la que estamos colocados y amordazados los bercianos. ¿Acaso no es un desamparo flagrante del Estado condenar a la ciudadanía minoritaria de un territorio al aislamiento, a la desesperanza, al despoblamiento y a la condena a muerte de su naturaleza?
Aquí no tenemos un Mazón pillado entre la incapacidad y la sorpresa, pero sí tenemos un rosario de indolentes primero y de desaprensivos después, apellidados Posada, Aznar, Lucas, Herrera y Mañueco. Esos que tejieron entre todos un velo de opacidad para tapar la hostilidad deliberada contra un pueblo al que machacaron sin compasión: con su falta de empatía primero, con su incapacidad manifiesta después y con su perfidia sin disculpa en la actualidad. Ellos y solo ellos son los máximos responsables de cuarenta años de humillación continuada sin duelo, de ruina creciente sin tope, de aislamiento planificado sin pudor y de una postración que apunta a irreversible.
No se quedan atrás los Gobiernos de la Nación con sus presidentes al frente de uno y otro color, algunos de infausta memoria como el de Zapatero, ante los cuales ha sido inútil alzar la voz para decirles que nuestros verdugos de proximidad no lo serían tanto de no tener tácitamente su consentimiento para avasallarnos. Se escudan, claro está, en que respetan la autonomía regional aunque ello comporte sojuzgar a españoles indefensos ante unas administraciones autistas que ni ven ni escuchan.
Valencia ha encontrado un pequeño y relativo consuelo en la ejemplar solidaridad de una ciudadanía que merece un Nobel; es de desear que el clamoroso escándalo producido por la impresentables jugarretas políticas, obligue a esos poderes cainitas a ponerse las pilas y dar la más cumplida satisfacción por la desgracia de quienes ya han demostrado que no admiten más canalladas, trampas, ni dilaciones. Si lo consiguen sería una victoria épica del pueblo valenciano contra la insidia más nauseabunda.
La herida abierta del Bierzo, mientras, seguirá supurando la infección causada por la dentellada que la Organización Territorial del Estado consolidó durante la transición en la Constitución Española; ahí es donde se debe fijar el objetivo: en su denuncia, en su reproche legal o en su reforma. Nada hay que rascar con un Gobierno regional sordo ni tampoco con el Gobierno nacional mudo; probablemente la suerte del Bierzo encuentre su único camino a la redención en un fallo contundente del Tribunal Internacional de los Derechos Humanos. Y esto que no es ninguna entelequia, debería hacer reflexionar a más de uno antes que se encuentren con un sapo difícil de digerir.